Colombia, de narcoguerrillas a narcoestado
por Carlos Alberto Montaner
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(FIRMASPRESS) Es muy improbable que las conversaciones de paz entre el gobierno colombiano y las narcoguerrillas de las FARC lleguen a buen fin. Incluso, es posible que no sean una buena idea. Y la razón es muy simple: el estado colombiano no está sentado en una mesa de negociaciones con un grupo de patriotas violentos que han recurrido al crimen y” la violación de la ley para lograr un objetivo político.
Eso eran el IRA irlandés, la ETA vasca, incluso el M-19 colombiano o el Irgún israelí al que perteneció Menájem Beguin, quien, además de llegar a ser un notable Primer Ministro de Israel, alcanzó el Premio Nobel de la Paz en 1978. Las FARC son otra cosa.
Las FARC, que hace casi medio siglo comenzaron sus actividades como brazo armado del Partido Comunista soñando con crear en Colombia una sociedad similar a las que preconizaba la URSS, autoritaria y colectivista, pero, al fin y al cabo, surgida de ciertos ideales, en el camino empezaron a financiarse gracias al narcotráfico, los secuestros y la extorsión, orillando el proyecto político original hasta el punto en que los medios sustituyeron a los fines. Sencillamente, se trasformaron en una enorme máquina dedicada al delito, más cercana y parecida a los cárteles de la droga que a las organizaciones revolucionarias violentas.
Si esto es así, ¿por qué los narcoguerrilleros de las FARC accedieron a participar en unas negociaciones de paz? La hipótesis más difundida es que los ataques de los militares colombianos les habían hecho mucho daño a partir de la estrategia del presidente Ãlvaro Uribe y temían resultar liquidados, como les sucedió a Raúl Reyes, a Mono Jojoy y a Alfonso Cano, tres de los más importantes jefes militares de la organización abatidos por la aviación nacional.
Otra probabilidad es que pensaran, siguiendo el ejemplo de los vietnamitas en los años setenta, que negociar con el enemigo mientras continuaban los combates, acabaría por debilitar la voluntad de lucha del adversario hasta desmoralizarlo totalmente. Dialogar, si ese es el razonamiento, es una táctica de lucha más que un cambio de estrategia, lo que explicaría el tono arrogante y triunfalista con que se han sentado a la mesa.”
Una tercera motivación, compatible con las dos anteriores, es el triunfo de la visión chavista de la toma del poder: conquistar el gobierno por la vía electoral, aunque, como sucedió en El Salvador, en una primera fase pudieran aupar a un candidato independiente, informalmente comprometido con las narcoguerrillas.
Entre las enormes ganancias que les produce el narcotráfico, más la fabulosa ayuda que les puede entregar Hugo Chávez, no es descabellado pensar que las FARC, parapetadas tras otras siglas, pueden creer en una entrada victoriosa y pacífica en la Casa de Nariño. Tampoco es un error suponer que eso, exactamente, es lo que les recomendaría Raúl Castro, a estas alturas desconfiado de todas las guerras convocadas por su hermano que él apoyó en su turbulenta juventud.
Pero, tan importante como el por qué las narcoguerrillas se sientan a conversar, es el para qué una organización consagrada al delito da ese paso e intenta llegar al poder por otras vías. A mi juicio, la única explicación racional es la pretensión de convertir a Colombia en un narcoestado, a una escala mucho mayor de lo que el general Noriega hizo de Panamá en la década de los ochenta o algunos generales haitianos en su pobre país, comenzados los años noventa.
Ese escenario no es ninguna fantasía. ¿Para que gestionar una vasta operación de narcotráfico escondidos en la selva cuando se puede hacer cómodamente desde el gobierno? ¿No hay junto a Hugo Chávez narcogenerales venezolanos que tratarán de conservar el poder cuando el presidente sucumba como consecuencia del grave cáncer que lo afecta? ¿Qué poder puede oponerse a una alianza entre dos narcoestados del tamaño y la importancia de Colombia y Venezuela?
Y si éste está errado, ¿cuál es el análisis acertado de las conversaciones de paz que se llevan a cabo en La Habana? ¿Se puede pensar que esas encallecidas narcoguerrillas, atemorizadas por el temor a la derrota, están dispuestas a desarmarse con el único objeto de integrarse en la vida pública colombiana o en la sociedad civil a cambio de impunidad por los crímenes cometidos? Francamente, no lo creo. No es así como actúan las organizaciones criminales.
Otras dos hipótesis se pueden formular del estimulante texto del profesor Montaner, siendo estas: 1) la negociación por parte de las clases dirigentes colombianas y las narcoguerrillas son una estrategia por parte de las primeras para acordar una coalición que les garantice la perpetuación en el poder, teniendo en cuenta el desplazamiento de la hegemonía mundial de EE.UU. hacia Rusia y China que ha permitido el ascenso y mantenimiento de regímenes populistas en la región, quienes, como en el caso de algunos grupos político-económicos venezolanos (Grupo Cisneros) han logrado pactar una alianza que les permita gozar de las alianzas con el estado, eso si asegurándose la participación en el mismo, a lo que se le suma el pro-castrismo soterrado que la clase dirigente colombiana han mantenido a lo largo de la historia y que se hace manifiesto en las opiniones expresadas por varios generadores de opinión, entre ellos el hermano del propio presidente Juan Manuel Santos (Enrique) denominados por algunos el “Guerrillero del Chico” (un sector exclusivo de la capital colombiana); negociaciones orientadas a frenar, al mismo tiempo, el impulso democrático y liberal iniciado por el ex-presidente Alvaro Uribe Velez en el cual reconocieron un peligro capaz de socavar los mas de 100 años de dominio que han ejercido en Colombia, siendo mejor pactar con un proyecto antidemocratico y antiliberal que les garantice la permanencia indefinida en el poder sin riesgos a la vista.
2) siguiendo el análisis del profesor Fernando Guillen Martinez quien en su obra “El Poder Político en Colombia” planteaba la estrategia que han utilizado los grupos dominantes, quienes en pro de mantenerse inalterados en el poder utilizaban la guerra para mantener el pueblo polarizado y así garantizar lealtades partidarias, y la alianza para afrontar crisis económico-políticas o para neutralizar terceras opciones de poder que buscaran una renovación total de la clase dirigente; las negociaciones con las narcoguerrilas serian una estrategia que serviría como instrumento para mantener alejado del poder al movimiento presidido por el ex-presidente Uribe durante el tiempo necesario que les permita consolidar la campaña difamatoria contra el y su allegados políticos desincentivando el apoyo popular bloqueando con esto cualquier alternativa que implique la democartización, la liberalización y el cambio de las élites políticas tradicionales.
Bajo la anterior perspectiva, es mas factible la realización de la primera hipótesis, pues como lo demuestra la historia, las oligarquías y el “socialismo” (que bien denominaron autores como Orwell, Hayek, Mises, etc., como colectivismo) han sido siempre compatibles ya que este garantiza la perpetuación en el poder para la clase política, al mismo tiempo, que un indicio hacia esta dirección ha sido la aprobación en Colombia de la polémica “Ley Lleras” (apellido de una de las familias políticas tradicionales de quien es miembro el ministro de vivienda impulsor de esta iniciativa), debatida y aprobada mientras se llevaban conversaciones secretas con las narcoguerrilas en la habana, ley que tiene como objetivo la restricción los contenidos en Internet, siendo este un ataque a la libertad de expresión, derecho que ha sido proscritos por los colectivistas de todos los tiempos.
Es una verdadera desgracia que el gobierno nacional ahora venga con este adefesio de nuevo proceso de paz. Muchos colombianos pensamos sinceramente que es más bien una artimaña electorera porque a duras penas algunos quieren que se haga un proceso de paz con esos delincuentes que llevan más de cincuenta años haciendo sufrir a los colombianos y destruyendo la riqueza del país en nombre “del pueblo”. Parece que todos estuvieron de acuerdo menos los ciudadanos comunes y corrientes, a quienes ni siquiera se nos preguntó. Son las ansias propagandísticas de los narcoterroristas y una patraña política para los actuales burócratas mejorar su imagen, al menos en el exterior. Gracias Carlos Alberto, por tomar la palabra objetiva y denunciar este circo que solo va a resultar en humillación para las víctimas y mucho dinero de las arcas del país despilfarradas inútilmente.