Colombia: ¿estalla la paz?
por Carlos Alberto Montaner
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(El Nuevo Herald) Según los primeros sondeos, la popularidad del presidente Juan Manuel Santos ha subido tras el anuncio del inicio de las conversaciones de paz con las narcoguerrillas de las FARC.
Es natural que así sea. Los colombianos, después de cuarenta y siete años de horrores, desean el fin del conflicto y confían en el talento y la notable astucia de Santos para ganar la partida, pero desconfían de las intenciones de Timochenko. (Claro, cuando Andrés Pastrana, hace unos años, dio inicio a un proceso parecido, ocurrió lo mismo: tuvo sus cinco minutos de gloria).
¿Fracasará esta iniciativa como sucedió durante el periodo de Pastrana? Puede ser, pero hay diferencias y similitudes. La mayor diferencia es que no habrá una zona de despeje ni se frenarán las operaciones militares. Las narcoguerrillas, mientras negocian, continuarán asesinando, secuestrando y traficando con drogas, y las Fuerzas Armadas no cejarán en combatir a sangre y fuego a su viejo enemigo.
Teóricamente, al tiempo que Rodrigo Londoño Echeverría, alias Timochenko, el jefe de las FARC, un tipo duro de 52 años, habla de paz en Oslo o en La Habana, de acuerdo con las reglas del enfrentamiento, puede estar intentando matar a Juan Manuel Santos y a su familia.
Por su parte, el presidente de los colombianos, simultáneamente, está en libertad de darle el visto bueno a sus hábiles pilotos para que pulvericen a Timochenko, como hicieron con Raúl Reyes, Mono Jojoy y Alfonso Cano. “¡Aquí no se rinde nadie, merde!
Si ésa es la gran diferencia entre los dos intentos, las similitudes se mantienen intactas: Santos es el presidente de una nación exquisitamente legalista y tiene que actuar dentro de los márgenes que la ley le confiere. Por mucho que se esfuerce el parlamento, no puede conceder impunidad para quienes han cometido crímenes de lesa humanidad, como es el caso de las FARC o como fue el caso de las bandas paramilitares.
Uno de esos crímenes imprescriptible y sujeto a la persecución internacional de acuerdo con la normativa legal suscrita por Colombia es el tráfico internacional de cocaína, sustento económico básico de las FARC.
Precisamente, se le atribuye a Timochenko haber reorganizado la producción y distribución de cocaína con destino a Estados Unidos, lo que explica que el gobierno norteamericano haya ofrecido cinco millones de dólares por informaciones que conduzcan a la captura de este criminal.
Difícilmente una administración estadounidense, republicana o demócrata, aceptaría no perseguir a un delincuente que le ha hecho mucho daño a su país. Tampoco se entendería que, llegado el caso, Bogotá no lo entregue a la justicia norteamericana para ser juzgado.
Otro elemento clave que permanece inalterable es la cosmovisión de las FARC. Este grupo de narcoguerrilleros es el brazo armado del Partido Comunista colombiano.
Aunque sus cabecillas pidan supuestas reformas agrarias o el aumento del salario mínimo de los campesinos, ésas son sólo cortinas de humo para ocultar que se trata de un grupo decidido a tomar el poder, convencido de las bondades del colectivismo, del partido único y de la conveniencia de controlar a la sociedad con mano férrea, por medio de calabozos y paredones, como sucede en Cuba y en Corea del Norte, y como ocurría en la URSS y en sus satélites, hoy afortunadamente liberados.
Dada esta fatal circunstancia, ¿qué busca Timochenko en la negociación? Hay, al menos, cuatro posibilidades:
Primera, las FARC están tan debilitadas que, ante su eventual derrota definitiva, buscan alguna suerte de pacto que les permita salvar la cara.
Segunda, no están derrotados, pero saben que no pueden ganar y prefieren liquidar ordenadamente el esfuerzo bélico, como sucedió en Guatemala y en El Salvador, antes que continuar en la selva a la espera del bombazo definitivo.
Tercera, ya Timochenko ni siquiera tiene claro el destino del comunismo que abraza desde su juventud. Se da cuenta de que Raúl Castro en Cuba, sin arriesgar el poder, intenta liquidar esa forma improductiva y cruel de organizar la sociedad, mientras la vida del aliado Chávez y su engendro bolivariano penden de un hilo. Es decir: ni el comunismo, ni el Socialismo del siglo XXI, su boba variante retórica, tienen destino.
Cuarta, se trata sólo de una jugada estratégica concebida para dividir a los demócratas, especialmente a los partidarios de Santos y los de Uribe, con el objeto de hacer elegir en los próximos comicios a quien los colombianos llaman un mamerto, un izquierdista radical, acaso de maneras suaves, que llegue al poder por la vía electoral y le abra el camino a la narcoguerrilla hacia la casa de gobierno.
¿Llegará a buen puerto la negociación entre Santos y Timochenko? Es casi imposible ser optimista. Los españoles repiten un viejo dictum muy elocuente: “el que vive desconfiado es señal de que lo han jodido”. Es lo que les sucede a los colombianos.
QUE TAL LA PERLITA???? AMANECERÃ Y VEREMOS, ESTOY MUY ESCÃPTICA CON TODA ÃSTA TRAMOYA….!!!!
La realidad es que Santos perdió la chaveta ya desde el primer besuqueo con Chávez y el resto de la fauna zurda del continente. Esta payasada de paz sólo servirá para darle un respiro -aunque sea moral- a los narcoterroristas. De lo contrario, Santos sería el colombiano más astuto desde Santander.
A estas alturas el lado militante de las FARC entiende que han fracasado. Fueron ellos quienes comenzaron con la insurgencia roja en América Latina y no han logrado nada. Otros socialistoides, muchos y mansos, como venezolanos, ecuatorianos, bolivianos, peruanos, nicas, chilenos, brasileños, guatemaltecos, panameños, e incluso los militarmente vencidos colegas salvadoreños, ya han disfrutado de las mieles del poder. Resulta desmoralizador, casi tanto como los golpes del ejército colombiano con la tecnología gringa. Sin embargo, el lado traficante de las FARC sabe que todos sus trillos sólo pueden conducir al monte. Y la bipolaridad no se cura conversando.
cualquiera que venga a Colombia comprueba que muy pocas personas aquí creen en esta “paz”. Las FARC, el ELN y otros escombros de las guerrillas colombianas ya no son más que unas bandas de delincuentes, eslabones en la cadena del procesamiento de la droga y únicamente fieles a sus medios terroristas para financiarse y mantenerse: el homicidio, el secuestro, el reclutamiento forzado de menores, la extorsión y los atentados indiscriminados contra la población civil. Lo más triste es que haya quienes exploten políticamente este suceso sin importarles que históricamente ya se intentó sin resultado, hacer la “paz” con esos terroristas, en varias ocasiones, siendo la más lamentable, la de hace más de once años cuando estaba Pastrana de presidente, dejando al gobierno en ridículo. Pero las guerrillas hace muchos años que están derrotadas políticamente, aunque aun falte la derrota militar. ¿Porqué? Porque precisamente los medios que utilizan para lograr los fines, que les parecen santificados son su condena; porque el marxismo es una farsa que depende de cualquier medio moralmente cuestionable para intentar igualar a todos bajo una figura autoritaria que hace lo que le da la gana con la vida de las personas. Qué lástima que aun haya quienes crean en esos terroristas.