Es uno de los periodistas más leídos del mundo hispánico. La revista Poder calculó en seis millones los lectores que semanalmente se asoman a sus columnas y artículos
Es increíble como logra sobrevivir el pueblo venezolano.
A la destrucción literal de la poca industria que poseía más la corrupción generalizada hay que agregar que la Refinería de Amuay, la tercera mundial hace unos 15 años hoy ya es inoperante, de hecho cerró sus puertas (ninguna refinería funciona ya en Venezuela)
Producía 3000 millones de barriles diarios 15 años atrás a los 500 millones de hoy.
Percibe un 95% menos de ingresos que hace 6 años toda vez que con la caída de la producción catastrófica más un barril de 57 dólares promedio los últimos años pasó a 10 dólares en abril.
El oro, su otro recurso abundante ya está en manos de bandas delictivas y de cuya exportación solamente pasa un 10% por el control del Estado.
Es probable que con un pequeño empujoncito desde afuera el madurismo pierda total control de los hechos internos.
La miseria debe ser calamitosa.
Trump acortó distancia fuertemente esta semana. Si se toma en cuenta a los que mienten para no ser tildados de “racistas”, ya está dentro del margen de error. Lo principal en las encuestas son LAS TENDENCIAS, estas siempre se aceleran al final. Lo siento por el Mariscal y su séquito de infelices. Para todos los lamentables, FELICIDADES.
Sí, según Rasmunssen la diferencia es de -2%. Pero incluso en las demás si se suma un 5% de intención mentinda cae en margen de error (o casi).
Fuera de tema. Llevo días bravos de negociaciones y estrés. Buenas noticias, que se mezclan con no tan buenas (mi elemento). Escribir me distrae un poco pero ya vengo acumulando insomnio. Voy a prepararme unos mates ahora, con Borges y algunas alcaparras. Seguro pasó hasta el segundo canto del gallo.
De los 6 000 millones de presupuesto de este organismo el 80% viene de instituciones privadas como la Fundacion Gates que pago a la OMS 900 millones en el periodo 2018 2019, empresas farmacéuticas, etc, solo el 20% de los gastos de la OMS proviene de los países miembros de los cuales EU era el mayor contribuyente con 850 millones en ese periodo.
Casualmente Bill Gates venia pronosticando el virus desde el 2015 y también casualmente una parte importante de su Fundacion se dedica a la vacunacion y acaba de invertir 750 millones en la farmacéutica inglesa AstroZeneca para obtener la vacuna.
Es fácil entender como los países con mas muertes son los mas desarrollados. En la era de la información el que mienta mejor será coronado, pero tambien el que mejor impulse a sus inteligencias. Occidente pierde en lo primero, con sus exámenes masivos y prensa libre aunque muy incapaz, superficial e inculta, pero Occidente revienta al resto del mundo en lo segundo, en sus inteligencias puestas a trabajar, en el numero de patentes, en las univerdidades y y demas instituciones del pensamiento puestas a trabajar en competencia frenética.
Bueno lo dicho. Pienso que el autor paso su trabajito para decir todo lo que dijo sin mentar al presidente. En todo el problema de Venezuela hay algo que no he entendido bien. En la primera salida de Guaido no paso por USA, despues mando a su esposa a hablar con Trump. En su ultima salida se entrevisto con Trump. Tal vez el partido de Guaido y su jefe Leopoldo, por estar afiliados a la internacional socialista o por lo que sea, no quieren una intervención USA. La constitución venezolana permite pedir la intervención extranjera y no lo han hecho. Todos los políticos y expresidentes, con dos dedos de frente, han pedido la intervención “humanitaria” en Venezuela. Trump siempre ha dicho que todas las posibilidades estaban sobre la mesa. Cuando la entrada de alimentos el año pasado hubieran podido hacerlo y no lo hicieron y parece que no lo quieren hacer y Guaido nunca ha hablado de tal posibilidad. Mientras no usen la fuerza contra el régimen de Maduro y mientras tengan a los entrenados asesores cubanos al lado de Maduro olvídense que sin una fuerza extranjera no pasara nada y seguirán, los venezolanos, de mal en peor. Saludos.
Rarmold
JULY 3, 2020 AT 1:01 PM
No other President has done more for the American people in less than 4 years than President Trump. And all while fighting “the hyenas” of the democratic party and the interests groups that are furious because he’d disrupted their agenda. They have been wishing the President to fail from day one, and have worked hard to see him fail with not a care for the American families and their well being because they’re wealthy and their own families would not have been impacted if the President failed. But you and I would have been. Fellow Republicans don’t buy into the lies they are trying to feed you to stop you from voting for Trump in 2020. Slippy Joe will be a puppet in the hands of the interests groups just like Obama was. In 8 years of presidency Obama did nothing for the American people and did nothing to help his own people, the African American community. Instead he spent his time in office catering to interests groups. I had expected him at least to do something to help the people in Chicago, with the Black on Black crime situation, but he did nothing to help them. Fellow Americans, if you love your family and your country, you know what you need to do to Keep America Great comes November 2020: Vote for Donald Trump.
Apenas soliciten ayuda extranjera van a parar al calabozo y no vuelven a ver más la luz. EEUU con sus permanentes cambios de timón es el socio menos confiable del planeta. Si los rusos apuntalan a alguien puede estar seguro que no lo abandonarán, ni siquiera cuando salieron del comunismo se olvidaron de sus amigos, de los gringos no se puede esperar nada. El caso de Bolton con sus “5000 tropas” ejemplariza la opinión y la seriedad que manejan para con Latinoamérica. Saludos.
Victor, coincido con la opinión de la mayoría de los expresidentes y políticos del continente, que creo sin menospréciarnos que conocen un poco mejor que nosotros la situación:
“El expresidente del Gobierno español, José María Aznar (1996-2004), pidió este viernes una intervención militar en Venezuela para derrocar al Gobierno de Nicolás Maduro, al que se refirió como un «dictador».
«A las dictaduras es preciso derribarlas», dijo Aznar en una conferencia en Madrid junto a su homólogo colombiano, el expresidente Álvaro Uribe.A lo largo de su intervención, Aznar afirmó que «los dictadores no caen soplando» e insistió en que «caen de otras formas».
En ese sentido, el expresidente español criticó los llamamientos de diferentes actores al «diálogo» en Venezuela, bajo la premisa de que los intentos de diálogo solo sirvieron para «consolidar la dictadura».
En unos términos similares se expresó Álvaro Uribe, que también apostó por la vía militar y por una «solución de fuerza» para culminar la operación de cambio de régimen en Venezuela. Tambien el secretario Almagro se expreso en el mismo sentido.
La “Ayuda Humanitaria” la pueden pedir de diferentes formas e incluso el tribunal supremo que esta fuera del pais. No creo que haya que ahondar en como hacerlo sin que los metan presos. Por otro lado hay muchas formas de usar la fuerza incluso sin poner los soldados en el terreno, el mismo CAM que no es militar da una idea de como hacerlo, supongo que los militares tendrán muchas opciones que utilizar. Saludos
Difiero completamente, Bacu. Por supuesto que el ex presidente Uribe conoce muy bien y mucho mejor que yo la realidad política y social de Venezuela y Colombia, pero él tiene SU PROPIA AGENDA. Colombia es quizás la próxima conquista del socialismo, y lo peor es que Colombia tiene la gente para exportar luego la revolución. El caso de Brasil, con una izquierda mayoritaria no es tampoco inmune al socialismo, lo bueno es que tiene la aristocracia de la corte portuguesa y el ejército responde a esa oligarquía aristocrática. Ahora lo están fortaleciendo para “dar batalla” contra cualquier enemigo “externo” futuro, pero en realidad lo están orientado al control interno. No se puede contar con ninguno de esos dos países, por lo que no se puede contar con ninguno. Almagro es un pobre infeliz que militó toda la vida en la izquierda y perteneció al frente amplio y a Mujica-montoneros, parece que ahora aprendió algo, pero si le llevo 30 años darse cuenta no es tampoco muy listo.
Me gané la vida y logré abrirme un espacio de manera independiente en estos países. Si a cualquiera de estos chupa sangre de la política los pusieran en las mismas circunstancias, no pasarían de obtener una pensión de caridad. Son ratones de corredores y lobbies, donde pescan algún puesto a cambio de repartir después favores. Un saludo.
Victor, creo que hay una luz al final del túnel y la única que veo, aunque sea miope, es la de “La Ayuda Humanitaria”, por tu comentario parece que solo se puede esperar la obscuridad de Venezuela -Cuba distribuida a toda la región y no creo que pase. La izquierda ha perdido mucho terreno, perdió a Brazil, perdió a Ecuador y a Bolivia. Mantiene a Cuba, principal criminal de la serie, Nicaragua con Daniel Ortega, sin descendientes al poder y con muchos del mismo FSLN que no apoyan a Ortega y Mexico que trata de meterse en el ruedo, pero que realmente no puede fajarse ni con los narcos. Es decir todo apunta a que estamos ganando la guerra.
Las próximas elecciones en USA serán determinantes para el futuro del continente Americano. Con Trump en el poder y Rubio a la cabeza del Comité de Inteligencia podrán hacer, al menos, mas que si Biden sale presidente. Saludos.
No digo que no haya esperanzas, Bacu. Lo que digo es que no es posible ninguna coalición con los países latinoamericanos.
Esas son tonterías de tipos sin ninguna capacidad estratégica como Carlos Alberto (parecido a aquel Cubano que nos acompañaba) y politicuchos que solo repiten lo que su segmento quiere oír. Los EEUU si quieren extirpar el fibroma, tienen que intervenir SOLOS apoyando a una fracción (de mentirillas) del ejército bolivariano que se haya previamente escindido con “negociaciones” y o chantaje, y después alinear con ese comando a todas las fuerzas del ejército. Podrán usar su air force para cerrar el país y fijar en su punto a las unidades blindadas venezolanas (mientras cambian de bando), pero el resto tienen que resolverse en forma interna por los venezolanos. Las fuerzas verdaderas con que cuenta el régimen de Maduro son las guerrillas colombianas y los colectivos, los cuales estarían desde antes dentro de todos los barrios de Caracas y las ciudades importantes y no podrían ser atacados por la aviación americana (la matazón de civiles seria terrible). La “guardia bolivariana” ya habría dado el golpe si tuviera con qué. Aún así, todos entendemos que la chusma latinoamericana, que somos la gran mayoría, vociferaremos contra el “gringo invasor” desde la tierra del fuego hasta Alaska. Un saludo.
Las excepciones Gay no son propiamente excepciones, sino un rostro más sano de la homosexualidad. Una gran parte de los gay, diría que incluso pueden ser mayoría, es además pederasta. Esa doble condición es en general la que conforma el lobby político activo gay, y esto es así desde los tiempos de Tiberio.
Respecto al “arte de la ofensa” (no del insulto) requiere de educación y cierto revestimiento de aristocracia. Por supuesto que Trump administra una variante apropiada para la “white trust” americana, que Julián por su exquisita intelectualidad rechaza, aunque sabe necesaria por el sino de los tiempos. Cordial saludo.
Rubio trató de insultar a trump diciendo que de no haber heredado fortuna habría llegado solo a vendedor de relojes en NY (ofendiendo a los selfmade vendedores de relojes y otras prendas y una comunidad enorme de gente importante)
en ese arte se evidencia la comprensión del juego político.
Hillary con su Deplorables demostró ser una tonta sin remedio, ya lo había demostrado hasta la saciedad con sus otros disparates, pero este fue el empujoncito que le faltaba para rodar al abismo que pertenece
Hillary es una lumbrera comparada con Sleepy. Con lo de los deplorables metió la pata hasta lo último, pero mo me imagino a Hillary diciendo que Obama es el primer negro articulado o que el negro que no votara por ella no era negro. Con lo de los deplorables la bruja insultaba a sus oponentes. El caballito a sus votante.
Terminó gustándome lo del caballito. Al principio me parecía una falta de respeto con esos nobles animales, pero el de Troya, que es lo que Biden es, no pertenecía a esa nobleza 🙂
Cuesta mucho entender porqué no abren la economía los líderes del chavismo.
Hoy Venezuela podría ser un paraíso para los inversores locales y foráneos.
Los salarios, los impuestos y los activos en dólares están baratísimos.
Hay todo para hacer y reconstruir. Las posibilidades son enormes si el régimen da un mensaje de apertura y comienza a liberar la economía, los dólares de los propios venezolanos que los tienen afuera llegarían primero y les seguirían los extranjeros si ven que el régimen continúa afianzado en el poder.
Y el verso de que los dirigentes son comunistas no se lo creen ni ellos mismos. Son simples saqueadores.
Les permitiría mantenerse en el poder y con mucho mejores expectativas de disminuir los conflictos y de paso sacar de la extraordinaria miseria que hoy vive esa sociedad.
Increíble…..
No diga tonterías, el capital privado es inteligente. Nadie invertiría en Venezuela, si “abren” un portillo es para que se entrampe algún estúpido, que por lo general son gobiernos crédulos del socialismo nórdico, o populistas latinoamericanos para demostrar su “independencia política”, como cuando Perón le regaló Falcons y Fiat a Cuba, o Chávez les regaló Venezuela. Saludos.
Victor, cualquier escenario de política económica es mejor que el actual en Venezuela. Cualquiera.
Si el régimen chavista muestra pruebas convincentes de un cambio de rumbo, sin dudas las expectativas cambiarían.
Como cambiaron en China, Vietnam o Camboya por nombrar algunos ejemplos de regímenes comunistas que decidieron cambiar el rumbo de sus políticas económicas.
Obviamente, siempre abrazándose al poder. Con el objetivo primario de afianzarse en él toda vez que es claro que les importa un carajo si al pueblo le va mejor o peor siempre que el objetivo primario se cumpla: seguir en el poder.
Seguirían los nefastos que gobiernan actualmente, pero las expectativas serían mucho mejores no solamente para la ciudadanía, sino también para el régimen gobernante. Exactamente como pasó en los países mencionados.
Seguirían con una dictadura, sí pero ¿acaso el pueblo venezolano es capaz de tener algo mucho mejor de gobernantes de lo que ahora tienen?
Con otra idea económica tal vez, pero ¿menos corruptos y deplorables? Lo dudo. Un poco menos con suerte pero no mucho menos.
“Victor, cualquier escenario de política económica es mejor que el actual en Venezuela. Cualquiera.”
Por qué? Si a Venezuela no lo gobiernan venezolanos, los que ejecutan en Venezuela son un conjunto se sirios, palestinos, libaneses, colombianos y traficantes de todo y de todas partes. Esos son los ejecutores, los mandos están en la Habana y Beijing. Lo que vale para los mandos y los ejecutores es la central político terrorista que representa y la pieza de expoliación y penetración para Latinoamérica (ejemplos Fernández). Qué tiene que ver eso con el estúpido pueblo venezolano que nos trajo ese regalito a todos?
Tiene que rever su ideario político, Ramiro. Se lo he dicho antes, se formó usted en un entorno de retardo y ha desarrollado conceptos propios con un mínimo (o nada) de información. Saludos.
Terco y bruto lopecito. Mala combinación.
Es al dope, no da para más que el blog de la revista Billiken.
¿Qué tienen que ver los libaneses o los sirios con la política económica de Venezuela?
No da para intercambiar una simple idea López.
Como diría el amigo Julián, de come mierda se me ocurrió que por ahí se podía sacar algo de algún intercambio con lopecito pero evidentemente, si Natura no da…..
Pero acaso usted cree que todos esos personajes con apellidos del medio oriente se creen venezolanos? Siguen siendo palestinos, o sirios o libaneses, acaso cree que el tal Saab es colombiano? Podrá tener pasaporte colombiano pero sigue siendo un libanés. Un colombiano o venezolano cualunque no tiene la formación, y ni siquiera la inteligencia para las maniobras que hacen esos tipos de la nomenclatura venezolana, alinean a Turquía, a Irán mueven todo tipo de hilos por Europa, Emiratos y Asia. Es increíble el desconocimiento que tiene de las gentes, los negocios y la geopolítica. Carece de bases, Ramiro. No se lo digo por vacilar, ni siquiera puede evaluar de qué estamos conversando. Debe comenzar por el abc de la política. No es mi culpa.
¿Como con la realidad política tuya de los millones de muertos que pronosticaste para latinoamerica por el Coronavirus y la peor crisis económica de la historia que duraría décadas?
Déjate de joder….
Estás más en bolas que Vicente lopecito.
U.S. stock market has soared by about 20 percent over the past three months, retail sales surged a record 17.7 percent in May and employers added 4.8 million jobs to their payrolls in June as businesses nationwide began to reopen.
by Patrick J. Deneen
MOST PEOPLE AGREE THAT A DEFINING feature of America is that it is a liberal nation. In a way, that is not true of any other country—most of which have known different forms of political governance and political self-understanding. From its political inception, America has oftentimes been defined by its adherence to liberal philosophy. Conservatives such as George Will and Jonah Goldberg, and liberals such as Yascha Mounk and Barack Obama—for all their differences—believe that America is liberal, and that the way out of our current political brokenness is to restore its liberal foundations.
While people differ about how to define American liberalism, there is a broad consensus to begin with the Declaration of Independence. Human beings are endowed with rights—or certain spheres of liberty that can be neither “alienated” nor abridged. These include “Life, Liberty, and the pursuit of Happiness.” Governments are founded to “secure” these rights. Echoing the Enlightenment-era arguments of the Englishman John Locke, humans are by nature “free and independent;’’ think of them in a “state of nature,” able to do and choose what they wish. According to such a view of the social contract, we create governments that limit some rights so that we may fully enjoy others. It is a philosophy that stresses our individual freedom, and it defines the purpose of any public life as advancing our individuality.
“If you don’t succeed by the lights of modern liberalism, you are literally on your own.”
This philosophy sought especially to overthrow an older system that defined humans by their birthright—noble or serf, aristocrat or commoner, king or subject. It was a world in which your name was who you would be (Smith, Weaver, Taylor) or defined you by whom or where you came from (O’Connor, Johansson, von Trapp). Liberalism was, perhaps above all, a declaration of independence from any identity that we did not ourselves choose—the embrace of a frontier in which who we were was simply who we wished to become. One of the reasons Americans have fixated on The Great Gatsby is because Jay Gatsby embodies the dream of becoming a completely new person—no longer the Midwest provincial, but now the swank and sophisticated New York financier whose abandoned past is a thing of speculation and mystery, and whose future can only be imagined.
I agree with the likes of George Will and Jonah Goldberg that this framing captures the philosophy of at least some ideas of some of the Founding Fathers some of the time, and that this notion of self-definition has become deeply embedded in America’s collective psyche. However, America and its Founding was never reducible to this philosophy, and had many other inheritances, practices and self-understandings that complicated and even contradicted this liberal philosophy. This includes, above all, America’s religious inheritance, including the Puritanism that was present before the Founding; the various Protestant sects that settled in different parts of the country; the waves of Catholics who arrived in the 19th and 20th centuries; the Jews who arrived around that same time and, later, escaped fascism; and, more recently, Muslims settling in new communities throughout the land. These Abrahamic traditions, in their various ways, taught radically different lessons about ourselves: including the belief that “independence” from others and from nature is not the true form of freedom, but the longing that drove Lucifer from heaven; that rights are merely aggressions against others without more fundamental duties and obligations; that human society and government is rightly ordered and directed by natural and eternal laws, and not infinitely malleable according to human caprice.
Moreover, living in a federated political system and governing ourselves close to home, we also developed practices that emphasized not merely our individual rights, but also our civic duties and responsibilities. Visiting the United States in the 1830s, Alexis de Tocqueville lauded Americans for their active civic participation in local self-rule, rooted in townships and often oblivious to events in far-off Washington, D.C. Practicing the “arts of association,” Americans learned to govern themselves while expanding their sense of self to include the concerns and positions of others. Through a democracy conceived as the ongoing practice of self-government, and not the mere assertion of individual rights, Tocqueville observed that “the heart is enlarged.” America found a unique way of combining “the spirit of religion and the spirit of liberty,” one that moderated the excesses to which each might otherwise be inclined.
Yet Tocqueville noted, even then, that Americans tended to justify their actions in terms of self-interest—even when those actions were public-spirited and altruistic. As he remarked, “they do more honor to their philosophy than to themselves”; more honor to the liberal philosophy of some of our Founders than the fuller and more complex humans that we are. Tocqueville’s long text, Democracy in America, contains a warning that if Americans conform themselves wholly to that liberal philosophy, they will lose those vital inheritances that correct the self-interested, individualistic, materialistic and privatistic tendencies to which liberalism—left to its own devices—would tend over time.
American liberalism was feasible only because America wasn’t fully liberal. But today, we have become what our liberal philosophy imagined us to be: free of obligation and responsibility to each other, free of duties to past and future generations, masters of nature that we regard as our possession to use and abuse, consumers rather than citizens. With the weakening of religion, the centralization of our politics, a globe-straddling market and the loss of civic responsibility, we have willfully created the conditions of the Hobbesian state of nature, a war of all against all. The tools of the liberal order that were intended to free us from interpersonal obligations—the state and a market—seem no longer under our control; in poll after poll, and expressed in film and song, Americans express the anxiety and fear that they no longer feel free. Rather, they feel as if they are subjects to the impersonal forces of our liberation: state, market and technology. Paradoxically, as liberalism became fully itself, it undermined the conditions that made a modest liberalism possible. We faintly recall that Gatsby died alone, his funeral almost devoid of friends and family.
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an 1819 depiction of the presentation of the Declaration of Indepence to Congress in 1776. (GRAPHICAARTIS/GETTY)
Moreover, this system that came into being to overthrow the arbitrary rule of the old aristocracy has given rise to a new powerful elite. A system that promised freedom by liberating people from others—from place, family, traditions and history—has proven ideal for a small subset of people who thrive in a borderless world of unbounded choice, amid the weakening of traditional institutions that once instructed us to be public-spirited and generous with those choices. So-called “conservatives” advanced the liberal free market while claiming to support “family values” that unfettered capitalism undermines; while so-called “progressives” dominate the elite institutions, such as the academy, where they spout egalitarian bromides and limit admission to a tiny fraction of the well-heeled subpopulation. Today’s elites congregate in a narrow band of wealthy and expensive urban areas of the country, no longer living alongside the working class, and increasingly viewing the more traditional views of those in the heartland with contempt and derision. Tocqueville’s praise of “the arts of association” has been replaced by the virtue-signaling of an elite that professes its ferocious egalitarianism.
Meanwhile, local institutions corroded and collapsed, damaging especially the prospects for decent lives among the working classes of all races, which have experienced a breakdown in economic and social stability and a massive increases in deaths of despair. Washington, D.C. has been ruled by an alternating succession of parties that advanced different sides of the same liberal coin, expanding the global market while damaging the religious, familial and civic institutions and practices that are the most vital sources of education in true liberty and egalitarian opportunity. They are told that all is well because GDP and stock indices are higher, while unseen fellow citizens die in droves through suicide or self-medication amidst inexpressible loneliness.
Defenders of “classical liberalism”—those who have often claimed the label of “conservative” since the end of World War II, but would be called “liberal” in most European nations today—point to measures of economic and material success as proof of liberalism’s moral superiority. What Jonah Goldberg calls “the Miracle”—the rapid ascent of wealth and prosperity that especially began with the period of industrialization in the 19th century—suffices, for some, to prove that no other system has been so successful at combating human misery. This “conservatism” comes to resemble core aspects of Marxism, claiming that the success or failure, and the morality or immorality, of a political system rests on its economic basis. An older—and truer—conservatism recognized that economic health was essential to human flourishing, but was as wary of too much wealth and too much inequality as it was of too little prosperity. John Adams, for instance, wrote of the need for “sumptuary laws”—bans on “luxury”—because excessive wealth was as dangerous to the virtue of republican citizens as was too little prosperity. “Whether our countrymen have wisdom and virtue enough to submit to them, I know not; but the happiness of the people might be greatly promoted by them… Frugality is a great revenue…, curing us of vanities, levities, and fopperies.” Many of the members of the Founding generation, whom authors like Goldberg and George Will are ever-eager to cite, expressed grave concerns about the corrupting effects of wealth and the need to balance commerce with the cultivation of civic virtue. They discussed how an economy must be governed by concerns for the common good—especially to support the modest and frugal habits, avoidance of debt and the predominance of “middling” circumstances of most people.
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TOO MUCH
Second U.S. President John Adams, painted about 1790. Adams supported “sumptuary laws” against excessive wealth.
(STOCK MONTAGE/GETTY)
“The energy and most vital debates are taking place among those looking to construct the foundations of a post-liberal future.”
“The Miracle” describes an aggregate accumulation of global wealth, but it ignores its concentration: the increasing, and even obscene, differentiation of wealth generated by the American economy and sanctioned by our political order. Classical liberalism defends to its final breath the legitimacy of this inequality, but the classical and biblical traditions regarded such inequality as unjust, oligarchic and deeply destabilizing. Conservatives of an older tradition measured the health of society not based upon a purely material basis—such as Marx or Goldberg, in their differing ways—but upon the overall health of its institutions and readily available shared decencies, especially to ordinary people. Amid the ongoing concentration of wealth in the households of elites, we have witnessed a stunning rise of deaths of despair in the working class, including the epidemic of opioid deaths and rising rates of suicide. The more straitened your economic circumstance, the less likely you will marry, avoid divorce if you do marry, have children in wedlock and enjoy membership in the thick webs of civil society through churches and voluntary associations. By these measures, even as a diminishing number of people enjoy the fruits of “the Miracle,” the least among us are left with “the Devastation.” If you don’t succeed by the lights of modern liberalism, you are literally on your own. Liberalism envisions that we achieve happiness when we can become “independent”—self-making selves—but what most people need and desire are the deep bonds of community and mutual care that have become luxury goods in our liberal society.
Our politics today has become so unsettled and ferocious because liberalism has failed. It failed not because it fell short of its vision of the isolated and autonomous human person, and the effort to construct a society indifferent to questions of the common good—but because it succeeded in doing so. Like the aristocrats of old, some will fight ferociously to maintain this system against growing discontents by insisting—against the evidence of the senses of the powerless and dispossessed—that they benefit from its corruptions. But like the liberals of old—who several centuries ago called for a fundamental change, but today have become the corrupt oligarchic establishment—the energy and most vital debates are taking place among those looking to construct the foundations of a post-liberal future, and not those telling us all is well if you just limit your gaze to the tony neighborhoods of Washington, D.C.
→ Patrick J. Deneen is professor of political science at the University of Notre Dame and author of Why Liberalism Failed (Yale University Press).
LIBERALISM HAS NOT FAILED
by Jonah Goldberg
LET ME START WITH A CONCESSION: Things are not going great right now in America. I feel this needs little elaboration, so I will just assert it. I do so to grant that this is not the ideal time for a conservative like me to disagree with a conservative like Patrick Deneen on the comparative merits and successes of Liberalism.
Now, of course, what we mean by Liberalism here is not progressivism, woke-ism, or anything else your typical right-wing radio host—or left-wing MSNBC host—means by liberalism. That’s why, for clarity’s sake, I’ll use a capital “L” for the Liberalism we associate with John Locke, Adam Smith, David Hume and aspects of the various social transformations that fall under the all-too-capacious catchall label, “the Enlightenment.” (There were many Enlightenments—English, Scottish, French, American and even German—and not all of their contributions were equal or necessarily positive. But I’ll use the catchall term regardless, for the sake of simplicity.)
“I would rather live in a society that often fails to live up to its Liberal ideals than in one that succeeds in forcing me to bow down to illiberal ones.”
Deneen begins his book, Why Liberalism Failed, by stating that Liberalism is “a political philosophy conceived some 500 years ago, and put into effect at the birth of the United States nearly 250 years later.” I might quibble with the date on the birth certificate, but we can work with this. In short, Deneen believes a bad idea was born five centuries ago, and that America made a grave mistake by running with it around the time of the Enlightenment.
We tend to use the term Enlightenment figuratively—humanity “saw the light,” etc. But it’s worth remembering that before the Enlightenment, things were dark—literally dark. The year 1520 was, like the 500,000 years before it, a time when “the world was lit only by fire,” to borrow a phrase from William Manchester. When the sun went down, the only way to artificially illuminate the darkness was with fire—which was actually quite expensive. So nighttime reading was a rare luxury, made rarer still because 90 percent of Europeans still couldn’t read. This probably wasn’t that much of a burden, given that most Europeans spent their days in backbreaking labor and were probably too tired to read anyway—even if they could afford a book (another luxury).
Life expectancy in England improved from around 30, at the beginning of the 1500s, to nearly 40 by the end of the century. The numbers for child-aged deaths climbed to more than a third by the age of six, and a heart-wrenching 60 percent by the age of 16. Women, who by all rights should live longer than men, died younger because of the dangers of childbirth. “On her wedding day, traditionally, her mother gave her a piece of fine cloth which could be made into a frock,” Manchester writes of a typical woman of the time. “Six or seven years later, it would become her shroud.”
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CHECKS AND BALANCES
Alexis de Tocqueville wrote that America had developed a new way to combine “the spirit of religion and the spirit of liberty.”
(FINE ART IMAGES/HERITAGE IMAGES/GETTY)
As bleak as things were 500 years ago, it’s worth noting they weren’t that much better 250 years later, when Deneen argues we took a wrong turn. At the time of the Founding, life-expectancy and literacy had improved, but if I ran through the numbers, it would still sound like I was describing an extremely poor third-world nation today. That’s because nearly everything we associate with a halfway-decent quality of life burst onto the scene in a relative blink of an eye. Until Liberalism—free markets, limited government, democracy and individual rights—the average human being lived on roughly three dollars a day. You can quibble with the math, but no economist would dispute the basic point: From the Agricultural Revolution about 12,000 years ago, all the way up until three centuries ago, the typical human lived in crushing poverty and died at an early age from violence or, more likely, some bowel-stewing disease. As economist Todd Buchholz puts it, “For most of man’s life on earth, he has lived no better on two legs than he had on four.”
This strikes me perhaps the single most consequential point imaginable in any discussion today of political history, and yet at times it seems like an afterthought for Deneen. Some argue that credit for our deliverance from grinding poverty and physical misery should go to the Scientific Revolution. The problem is that without Liberalism, the Scientific Revolution would have been a short-lived revolt. Many civilizations had amazing moments of scientific advancement and innovation. Yet each time new strides were made, the illiberal Powers-that-Be—in China, the Middle East or even in the Venetian Republic—suffocated innovation as an illegitimate threat to their rule. It was only optimistic Liberalism that changed the equation so that freedom—economic, political, social and scientific freedom—was recognized as a good in and of itself because the individual was sovereign.
The arrival of Liberalism, first in England and Holland and then in the New World, changed the human experience from one defined by scarcity and survival to one defined by occupations and endeavors ready for the choosing.
That last word—choosing—illuminates perhaps Deneen’s greatest peeve with Liberalism. He argues that John Locke and a handful of ideological co-conspirators convinced everyone that humans are “non-relational creatures, separate and autonomous” who should make decisions based upon “calculations of individual self-interest without broader considerations of the impact of one’s choices upon the community, one’s obligations to the created order, and ultimately to God.”
I think this is a bit of a straw man, given how actual Liberals live (I’ve yet to meet one who doesn’t care about how his or her decisions affect others). Regardless, I am happy to concede that Deneen makes many trenchant points that, as a conservative, I agree with to one extent or another. There are a myriad downsides to radical individualism. America’s troubles today are inextricably linked with the breakdown of the family, local institutions, communities, organized religion and social trust. Such deterioration is driven, at least in part, by the relentless individualistic logic of Liberalism and the market (Joseph Schumpeter made this point about markets as far back as the 1940s).
But what is to be done about it? A first step would be to get the diagnosis right. I find Deneen’s attempt to blame it all on John Locke & Co. deeply unpersuasive. And the shortcomings of this argument lead him to faulty conclusions. It’s as if he believes that if he can just persuade everybody—including the billions of people who don’t know who Locke was—that Locke was wrong, some idealized society will emerge to fill the void. For starters, Liberalism did not spring forth from Locke’s brow like Athena from Zeus’s. Locke himself was a product of England’s liberal culture, and in many respects he was simply synthesizing ideas and norms that were in the air for quite a while.
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THE KING MAY NOT ENTER
Liberalism’s English roots stretch back a millennium before Locke was born. Take, for instance, the very
(STOCK MONTAGE/GETTY)
Liberal Fourth Amendment protection against unwarranted intrusion by the state: This idea stretches back to the quirky English custom that “a man’s home is his castle.” Some scholars trace it as far back as 1066 or earlier, and it can be found in the 14th century English legal text known as the Mirror of Justices. This longstanding tradition culminated in William Pitt’s forceful defense in 1763, a century after it was already enshrined in common law: “The poorest man may in his cottage bid defiance to all the forces of the crown. It may be frail—its roof may shake—the wind may blow through it—the storm may enter—the rain may enter—but the King of England cannot enter.”
Similarly, the checks and balances of the American constitutional system probably owe more to England’s geography than to Montesquieu’s (or Locke’s) political thought. As an island nation, England did not need standing armies. Without standing armies, the king was reliant on nobles to make war and stay in power. That’s why the Magna Carta was possible some five centuries before Locke was born. The point is that Locke, like so many intellectuals credited with some startling philosophical innovation, was in many respects a lagging indicator, synthesizing ideas and concepts already in wide use.
If America should become some new illiberal dystopia, future historians might credit Patrick Deneen’s book. But a closer study would reveal that, for all of Deneen’s brilliant insights, he was merely advancing an argument already in the groundwater.
If Locke had never have been born, the American Revolutionaries would still have argued for their “ancient English liberties” and invoked the principles of the Glorious Revolution. Alexis de Tocqueville would still have described the American as “the Englishman left alone.” Indeed, the Protestant Reformation and the printing press that made it possible are vastly more important to the evolution of Liberalism than are the writings of Enlightenment political theorists. Any attempt to fix, never mind replace, Liberalism with something else needs to take all of this into account. Americans may be ignorant of Liberal theory, but they are enamored with Liberal culture and practice.
Let me head off an objection. I do not think Liberalism is good simply because it delivers the material goods—though liberating humanity from privation and disease is obviously a good thing. Still, man lives by more than bread—and antibiotics, lightbulbs and air conditioning—alone. Deneen’s oddly Rousseauian rejoinder to this is that all we’ve done is replace one form of bondage with another. For instance, in his book, he is almost silent on the emancipation of women wrought by Liberalism except to decry the fact that “liberalism posits that freeing women from the household is tantamount to liberation, but it effectively puts women and men alike into a far more encompassing bondage.”
“You will have to sacrifice a certain quality of life, but if you want to retreat from liberal democratic capitalism and party like it’s 1499, you can.”
It’s true that if you see the market as a form of bondage, you’re going to object to Liberalism. It’s also true that every illiberal order ever known required people to work, too—it just didn’t give them much choice in the matter. What I don’t understand about this line of thinking is how little use it has for human agency, and for people exercising individual rights to pursue happiness as they see it. I’m all for elevating the status of stay-at-home mothers (or fathers), but that option already exists. Right now, there is nothing stopping anyone who hates the abundance of choices provided by the market from exiting it. You will have to sacrifice a certain quality of life, but if you want to retreat from liberal democratic capitalism and party like it’s 1499, you can. The Amish made something like this choice, and I respect them for it, as does Deneen. What I object to is people who want to make that choice for others.
Deneen’s examples of alternatives to Liberalism are closed, small communities in which individual choice is circumscribed. There’s much to be said for such communities, so long as their inhabitants have the right to leave them. But the right to exit is precisely at the heart of Deneen’s indictment.
And that’s what makes all of this so confusing. There is an odd tendency among today’s critics of Liberalism to denounce it for the very things they would like to do themselves, just on their terms. They often decry “cancel culture” for me, but want it for thee. They despise their opponents in the culture war for trying to impose their values on us, but write eloquently about the need to impose our values on them. In this, there’s an interesting symmetry in the mobs on the Left literally tearing down statues and the more rarefied and polite cadres on the Right figuratively doing the same thing.
An illiberal order that allows people to say and think what they want, innovators to create what they want and citizens to maintain loyalties to things other than the perpetuation of the regime is an oxymoron. Which is why I would rather live in a society that often fails to live up to its Liberal ideals than in one that succeeds in forcing me to bow down to illiberal ones.
→ Jonah Goldberg is editor-in-chief of The Dispatch, an American Enterprise Institute fellow and author of Suicide of the West: How the Rebirth of Tribalism, Populism, Nationalism, and Identity Politics Is Destroying American Democracy (Crown Forum). ■
luego vinieron otras pandemias: el abandono de los sistemas primordiales y primarios de salud, la incapacidad de los cuerpos sobrevivientes para hacer frente al virus;
por lo que quebraron los hospitales y, por tanto, murio mucha mas gente que la ya terrible cantidad programada por las pandemias en curso;
pero una vacuna llegó y aplanó el virus, el virus al que llaman Pandemia, la COVID-19,
las otras pandemias continuarán mientras tanto
al menos por el resto de este siglo, amén.
LA CIENCIA sigue trabajando, obrando milagros en medio de tantas pandemias que asolan sin cesar al planeta
LA CIENCIA sigue trabajando, obrando milagros en medio de tantas pandemias que asolan sin cesar, todos los dias sin pausa, sin descanso, sin intermitencias, al planeta
en el inicio fue la pandemia de desamor que provocó otras pandemias ya endémicas en el planeta, permanentes, sin remedio hasta hoy.
en medio de tantas pandemias llego el coronavirus, sucedió lo lógico: quebraron los hospitales y, por tanto, murio mucha mas gente que la ya terrible cantidad programada por las pandemias en curso, esas que nos acompañan por siempre, amén;
una vacuna llegó y aplanó el virus, el virus al que llaman Pandemia, la COVID-19,
las otras pandemias: el abandono de los sistemas primordiales y primarios de salud, la incapacidad de los cuerpos sobrevivientes para hacer frente al virus; continuarán mientras tanto
al menos por el resto de este siglo, amén.
LA CIENCIA sigue trabajando, obrando milagros en medio de tantas pandemias que asolan sin cesar, todos los dias sin pausa, sin descanso, sin intermitencias, al planeta
pienso que le interese a Ramiro, por eso lo traigo en español.
por Patrick J. Deneen
LA MAYORÍA DE LAS PERSONAS ESTÁ DE ACUERDO EN QUE UNA DEFINICIÓN DE EE.UU. es que es una nación liberal. En cierto modo, eso no es cierto para ningún otro país, la mayoría de los cuales han conocido diferentes formas de gobierno político y auto-entendimiento político. Desde su inicio político, América ha sido a menudo definida por su adhesión a la filosofía liberal. Conservadores como George Will y Jonah Goldberg, y liberales como Yascha Mounk y Barack Obama -con todas sus diferencias- creen que América es liberal, y que la forma de salir de nuestra actual ruptura política es restaurar sus fundamentos liberales.
Aunque la gente difiere en cuanto a la definición del liberalismo estadounidense, existe un amplio consenso para comenzar con la Declaración de Independencia. Los seres humanos están dotados de derechos – o ciertas esferas de libertad que no pueden ser ni “alienadas” ni abreviadas. Entre ellas se incluyen “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Los gobiernos se fundan para “asegurar” estos derechos. Haciéndose eco de los argumentos de la época de la Ilustración del inglés John Locke, los seres humanos son por naturaleza “libres e independientes”; piensa en ellos en un “estado de naturaleza”, capaz de hacer y elegir lo que desee. Según esta visión del contrato social, creamos gobiernos que limitan algunos derechos para que podamos disfrutar plenamente de otros. Es una filosofía que hace hincapié en nuestra libertad individual, y define el propósito de cualquier vida pública como el avance de nuestra individualidad.
“Si no tienes éxito bajo las luces del liberalismo moderno, estás literalmente solo.”
Esta filosofía buscaba especialmente derrocar un sistema más antiguo que definía a los humanos por su derecho de nacimiento: noble o siervo, aristócrata o plebeyo, rey o súbdito. Era un mundo en el que tu nombre era quien serías (Smith, Weaver, Taylor) o te definía por quién o de dónde venías (O’Connor, Johansson, von Trapp). El liberalismo era, quizás sobre todo, una declaración de independencia de cualquier identidad que no hubiéramos elegido nosotros mismos, el abrazo de una frontera en la que lo que éramos era simplemente lo que queríamos llegar a ser. Una de las razones por las que los estadounidenses se han obsesionado con El Gran Gatsby es porque Jay Gatsby encarna el sueño de convertirse en una persona completamente nueva, ya no en el provinciano del Medio Oeste, sino en el sofisticado y fanfarrón financiero neoyorquino cuyo pasado abandonado es una cosa de especulación y misterio, y cuyo futuro sólo puede ser imaginado.
Estoy de acuerdo con gente como George Will y Jonah Goldberg en que este encuadre captura la filosofía de al menos algunas ideas de algunos de los Padres Fundadores de la época, y que esta noción de autodefinición se ha arraigado profundamente en la psique colectiva de América. Sin embargo, América y su Fundación nunca se redujo a esta filosofía, y tenía muchas otras herencias, prácticas y autocomprensiones que complicaban e incluso contradecían esta filosofía liberal. Esto incluye, sobre todo, la herencia religiosa de América, incluyendo el puritanismo que estaba presente antes de la Fundación; las diversas sectas protestantes que se establecieron en diferentes partes del país; las oleadas de católicos que llegaron en los siglos XIX y XX; los judíos que llegaron alrededor de esa misma época y, más tarde, escaparon del fascismo; y, más recientemente, los musulmanes que se establecieron en nuevas comunidades en todo el país. Estas tradiciones abrahámicas, en sus diversas formas, enseñaron lecciones radicalmente diferentes sobre nosotros mismos: incluida la creencia de que la “independencia” de los demás y de la naturaleza no es la verdadera forma de libertad, sino el anhelo que expulsó a Lucifer del cielo; que los derechos son meras agresiones contra los demás sin más deberes y obligaciones fundamentales; que la sociedad y el gobierno humanos están correctamente ordenados y dirigidos por leyes naturales y eternas, y no son infinitamente maleables según el capricho humano.
Además, al vivir en un sistema político federado y gobernarnos cerca de casa, también desarrollamos prácticas que hacían hincapié no sólo en nuestros derechos individuales, sino también en nuestros deberes y responsabilidades cívicos. En su visita a los Estados Unidos en el decenio de 1830, Alexis de Tocqueville elogió a los estadounidenses por su activa participación cívica en el autogobierno local, arraigado en los municipios y a menudo ajeno a los acontecimientos en la lejana Washington, D.C. Practicando las “artes de la asociación”, los estadounidenses aprendieron a gobernarse a sí mismos al tiempo que ampliaban su sentido de sí mismos para incluir las preocupaciones y posiciones de los demás. A través de una democracia concebida como la práctica continua del autogobierno, y no como la mera afirmación de los derechos individuales, Tocqueville observó que “el corazón se agranda”. América encontró una forma única de combinar “el espíritu de la religión y el espíritu de la libertad”, una que moderaba los excesos a los que cada uno podía inclinarse.
Sin embargo, Tocqueville observó, incluso entonces, que los estadounidenses tendían a justificar sus acciones en términos de interés propio, incluso cuando esas acciones eran de espíritu público y altruistas. Como señaló, “hacen más honor a su filosofía que a sí mismos”; más honor
Sin embargo, Tocqueville observó, incluso entonces, que los estadounidenses tendían a justificar sus acciones en términos de interés propio, incluso cuando esas acciones eran de carácter público y altruista. Como él remarcó, “ellos hacen más honor a su filosofía que a sí mismos”; más honor a la filosofía liberal de algunos de nuestros Fundadores que a los humanos más completos y complejos que somos. El largo texto de Tocqueville, Democracia en América, contiene una advertencia de que si los americanos se conforman totalmente a esa filosofía liberal, perderán esas herencias vitales que corrigen las tendencias egoístas, individualistas, materialistas y privatizadoras a las que el liberalismo -dejando a su aire- tendería con el tiempo.
El liberalismo americano era factible sólo porque América no era completamente liberal. Pero hoy en día, nos hemos convertido en lo que nuestra filosofía liberal nos imaginaba: libres de obligaciones y responsabilidades entre nosotros, libres de deberes para con las generaciones pasadas y futuras, dueños de la naturaleza que consideramos como nuestra posesión para usar y abusar, consumidores más que ciudadanos. Con el debilitamiento de la religión, la centralización de nuestra política, un mercado mundial y la pérdida de la responsabilidad cívica, hemos creado voluntariamente las condiciones del estado hobbesiano de la naturaleza, una guerra de todos contra todos. Las herramientas del orden liberal que estaban destinadas a liberarnos de las obligaciones interpersonales -el Estado y el mercado- ya no están bajo nuestro control; en encuesta tras encuesta, y expresado en película y canción, los estadounidenses expresan la ansiedad y el temor de que ya no se sienten libres. Más bien, se sienten como si estuvieran sujetos a las fuerzas impersonales de nuestra liberación: el estado, el mercado y la tecnología. Paradójicamente, a medida que el liberalismo se fue haciendo plenamente suyo, socavó las condiciones que hicieron posible un liberalismo modesto. Recordamos débilmente que Gatsby murió solo, su funeral casi sin amigos ni familia.
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una descripción de 1819 de la presentación de la Declaración de Independencia al Congreso en 1776. (GRAPHICAARTIS/GETTY)
Además, este sistema que surgió para derrocar el gobierno arbitrario de la vieja aristocracia ha dado lugar a una nueva y poderosa élite. Un sistema que prometía libertad liberando a la gente de los demás -de su lugar, familia, tradiciones e historia- ha demostrado ser ideal para un pequeño subconjunto de personas que prosperan en un mundo sin fronteras de opciones ilimitadas, en medio del debilitamiento de las instituciones tradicionales que una vez nos instruyeron a ser públicos y generosos con esas opciones. Los llamados “conservadores” promovieron el libre mercado liberal al tiempo que afirmaban apoyar los “valores familiares” que el capitalismo desenfrenado socava; mientras que los llamados “progresistas” dominan las instituciones de élite, como la academia, donde arrojan bromuro igualitario y limitan la admisión a una pequeña fracción de la subpoblación adinerada. Las élites de hoy se congregan en una estrecha franja de zonas urbanas ricas y caras del país, ya no viven junto a la clase obrera y ven cada vez más con desprecio y burla las opiniones más tradicionales de los habitantes del centro del país. El elogio de Tocqueville a las “artes de la asociación” ha sido reemplazado por la señal de virtud de una élite que profesa su feroz igualitarismo.
Mientras tanto, las instituciones locales se corroyeron y se derrumbaron, perjudicando especialmente las perspectivas de una vida decente entre las clases trabajadoras de todas las razas, que han experimentado una ruptura en la estabilidad económica y social y un aumento masivo de muertes por desesperación. Washington, D.C. ha sido gobernada por una sucesión alternada de partidos que avanzaron diferentes caras de la misma moneda liberal, expandiendo el mercado mundial y dañando al mismo tiempo las instituciones y prácticas religiosas, familiares y cívicas que son las fuentes más vitales de la educación en la verdadera libertad y la igualdad de oportunidades. Se les dice que todo va bien porque el PIB y los índices bursátiles son más altos, mientras que conciudadanos invisibles mueren en masa por suicidio o automedicación en medio de una soledad inexpresable.
Los defensores del “liberalismo clásico” -aquellos que a menudo han reivindicado la etiqueta de “conservador” desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pero que hoy en día serían llamados “liberales” en la mayoría de las naciones europeas- señalan las medidas de éxito económico y material como prueba de la superioridad moral del liberalismo. Lo que Jonah Goldberg llama “el Milagro” -el rápido ascenso de la riqueza y la prosperidad que comenzó especialmente con el período de industrialización en el siglo XIX- basta, para algunos, para demostrar que ningún otro sistema ha tenido tanto éxito en la lucha contra la miseria humana. Este “conservadurismo” llega a asemejarse a los aspectos centrales del marxismo, afirmando que el éxito o el fracaso, y la moralidad o la inmoralidad, de un sistema político se basa en su base económica. Un conservadurismo más antiguo y verdadero reconocía que la salud económica era esencial para el florecimiento humano, pero era tan cauteloso de demasiada riqueza y demasiada desigualdad como de muy poca prosperidad. John Adams, por ejemplo, escribió sobre la necesidad de “leyes suntuarias” -prohibición del “lujo”- porque la riqueza excesiva era tan peligrosa para la virtud de los ciudadanos republicanos como la poca prosperidad. “No sé si nuestros compatriotas tienen la sabiduría y la virtud suficientes para someterse a ellas, pero la felicidad del pueblo podría ser muy promovida por ellos… La frugalidad es un gran ingreso…, curándonos de las vanidades, las frivolidades y las fopperias.” Muchos de los miembros de la generación fundadora, a quienes autores como Goldberg y George Will están siempre ansiosos por citar, expresaron su grave preocupación por los efectos corruptores de la riqueza y la necesidad de equilibrar el comercio con el cultivo de la virtud cívica. Discutieron cómo una economía debe regirse por las preocupaciones por el bien común, especialmente para apoyar los hábitos modestos y frugales, la evitación de la deuda y el predominio de las circunstancias “intermedias” de la mayoría de la gente.
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DEMASIADO
El segundo presidente de EE.UU. John Adams, pintado alrededor de 1790. Adams apoyó las “leyes suntuarias” contra la riqueza excesiva.
(STOCK MONTAGE/GETTY)
“La energía y los debates más vitales tienen lugar entre aquellos que buscan construir los cimientos de un futuro post-liberal.”
“El Milagro” describe una acumulación agregada de riqueza global, pero ignora su concentración: la creciente, e incluso obscena, diferenciación de la riqueza generada por la economía americana y sancionada por nuestro orden político. El liberalismo clásico defiende hasta el último aliento la legitimidad de esta desigualdad, pero las tradiciones clásicas y bíblicas consideraban esa desigualdad como injusta, oligárquica y profundamente desestabilizadora. Los conservadores de una tradición más antigua medían la salud de la sociedad no en función de una base puramente material -como Marx o Goldberg, en sus diferentes formas- sino en función de la salud general de sus instituciones y de las decencias compartidas fácilmente disponibles, especialmente para la gente corriente. En medio de la actual concentración de la riqueza en los hogares de las élites, hemos sido testigos de un impresionante aumento de las muertes por desesperación en la clase trabajadora, incluyendo la epidemia de muertes por opiáceos y el aumento de las tasas de suicidio. Cuanto más estrechas sean las circunstancias económicas, menos probable es que se casen, eviten el divorcio si se casan, tengan hijos en el matrimonio y disfruten de la pertenencia a las gruesas redes de la sociedad civil a través de las iglesias y las asociaciones de voluntarios. Con estas medidas, aunque cada vez menos personas disfrutan de los frutos del “Milagro”, a los menos les queda “la Devastación”. Si no tienes éxito bajo las luces del liberalismo moderno, estás literalmente solo. El liberalismo prevé que alcanzamos la felicidad cuando podemos llegar a ser “independientes” – autoconstruirse – pero lo que la mayoría de la gente necesita y desea son los profundos lazos de comunidad y cuidado mutuo que se han convertido en bienes de lujo en nuestra sociedad liberal.
Nuestra política actual se ha vuelto tan inestable y feroz porque el liberalismo ha fracasado. Fracasó no porque no haya alcanzado su visión de la persona humana aislada y autónoma, y el esfuerzo por construir una sociedad indiferente a las cuestiones del bien común, sino porque lo logró. Como los aristócratas de antaño, algunos lucharán ferozmente por mantener este sistema contra el creciente descontento insistiendo -contra la evidencia de los sentidos de los impotentes y desposeídos- en que se beneficien de sus corrupciones. Pero como los liberales de antaño -quienes hace varios siglos pidieron un cambio fundamental, pero hoy se han convertido en el corrupto establecimiento oligárquico- la energía y los debates más vitales se están llevando a cabo entre aquellos que buscan construir los cimientos de un futuro post-liberal, y no entre aquellos que nos dicen que todo está bien si sólo limitamos nuestra mirada a los tontos barrios de Washington, D.C.
→ Patrick J. Deneen es profesor de ciencias políticas en la Universidad de Notre Dame y autor de Why Liberalism Failed (Yale University Press).
EL LIBERALISMO NO HA FALLADO
por Jonah Goldberg
EMPEZAMOS CON UNA CONCESIÓN: Las cosas no van muy bien ahora mismo en América. Siento que esto necesita poca elaboración, así que sólo lo afirmaré. Lo hago para conceder que no es el momento ideal para que un conservador como yo esté en desacuerdo con un conservador como Patrick Deneen en los méritos y éxitos comparativos del Liberalismo.
Ahora, por supuesto, lo que queremos decir con Liberalismo aquí no es progresismo, despertar-ismo, o cualquier otra cosa que tu típico presentador de radio de derecha- o izquierdista de MSNBC significa por liberalismo. Por eso, para mayor claridad, usaré una “L” mayúscula para el Liberalismo que asociamos con John Locke, Adam Smith, David Hume y aspectos de las varias transformaciones sociales que caen bajo la etiqueta de “la Ilustración”. (Hubo muchas Ilustraciones -inglés, escocés, francés, americano e incluso alemán- y no todas sus contribuciones fueron iguales o necesariamente positivas. Pero usaré el término comodín de todas formas, para simplificar.)
“Prefiero vivir en una sociedad que a menudo no está a la altura de sus ideales liberales que en una que tiene éxito en obligarme a inclinarme ante los antiliberales.”
Deneen comienza su libro, Why Liberalism Failed, afirmando que el Liberalismo es “una filosofía política concebida hace unos 500 años, y puesta en práctica en el nacimiento de los Estados Unidos casi 250 años después”. Podría objetar la fecha del certificado de nacimiento, pero podemos trabajar con esto. En resumen, Deneen cree que una mala idea nació hace cinco siglos, y que América cometió un grave error al correr con ella en la época de la Ilustración.
Tendemos a usar el término Ilustración en sentido figurado: la humanidad “vio la luz”, etc. Pero vale la pena recordar que antes de la Ilustración, las cosas eran oscuras, literalmente oscuras. El año 1520 fue, como los 500.000 años anteriores, un tiempo en el que “el mundo se iluminó sólo con fuego”, por tomar prestada una frase de William Manchester. Cuando el sol se ponía, la única manera de iluminar artificialmente la oscuridad era con fuego, que en realidad era bastante caro. Así que la lectura nocturna era un lujo raro, aún más raro porque el 90 por ciento de los europeos aún no sabía leer. Probablemente no era una carga tan grande, dado que la mayoría de los europeos pasaban sus días en un trabajo agotador y probablemente estaban demasiado cansados para leer de todos modos, incluso si podían permitirse un libro (otro lujo).
La esperanza de vida en Inglaterra mejoró de alrededor de 30, a principios del siglo XVI, a casi 40 a finales de siglo. Las cifras de muertes en edad infantil subieron a más de un tercio a los seis años, y un desgarrador 60 por ciento a los 16 años. Las mujeres, que por todos los derechos deberían vivir más que los hombres, murieron más jóvenes debido a los peligros del parto. “El día de su boda, tradicionalmente, su madre le dio un trozo de tela fina que podía convertirse en un vestido”, escribe Manchester sobre una mujer típica de la época. “Seis o siete años más tarde, se convertiría en su mortaja.”
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CONTROLES Y EQUILIBRIOS
Alexis de Tocqueville escribió que América había desarrollado una nueva forma de combinar “el espíritu de la religión y el espíritu de la libertad”.
(IMÁGENES DE BELLAS ARTES/IMÁGENES DEL PATRIMONIO/GETTY)
Tan sombrías como eran las cosas hace 500 años, vale la pena señalar que no eran mucho mejores 250 años después, cuando Deneen argumenta que tomamos un giro equivocado. En la época de la fundación, la esperanza de vida y la alfabetización habían mejorado, pero si revisara los números, todavía sonaría como si estuviera describiendo una nación del tercer mundo extremadamente pobre hoy en día. Eso es porque casi todo lo que asociamos con una calidad de vida medio decente irrumpe en escena en un relativo parpadeo. Hasta el liberalismo -mercados libres, gobierno limitado, democracia y derechos individuales- el ser humano medio vivía con unos tres dólares al día. Se puede discutir con las matemáticas, pero ningún economista discutiría el punto básico: Desde la Revolución Agrícola hace unos 12.000 años, hasta hace tres siglos, el ser humano típico vivía en una pobreza aplastante y moría a una edad temprana por la violencia o, más probablemente, por alguna enfermedad del intestino. Como dice el economista Todd Buchholz, “Durante la mayor parte de la vida del hombre en la tierra, no ha vivido mejor en dos piernas que en cuatro”.
Esto me parece el punto más importante que se puede imaginar en cualquier discusión sobre historia política, y sin embargo a veces parece una idea tardía para Deneen. Algunos argumentan que el mérito de nuestra liberación de la pobreza y la miseria física debería ir a la Revolución Científica. El problema es que sin el Liberalismo, la Revolución Científica habría sido una revuelta de corta duración. Muchas civilizaciones tuvieron momentos sorprendentes de avance científico e innovación. Sin embargo, cada vez que se daban nuevos pasos, las potencias antiliberales, en China, Oriente Medio o incluso en la República de Venecia, sofocaban la innovación como una amenaza ilegítima a su dominio. Sólo el liberalismo optimista cambió la ecuación de manera que la libertad -la libertad económica, política, social y científica- fue reconocida como un bien en sí misma porque el individuo era soberano.
La llegada del Liberalismo, primero en Inglaterra y Holanda y luego en el Nuevo Mundo, cambió la experiencia humana de una definida por la escasez y la supervivencia a una definida por las ocupaciones y los esfuerzos listos para la elección.
Esa última palabra -elegir- ilumina quizás la mayor molestia de Deneen con el Liberalismo. Él argumenta que John Locke y un puñado de co-conspiradores ideológicos convencieron a todos de que los humanos son “criaturas no relacionales, separadas y autónomas” que deben tomar decisiones basadas en “cálculos de interés propio individual sin consideraciones más amplias del impacto de las elecciones de uno en la comunidad, las obligaciones de uno con el orden creado, y en última instancia con Dios”.
Creo que esto es un poco de un hombre de paja, dado cómo viven los liberales de verdad (aún no he conocido a uno al que no le importe cómo sus decisiones afectan a los demás). En cualquier caso, me alegra admitir que Deneen hace muchos puntos incisivos con los que, como conservador, estoy de acuerdo en una medida u otra. Hay un sinfín de desventajas en el individualismo radical. Los problemas de América hoy en día están inextricablemente ligados a la ruptura de la familia, las instituciones locales, las comunidades, la religión organizada y la confianza social. Tal deterioro es impulsado, al menos en parte, por la implacable lógica individualista del Liberalismo y el mercado (Joseph Schumpeter hizo este punto sobre los mercados ya en la década de 1940).
Pero, ¿qué se puede hacer al respecto? Un primer paso sería hacer el diagnóstico correcto. Encuentro el intento de Deneen de culpar de todo esto a John Locke & Co. muy poco convincente. Y los defectos de este argumento le llevan a conclusiones erróneas. Es como si creyera que si puede persuadir a todo el mundo, incluyendo a los miles de millones de personas que no saben quién era Locke, de que Locke estaba equivocado, alguna sociedad idealizada emergerá para llenar el vacío. Para empezar, el Liberalismo no surgió de la frente de Locke como Atenea de la de Zeus. Locke mismo era un producto de la cultura liberal de Inglaterra, y en muchos aspectos él simplemente sintetizaba ideas y normas que estuvieron en el aire por un tiempo.
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EL REY NO PUEDE ENTRAR
Las raíces inglesas del liberalismo se remontan a un milenio antes de que Locke naciera. Tomemos, por ejemplo, el mismo
(MONTAJE DE STOCK /GETTY)
La Cuarta Enmienda liberal protege contra la intrusión injustificada del Estado: Esta idea se remonta a la estrafalaria costumbre inglesa de que “el hogar de un hombre es su castillo”. Algunos eruditos lo rastrean hasta 1066 o antes, y se puede encontrar en el texto legal inglés del siglo XIV conocido como el Espejo de los Jueces. Esta larga tradición culminó con la contundente defensa de William Pitt en 1763, un siglo después de que ya estuviera consagrada en el derecho consuetudinario: “El hombre más pobre puede en su casa desafiar a todas las fuerzas de la corona. Puede ser frágil, su techo puede temblar, el viento puede soplar a través de él, la tormenta puede entrar, la lluvia puede entrar, pero el Rey de Inglaterra no puede entrar”.
Del mismo modo, los controles y equilibrios del sistema constitucional americano probablemente se deben más a la geografía de Inglaterra que al pensamiento político de Montesquieu (o Locke). Como nación insular, Inglaterra no necesitaba ejércitos permanentes. Sin ejércitos permanentes, el rey dependía de los nobles para hacer la guerra y mantenerse en el poder. Por eso la Carta Magna fue posible unos cinco siglos antes de que Locke naciera. El punto es que Locke, como tantos intelectuales acreditados con alguna sorprendente innovación filosófica, fue en muchos aspectos un indicador de rezago, sintetizando ideas y conceptos ya en uso.
Si América se convirtiera en una nueva distopía antiliberal, los futuros historiadores podrían dar crédito al libro de Patrick Deneen. Pero un estudio más detallado revelaría que, a pesar de todas las brillantes ideas de Deneen, sólo estaba avanzando un argumento que ya estaba en las aguas subterráneas.
Si Locke nunca hubiera nacido, los Revolucionarios Americanos todavía habrían argumentado por sus “antiguas libertades inglesas” e invocado los principios de la Revolución Gloriosa. Alexis de Tocqueville todavía habría descrito al americano como “el inglés dejado en paz”. De hecho, la Reforma Protestante y la imprenta que la hizo posible son mucho más importantes para la evolución del Liberalismo que los escritos de los teóricos políticos de la Ilustración. Cualquier intento de arreglar, no importa reemplazar, el Liberalismo con algo más necesita tener en cuenta todo esto. Los americanos pueden ser ignorantes de la teoría Liberal, pero están enamorados de la cultura y la práctica Liberal.
Déjeme evitar una objeción. No creo que el Liberalismo sea bueno simplemente porque entrega los bienes materiales, aunque liberar a la humanidad de las privaciones y las enfermedades es obviamente algo bueno. Aún así, el hombre vive con algo más que el pan y los antibióticos, las bombillas y el aire acondicionado. La extraña réplica de Deneen a esto es que todo lo que hemos hecho es reemplazar una forma de esclavitud por otra. Por ejemplo, en su libro, casi no dice nada sobre la emancipación de la mujer forjada por el liberalismo, excepto para denunciar el hecho de que “el liberalismo postula que liberar a la mujer del hogar equivale a la liberación, pero efectivamente pone a mujeres y hombres por igual en una esclavitud mucho más amplia”.
“Tendrás que sacrificar una cierta calidad de vida, pero si quieres retirarte del capitalismo liberal democrático y del partido como en 1499, puedes hacerlo.”
Es cierto que si ves el mercado como una forma de esclavitud, vas a objetar al Liberalismo. También es cierto que todo orden antiliberal que se conoce requiere que la gente trabaje, también, sólo que no les da mucha opción en el asunto. Lo que no entiendo de esta línea de pensamiento es el poco uso que tiene para la agencia humana, y para las personas que ejercen los derechos individuales para buscar la felicidad tal como la ven. Estoy a favor de elevar el estatus de las madres (o padres) que se quedan en casa, pero esa opción ya existe. En este momento, no hay nada que impida que alguien que odia la abundancia de opciones que ofrece el mercado salga de él. Tendrás que sacrificar una cierta calidad de vida, pero si quieres retirarte del capitalismo liberal democrático y del partido como si fuera 1499, puedes hacerlo. Los Amish hicieron algo así, y yo los respeto por ello, al igual que Deneen. Lo que me opongo es a la gente que quiere hacer esa elección por los demás.
Los ejemplos de Deneen de alternativas al Liberalismo son comunidades cerradas y pequeñas en las que la elección individual está circunscrita. Hay mucho que decir sobre estas comunidades, siempre y cuando sus habitantes tengan el derecho de abandonarlas. Pero el derecho a salir está precisamente en el corazón de la acusación de Deneen.
Y eso es lo que hace que todo esto sea tan confuso. Hay una extraña tendencia entre los críticos actuales del Liberalismo a denunciarlo por las mismas cosas que les gustaría hacer ellos mismos, sólo en sus términos. A menudo denuncian la “cultura de la cancelación” para mí, pero la quieren para ti. Desprecian a sus oponentes en la guerra cultural por intentar imponernos sus valores, pero escriben elocuentemente sobre la necesidad de imponerles nuestros valores. En esto, hay una simetría interesante en las turbas de la izquierda literalmente derribando estatuas y los cuadros más enrarecidos y educados de la derecha haciendo lo mismo en sentido figurado.
Un orden antiliberal que permite a la gente decir y pensar lo que quiere, a los innovadores crear lo que quieren y a los ciudadanos mantener lealtad a otras cosas que no sean la perpetuación del régimen es un oxímoron. Por eso prefiero vivir en una sociedad que a menudo no está a la altura de sus ideales liberales que en una que logra obligarme a inclinarme ante los antiliberales.
→ Jonah Goldberg es editor en jefe de The Dispatch, becario del American Enterprise Institute y autor de Suicide of the West: How the Rebirth of Tribalism, Populism, Nationalism, and Identity Politics Is Destroying American Democracy (Crown Forum). ■
en el inicio fue la pandemia de desamor que provocó otras pandemias ya endémicas en el planeta, permanentes, sin remedio hasta hoy.
en medio de tantas pandemias llego el coronavirus, sucedió lo lógico: quebraron los hospitales y, por tanto, murio mucha mas gente que la ya terrible cantidad programada por las pandemias en curso, esas que nos acompañan por siempre, amén;
una vacuna llegó y aplanó el virus, el virus al que llaman Pandemia, la COVID-19,
las otras pandemias: el abandono de los sistemas primordiales y primarios de salud, la incapacidad de los cuerpos sobrevivientes para hacer frente al virus; continuarán mientras tanto
al menos por el resto de este siglo, amén.
LA CIENCIA sigue trabajando, obrando milagros en medio de tantas pandemias que asolan sin cesar, todos los dias sin pausa, sin descanso, sin intermitencias, sin vacunas que las puedan aplanar
La lista de higienizantes de manos tóxicos:
https://www.fda.gov/drugs/drug-safety-and-availability/fda-updates-hand-sanitizers-methanol#products
Es increíble como logra sobrevivir el pueblo venezolano.
A la destrucción literal de la poca industria que poseía más la corrupción generalizada hay que agregar que la Refinería de Amuay, la tercera mundial hace unos 15 años hoy ya es inoperante, de hecho cerró sus puertas (ninguna refinería funciona ya en Venezuela)
Producía 3000 millones de barriles diarios 15 años atrás a los 500 millones de hoy.
Percibe un 95% menos de ingresos que hace 6 años toda vez que con la caída de la producción catastrófica más un barril de 57 dólares promedio los últimos años pasó a 10 dólares en abril.
El oro, su otro recurso abundante ya está en manos de bandas delictivas y de cuya exportación solamente pasa un 10% por el control del Estado.
Es probable que con un pequeño empujoncito desde afuera el madurismo pierda total control de los hechos internos.
La miseria debe ser calamitosa.
Revise las cifras de “miles de millones diarios”. De noche todos los gatos somos pardos.
…y estamos cansados. Saludos.
Gracias por la aclaración del error. Es 3 millones de barriles diarios y pasó a extraer 500 mil en la actualidad.
Jajaja los come mierdas de la administración me banearon el comentario. Tal vez pronto tenga la suerte de ser dado de baja. Saludos.
Trump acortó distancia fuertemente esta semana. Si se toma en cuenta a los que mienten para no ser tildados de “racistas”, ya está dentro del margen de error. Lo principal en las encuestas son LAS TENDENCIAS, estas siempre se aceleran al final. Lo siento por el Mariscal y su séquito de infelices. Para todos los lamentables, FELICIDADES.
Según la encuesta de Rasmussen, pero es la más confiable. Fue la que más se aproximó a la verdad en el 2016.
Sí, según Rasmunssen la diferencia es de -2%. Pero incluso en las demás si se suma un 5% de intención mentinda cae en margen de error (o casi).
Fuera de tema. Llevo días bravos de negociaciones y estrés. Buenas noticias, que se mezclan con no tan buenas (mi elemento). Escribir me distrae un poco pero ya vengo acumulando insomnio. Voy a prepararme unos mates ahora, con Borges y algunas alcaparras. Seguro pasó hasta el segundo canto del gallo.
El cambio de tendencia puede estar relacionado con esto.
https://www.americanthinker.com/articles/2020/07/biden_and_the_democrats_cant_win_by_insulting_americans.html
Por cierto, en el artículo se menciona el ¨arte del insulto¨ 🙂
*deplorables jajaja
Los que son las casualidades “dialécticas”. Abro el tomo tres, en la página 382, izquierda.
Anverso
“Dormías. Te despierto.
La gran mañana depara la ilusión de un principio.”
…
Jajaja puede buscarlo en la red y seguirlo.
A la derecha, página 383
Reverso
“Recordar a quien duerme
Es un acto común y cotidiano”
…
Debe estar de seguido en la red.
Tremendo…
casualidades.
quien financia a la OMS.
De los 6 000 millones de presupuesto de este organismo el 80% viene de instituciones privadas como la Fundacion Gates que pago a la OMS 900 millones en el periodo 2018 2019, empresas farmacéuticas, etc, solo el 20% de los gastos de la OMS proviene de los países miembros de los cuales EU era el mayor contribuyente con 850 millones en ese periodo.
Casualmente Bill Gates venia pronosticando el virus desde el 2015 y también casualmente una parte importante de su Fundacion se dedica a la vacunacion y acaba de invertir 750 millones en la farmacéutica inglesa AstroZeneca para obtener la vacuna.
Es fácil entender como los países con mas muertes son los mas desarrollados. En la era de la información el que mienta mejor será coronado, pero tambien el que mejor impulse a sus inteligencias. Occidente pierde en lo primero, con sus exámenes masivos y prensa libre aunque muy incapaz, superficial e inculta, pero Occidente revienta al resto del mundo en lo segundo, en sus inteligencias puestas a trabajar, en el numero de patentes, en las univerdidades y y demas instituciones del pensamiento puestas a trabajar en competencia frenética.
Apuesto por el frenetismo occidental.
que otros apuesten por las mentiras del resto.
Bueno lo dicho. Pienso que el autor paso su trabajito para decir todo lo que dijo sin mentar al presidente. En todo el problema de Venezuela hay algo que no he entendido bien. En la primera salida de Guaido no paso por USA, despues mando a su esposa a hablar con Trump. En su ultima salida se entrevisto con Trump. Tal vez el partido de Guaido y su jefe Leopoldo, por estar afiliados a la internacional socialista o por lo que sea, no quieren una intervención USA. La constitución venezolana permite pedir la intervención extranjera y no lo han hecho. Todos los políticos y expresidentes, con dos dedos de frente, han pedido la intervención “humanitaria” en Venezuela. Trump siempre ha dicho que todas las posibilidades estaban sobre la mesa. Cuando la entrada de alimentos el año pasado hubieran podido hacerlo y no lo hicieron y parece que no lo quieren hacer y Guaido nunca ha hablado de tal posibilidad. Mientras no usen la fuerza contra el régimen de Maduro y mientras tengan a los entrenados asesores cubanos al lado de Maduro olvídense que sin una fuerza extranjera no pasara nada y seguirán, los venezolanos, de mal en peor. Saludos.
trump le saca 30pts en algunos sitios
https://renewedright.com/will-you-be-voting-for-donald-trump-in-2020-poll-results/
de 30 a 60pts,
su gente huye de CNN y parecidos; los democratas por su parte aprendieron cero de nov.´16 y siguen confiados de que arrazarán otra vez 🙂
a comment:
Rarmold
JULY 3, 2020 AT 1:01 PM
No other President has done more for the American people in less than 4 years than President Trump. And all while fighting “the hyenas” of the democratic party and the interests groups that are furious because he’d disrupted their agenda. They have been wishing the President to fail from day one, and have worked hard to see him fail with not a care for the American families and their well being because they’re wealthy and their own families would not have been impacted if the President failed. But you and I would have been. Fellow Republicans don’t buy into the lies they are trying to feed you to stop you from voting for Trump in 2020. Slippy Joe will be a puppet in the hands of the interests groups just like Obama was. In 8 years of presidency Obama did nothing for the American people and did nothing to help his own people, the African American community. Instead he spent his time in office catering to interests groups. I had expected him at least to do something to help the people in Chicago, with the Black on Black crime situation, but he did nothing to help them. Fellow Americans, if you love your family and your country, you know what you need to do to Keep America Great comes November 2020: Vote for Donald Trump.
Apenas soliciten ayuda extranjera van a parar al calabozo y no vuelven a ver más la luz. EEUU con sus permanentes cambios de timón es el socio menos confiable del planeta. Si los rusos apuntalan a alguien puede estar seguro que no lo abandonarán, ni siquiera cuando salieron del comunismo se olvidaron de sus amigos, de los gringos no se puede esperar nada. El caso de Bolton con sus “5000 tropas” ejemplariza la opinión y la seriedad que manejan para con Latinoamérica. Saludos.
Victor, coincido con la opinión de la mayoría de los expresidentes y políticos del continente, que creo sin menospréciarnos que conocen un poco mejor que nosotros la situación:
“El expresidente del Gobierno español, José María Aznar (1996-2004), pidió este viernes una intervención militar en Venezuela para derrocar al Gobierno de Nicolás Maduro, al que se refirió como un «dictador».
«A las dictaduras es preciso derribarlas», dijo Aznar en una conferencia en Madrid junto a su homólogo colombiano, el expresidente Álvaro Uribe.A lo largo de su intervención, Aznar afirmó que «los dictadores no caen soplando» e insistió en que «caen de otras formas».
En ese sentido, el expresidente español criticó los llamamientos de diferentes actores al «diálogo» en Venezuela, bajo la premisa de que los intentos de diálogo solo sirvieron para «consolidar la dictadura».
En unos términos similares se expresó Álvaro Uribe, que también apostó por la vía militar y por una «solución de fuerza» para culminar la operación de cambio de régimen en Venezuela. Tambien el secretario Almagro se expreso en el mismo sentido.
La “Ayuda Humanitaria” la pueden pedir de diferentes formas e incluso el tribunal supremo que esta fuera del pais. No creo que haya que ahondar en como hacerlo sin que los metan presos. Por otro lado hay muchas formas de usar la fuerza incluso sin poner los soldados en el terreno, el mismo CAM que no es militar da una idea de como hacerlo, supongo que los militares tendrán muchas opciones que utilizar. Saludos
Difiero completamente, Bacu. Por supuesto que el ex presidente Uribe conoce muy bien y mucho mejor que yo la realidad política y social de Venezuela y Colombia, pero él tiene SU PROPIA AGENDA. Colombia es quizás la próxima conquista del socialismo, y lo peor es que Colombia tiene la gente para exportar luego la revolución. El caso de Brasil, con una izquierda mayoritaria no es tampoco inmune al socialismo, lo bueno es que tiene la aristocracia de la corte portuguesa y el ejército responde a esa oligarquía aristocrática. Ahora lo están fortaleciendo para “dar batalla” contra cualquier enemigo “externo” futuro, pero en realidad lo están orientado al control interno. No se puede contar con ninguno de esos dos países, por lo que no se puede contar con ninguno. Almagro es un pobre infeliz que militó toda la vida en la izquierda y perteneció al frente amplio y a Mujica-montoneros, parece que ahora aprendió algo, pero si le llevo 30 años darse cuenta no es tampoco muy listo.
Me gané la vida y logré abrirme un espacio de manera independiente en estos países. Si a cualquiera de estos chupa sangre de la política los pusieran en las mismas circunstancias, no pasarían de obtener una pensión de caridad. Son ratones de corredores y lobbies, donde pescan algún puesto a cambio de repartir después favores. Un saludo.
Victor, creo que hay una luz al final del túnel y la única que veo, aunque sea miope, es la de “La Ayuda Humanitaria”, por tu comentario parece que solo se puede esperar la obscuridad de Venezuela -Cuba distribuida a toda la región y no creo que pase. La izquierda ha perdido mucho terreno, perdió a Brazil, perdió a Ecuador y a Bolivia. Mantiene a Cuba, principal criminal de la serie, Nicaragua con Daniel Ortega, sin descendientes al poder y con muchos del mismo FSLN que no apoyan a Ortega y Mexico que trata de meterse en el ruedo, pero que realmente no puede fajarse ni con los narcos. Es decir todo apunta a que estamos ganando la guerra.
Las próximas elecciones en USA serán determinantes para el futuro del continente Americano. Con Trump en el poder y Rubio a la cabeza del Comité de Inteligencia podrán hacer, al menos, mas que si Biden sale presidente. Saludos.
No digo que no haya esperanzas, Bacu. Lo que digo es que no es posible ninguna coalición con los países latinoamericanos.
Esas son tonterías de tipos sin ninguna capacidad estratégica como Carlos Alberto (parecido a aquel Cubano que nos acompañaba) y politicuchos que solo repiten lo que su segmento quiere oír. Los EEUU si quieren extirpar el fibroma, tienen que intervenir SOLOS apoyando a una fracción (de mentirillas) del ejército bolivariano que se haya previamente escindido con “negociaciones” y o chantaje, y después alinear con ese comando a todas las fuerzas del ejército. Podrán usar su air force para cerrar el país y fijar en su punto a las unidades blindadas venezolanas (mientras cambian de bando), pero el resto tienen que resolverse en forma interna por los venezolanos. Las fuerzas verdaderas con que cuenta el régimen de Maduro son las guerrillas colombianas y los colectivos, los cuales estarían desde antes dentro de todos los barrios de Caracas y las ciudades importantes y no podrían ser atacados por la aviación americana (la matazón de civiles seria terrible). La “guardia bolivariana” ya habría dado el golpe si tuviera con qué. Aún así, todos entendemos que la chusma latinoamericana, que somos la gran mayoría, vociferaremos contra el “gringo invasor” desde la tierra del fuego hasta Alaska. Un saludo.
Las excepciones Gay no son propiamente excepciones, sino un rostro más sano de la homosexualidad. Una gran parte de los gay, diría que incluso pueden ser mayoría, es además pederasta. Esa doble condición es en general la que conforma el lobby político activo gay, y esto es así desde los tiempos de Tiberio.
Respecto al “arte de la ofensa” (no del insulto) requiere de educación y cierto revestimiento de aristocracia. Por supuesto que Trump administra una variante apropiada para la “white trust” americana, que Julián por su exquisita intelectualidad rechaza, aunque sabe necesaria por el sino de los tiempos. Cordial saludo.
Rubio trató de insultar a trump diciendo que de no haber heredado fortuna habría llegado solo a vendedor de relojes en NY (ofendiendo a los selfmade vendedores de relojes y otras prendas y una comunidad enorme de gente importante)
en ese arte se evidencia la comprensión del juego político.
Hillary con su Deplorables demostró ser una tonta sin remedio, ya lo había demostrado hasta la saciedad con sus otros disparates, pero este fue el empujoncito que le faltaba para rodar al abismo que pertenece
Hillary es una lumbrera comparada con Sleepy. Con lo de los deplorables metió la pata hasta lo último, pero mo me imagino a Hillary diciendo que Obama es el primer negro articulado o que el negro que no votara por ella no era negro. Con lo de los deplorables la bruja insultaba a sus oponentes. El caballito a sus votante.
Terminó gustándome lo del caballito. Al principio me parecía una falta de respeto con esos nobles animales, pero el de Troya, que es lo que Biden es, no pertenecía a esa nobleza 🙂
Deje de ser políticamente correcto con perros
Y caballos
¨Mientras más conozco a los hombres más quiero a mi perro¨
Cuesta mucho entender porqué no abren la economía los líderes del chavismo.
Hoy Venezuela podría ser un paraíso para los inversores locales y foráneos.
Los salarios, los impuestos y los activos en dólares están baratísimos.
Hay todo para hacer y reconstruir. Las posibilidades son enormes si el régimen da un mensaje de apertura y comienza a liberar la economía, los dólares de los propios venezolanos que los tienen afuera llegarían primero y les seguirían los extranjeros si ven que el régimen continúa afianzado en el poder.
Y el verso de que los dirigentes son comunistas no se lo creen ni ellos mismos. Son simples saqueadores.
Les permitiría mantenerse en el poder y con mucho mejores expectativas de disminuir los conflictos y de paso sacar de la extraordinaria miseria que hoy vive esa sociedad.
Increíble…..
No diga tonterías, el capital privado es inteligente. Nadie invertiría en Venezuela, si “abren” un portillo es para que se entrampe algún estúpido, que por lo general son gobiernos crédulos del socialismo nórdico, o populistas latinoamericanos para demostrar su “independencia política”, como cuando Perón le regaló Falcons y Fiat a Cuba, o Chávez les regaló Venezuela. Saludos.
Victor, cualquier escenario de política económica es mejor que el actual en Venezuela. Cualquiera.
Si el régimen chavista muestra pruebas convincentes de un cambio de rumbo, sin dudas las expectativas cambiarían.
Como cambiaron en China, Vietnam o Camboya por nombrar algunos ejemplos de regímenes comunistas que decidieron cambiar el rumbo de sus políticas económicas.
Obviamente, siempre abrazándose al poder. Con el objetivo primario de afianzarse en él toda vez que es claro que les importa un carajo si al pueblo le va mejor o peor siempre que el objetivo primario se cumpla: seguir en el poder.
Seguirían los nefastos que gobiernan actualmente, pero las expectativas serían mucho mejores no solamente para la ciudadanía, sino también para el régimen gobernante. Exactamente como pasó en los países mencionados.
Seguirían con una dictadura, sí pero ¿acaso el pueblo venezolano es capaz de tener algo mucho mejor de gobernantes de lo que ahora tienen?
Con otra idea económica tal vez, pero ¿menos corruptos y deplorables? Lo dudo. Un poco menos con suerte pero no mucho menos.
“Victor, cualquier escenario de política económica es mejor que el actual en Venezuela. Cualquiera.”
Por qué? Si a Venezuela no lo gobiernan venezolanos, los que ejecutan en Venezuela son un conjunto se sirios, palestinos, libaneses, colombianos y traficantes de todo y de todas partes. Esos son los ejecutores, los mandos están en la Habana y Beijing. Lo que vale para los mandos y los ejecutores es la central político terrorista que representa y la pieza de expoliación y penetración para Latinoamérica (ejemplos Fernández). Qué tiene que ver eso con el estúpido pueblo venezolano que nos trajo ese regalito a todos?
Tiene que rever su ideario político, Ramiro. Se lo he dicho antes, se formó usted en un entorno de retardo y ha desarrollado conceptos propios con un mínimo (o nada) de información. Saludos.
Terco y bruto lopecito. Mala combinación.
Es al dope, no da para más que el blog de la revista Billiken.
¿Qué tienen que ver los libaneses o los sirios con la política económica de Venezuela?
No da para intercambiar una simple idea López.
Como diría el amigo Julián, de come mierda se me ocurrió que por ahí se podía sacar algo de algún intercambio con lopecito pero evidentemente, si Natura no da…..
Pero acaso usted cree que todos esos personajes con apellidos del medio oriente se creen venezolanos? Siguen siendo palestinos, o sirios o libaneses, acaso cree que el tal Saab es colombiano? Podrá tener pasaporte colombiano pero sigue siendo un libanés. Un colombiano o venezolano cualunque no tiene la formación, y ni siquiera la inteligencia para las maniobras que hacen esos tipos de la nomenclatura venezolana, alinean a Turquía, a Irán mueven todo tipo de hilos por Europa, Emiratos y Asia. Es increíble el desconocimiento que tiene de las gentes, los negocios y la geopolítica. Carece de bases, Ramiro. No se lo digo por vacilar, ni siquiera puede evaluar de qué estamos conversando. Debe comenzar por el abc de la política. No es mi culpa.
Chau lopecito.
No es mi culpa, Ramiro. Pueda que en algún momento llegue a tomar contacto con la realidad política y a abrir los ojos. Saludos.
¿Como con la realidad política tuya de los millones de muertos que pronosticaste para latinoamerica por el Coronavirus y la peor crisis económica de la historia que duraría décadas?
Déjate de joder….
Estás más en bolas que Vicente lopecito.
Esta comenzando a hacer de tonto con los que aquí saben algo.
U.S. stock market has soared by about 20 percent over the past three months, retail sales surged a record 17.7 percent in May and employers added 4.8 million jobs to their payrolls in June as businesses nationwide began to reopen.
by Patrick J. Deneen
MOST PEOPLE AGREE THAT A DEFINING feature of America is that it is a liberal nation. In a way, that is not true of any other country—most of which have known different forms of political governance and political self-understanding. From its political inception, America has oftentimes been defined by its adherence to liberal philosophy. Conservatives such as George Will and Jonah Goldberg, and liberals such as Yascha Mounk and Barack Obama—for all their differences—believe that America is liberal, and that the way out of our current political brokenness is to restore its liberal foundations.
While people differ about how to define American liberalism, there is a broad consensus to begin with the Declaration of Independence. Human beings are endowed with rights—or certain spheres of liberty that can be neither “alienated” nor abridged. These include “Life, Liberty, and the pursuit of Happiness.” Governments are founded to “secure” these rights. Echoing the Enlightenment-era arguments of the Englishman John Locke, humans are by nature “free and independent;’’ think of them in a “state of nature,” able to do and choose what they wish. According to such a view of the social contract, we create governments that limit some rights so that we may fully enjoy others. It is a philosophy that stresses our individual freedom, and it defines the purpose of any public life as advancing our individuality.
“If you don’t succeed by the lights of modern liberalism, you are literally on your own.”
This philosophy sought especially to overthrow an older system that defined humans by their birthright—noble or serf, aristocrat or commoner, king or subject. It was a world in which your name was who you would be (Smith, Weaver, Taylor) or defined you by whom or where you came from (O’Connor, Johansson, von Trapp). Liberalism was, perhaps above all, a declaration of independence from any identity that we did not ourselves choose—the embrace of a frontier in which who we were was simply who we wished to become. One of the reasons Americans have fixated on The Great Gatsby is because Jay Gatsby embodies the dream of becoming a completely new person—no longer the Midwest provincial, but now the swank and sophisticated New York financier whose abandoned past is a thing of speculation and mystery, and whose future can only be imagined.
I agree with the likes of George Will and Jonah Goldberg that this framing captures the philosophy of at least some ideas of some of the Founding Fathers some of the time, and that this notion of self-definition has become deeply embedded in America’s collective psyche. However, America and its Founding was never reducible to this philosophy, and had many other inheritances, practices and self-understandings that complicated and even contradicted this liberal philosophy. This includes, above all, America’s religious inheritance, including the Puritanism that was present before the Founding; the various Protestant sects that settled in different parts of the country; the waves of Catholics who arrived in the 19th and 20th centuries; the Jews who arrived around that same time and, later, escaped fascism; and, more recently, Muslims settling in new communities throughout the land. These Abrahamic traditions, in their various ways, taught radically different lessons about ourselves: including the belief that “independence” from others and from nature is not the true form of freedom, but the longing that drove Lucifer from heaven; that rights are merely aggressions against others without more fundamental duties and obligations; that human society and government is rightly ordered and directed by natural and eternal laws, and not infinitely malleable according to human caprice.
Moreover, living in a federated political system and governing ourselves close to home, we also developed practices that emphasized not merely our individual rights, but also our civic duties and responsibilities. Visiting the United States in the 1830s, Alexis de Tocqueville lauded Americans for their active civic participation in local self-rule, rooted in townships and often oblivious to events in far-off Washington, D.C. Practicing the “arts of association,” Americans learned to govern themselves while expanding their sense of self to include the concerns and positions of others. Through a democracy conceived as the ongoing practice of self-government, and not the mere assertion of individual rights, Tocqueville observed that “the heart is enlarged.” America found a unique way of combining “the spirit of religion and the spirit of liberty,” one that moderated the excesses to which each might otherwise be inclined.
Yet Tocqueville noted, even then, that Americans tended to justify their actions in terms of self-interest—even when those actions were public-spirited and altruistic. As he remarked, “they do more honor to their philosophy than to themselves”; more honor to the liberal philosophy of some of our Founders than the fuller and more complex humans that we are. Tocqueville’s long text, Democracy in America, contains a warning that if Americans conform themselves wholly to that liberal philosophy, they will lose those vital inheritances that correct the self-interested, individualistic, materialistic and privatistic tendencies to which liberalism—left to its own devices—would tend over time.
American liberalism was feasible only because America wasn’t fully liberal. But today, we have become what our liberal philosophy imagined us to be: free of obligation and responsibility to each other, free of duties to past and future generations, masters of nature that we regard as our possession to use and abuse, consumers rather than citizens. With the weakening of religion, the centralization of our politics, a globe-straddling market and the loss of civic responsibility, we have willfully created the conditions of the Hobbesian state of nature, a war of all against all. The tools of the liberal order that were intended to free us from interpersonal obligations—the state and a market—seem no longer under our control; in poll after poll, and expressed in film and song, Americans express the anxiety and fear that they no longer feel free. Rather, they feel as if they are subjects to the impersonal forces of our liberation: state, market and technology. Paradoxically, as liberalism became fully itself, it undermined the conditions that made a modest liberalism possible. We faintly recall that Gatsby died alone, his funeral almost devoid of friends and family.
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an 1819 depiction of the presentation of the Declaration of Indepence to Congress in 1776. (GRAPHICAARTIS/GETTY)
Moreover, this system that came into being to overthrow the arbitrary rule of the old aristocracy has given rise to a new powerful elite. A system that promised freedom by liberating people from others—from place, family, traditions and history—has proven ideal for a small subset of people who thrive in a borderless world of unbounded choice, amid the weakening of traditional institutions that once instructed us to be public-spirited and generous with those choices. So-called “conservatives” advanced the liberal free market while claiming to support “family values” that unfettered capitalism undermines; while so-called “progressives” dominate the elite institutions, such as the academy, where they spout egalitarian bromides and limit admission to a tiny fraction of the well-heeled subpopulation. Today’s elites congregate in a narrow band of wealthy and expensive urban areas of the country, no longer living alongside the working class, and increasingly viewing the more traditional views of those in the heartland with contempt and derision. Tocqueville’s praise of “the arts of association” has been replaced by the virtue-signaling of an elite that professes its ferocious egalitarianism.
Meanwhile, local institutions corroded and collapsed, damaging especially the prospects for decent lives among the working classes of all races, which have experienced a breakdown in economic and social stability and a massive increases in deaths of despair. Washington, D.C. has been ruled by an alternating succession of parties that advanced different sides of the same liberal coin, expanding the global market while damaging the religious, familial and civic institutions and practices that are the most vital sources of education in true liberty and egalitarian opportunity. They are told that all is well because GDP and stock indices are higher, while unseen fellow citizens die in droves through suicide or self-medication amidst inexpressible loneliness.
Defenders of “classical liberalism”—those who have often claimed the label of “conservative” since the end of World War II, but would be called “liberal” in most European nations today—point to measures of economic and material success as proof of liberalism’s moral superiority. What Jonah Goldberg calls “the Miracle”—the rapid ascent of wealth and prosperity that especially began with the period of industrialization in the 19th century—suffices, for some, to prove that no other system has been so successful at combating human misery. This “conservatism” comes to resemble core aspects of Marxism, claiming that the success or failure, and the morality or immorality, of a political system rests on its economic basis. An older—and truer—conservatism recognized that economic health was essential to human flourishing, but was as wary of too much wealth and too much inequality as it was of too little prosperity. John Adams, for instance, wrote of the need for “sumptuary laws”—bans on “luxury”—because excessive wealth was as dangerous to the virtue of republican citizens as was too little prosperity. “Whether our countrymen have wisdom and virtue enough to submit to them, I know not; but the happiness of the people might be greatly promoted by them… Frugality is a great revenue…, curing us of vanities, levities, and fopperies.” Many of the members of the Founding generation, whom authors like Goldberg and George Will are ever-eager to cite, expressed grave concerns about the corrupting effects of wealth and the need to balance commerce with the cultivation of civic virtue. They discussed how an economy must be governed by concerns for the common good—especially to support the modest and frugal habits, avoidance of debt and the predominance of “middling” circumstances of most people.
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TOO MUCH
Second U.S. President John Adams, painted about 1790. Adams supported “sumptuary laws” against excessive wealth.
(STOCK MONTAGE/GETTY)
“The energy and most vital debates are taking place among those looking to construct the foundations of a post-liberal future.”
“The Miracle” describes an aggregate accumulation of global wealth, but it ignores its concentration: the increasing, and even obscene, differentiation of wealth generated by the American economy and sanctioned by our political order. Classical liberalism defends to its final breath the legitimacy of this inequality, but the classical and biblical traditions regarded such inequality as unjust, oligarchic and deeply destabilizing. Conservatives of an older tradition measured the health of society not based upon a purely material basis—such as Marx or Goldberg, in their differing ways—but upon the overall health of its institutions and readily available shared decencies, especially to ordinary people. Amid the ongoing concentration of wealth in the households of elites, we have witnessed a stunning rise of deaths of despair in the working class, including the epidemic of opioid deaths and rising rates of suicide. The more straitened your economic circumstance, the less likely you will marry, avoid divorce if you do marry, have children in wedlock and enjoy membership in the thick webs of civil society through churches and voluntary associations. By these measures, even as a diminishing number of people enjoy the fruits of “the Miracle,” the least among us are left with “the Devastation.” If you don’t succeed by the lights of modern liberalism, you are literally on your own. Liberalism envisions that we achieve happiness when we can become “independent”—self-making selves—but what most people need and desire are the deep bonds of community and mutual care that have become luxury goods in our liberal society.
Our politics today has become so unsettled and ferocious because liberalism has failed. It failed not because it fell short of its vision of the isolated and autonomous human person, and the effort to construct a society indifferent to questions of the common good—but because it succeeded in doing so. Like the aristocrats of old, some will fight ferociously to maintain this system against growing discontents by insisting—against the evidence of the senses of the powerless and dispossessed—that they benefit from its corruptions. But like the liberals of old—who several centuries ago called for a fundamental change, but today have become the corrupt oligarchic establishment—the energy and most vital debates are taking place among those looking to construct the foundations of a post-liberal future, and not those telling us all is well if you just limit your gaze to the tony neighborhoods of Washington, D.C.
→ Patrick J. Deneen is professor of political science at the University of Notre Dame and author of Why Liberalism Failed (Yale University Press).
LIBERALISM HAS NOT FAILED
by Jonah Goldberg
LET ME START WITH A CONCESSION: Things are not going great right now in America. I feel this needs little elaboration, so I will just assert it. I do so to grant that this is not the ideal time for a conservative like me to disagree with a conservative like Patrick Deneen on the comparative merits and successes of Liberalism.
Now, of course, what we mean by Liberalism here is not progressivism, woke-ism, or anything else your typical right-wing radio host—or left-wing MSNBC host—means by liberalism. That’s why, for clarity’s sake, I’ll use a capital “L” for the Liberalism we associate with John Locke, Adam Smith, David Hume and aspects of the various social transformations that fall under the all-too-capacious catchall label, “the Enlightenment.” (There were many Enlightenments—English, Scottish, French, American and even German—and not all of their contributions were equal or necessarily positive. But I’ll use the catchall term regardless, for the sake of simplicity.)
“I would rather live in a society that often fails to live up to its Liberal ideals than in one that succeeds in forcing me to bow down to illiberal ones.”
Deneen begins his book, Why Liberalism Failed, by stating that Liberalism is “a political philosophy conceived some 500 years ago, and put into effect at the birth of the United States nearly 250 years later.” I might quibble with the date on the birth certificate, but we can work with this. In short, Deneen believes a bad idea was born five centuries ago, and that America made a grave mistake by running with it around the time of the Enlightenment.
We tend to use the term Enlightenment figuratively—humanity “saw the light,” etc. But it’s worth remembering that before the Enlightenment, things were dark—literally dark. The year 1520 was, like the 500,000 years before it, a time when “the world was lit only by fire,” to borrow a phrase from William Manchester. When the sun went down, the only way to artificially illuminate the darkness was with fire—which was actually quite expensive. So nighttime reading was a rare luxury, made rarer still because 90 percent of Europeans still couldn’t read. This probably wasn’t that much of a burden, given that most Europeans spent their days in backbreaking labor and were probably too tired to read anyway—even if they could afford a book (another luxury).
Life expectancy in England improved from around 30, at the beginning of the 1500s, to nearly 40 by the end of the century. The numbers for child-aged deaths climbed to more than a third by the age of six, and a heart-wrenching 60 percent by the age of 16. Women, who by all rights should live longer than men, died younger because of the dangers of childbirth. “On her wedding day, traditionally, her mother gave her a piece of fine cloth which could be made into a frock,” Manchester writes of a typical woman of the time. “Six or seven years later, it would become her shroud.”
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CHECKS AND BALANCES
Alexis de Tocqueville wrote that America had developed a new way to combine “the spirit of religion and the spirit of liberty.”
(FINE ART IMAGES/HERITAGE IMAGES/GETTY)
As bleak as things were 500 years ago, it’s worth noting they weren’t that much better 250 years later, when Deneen argues we took a wrong turn. At the time of the Founding, life-expectancy and literacy had improved, but if I ran through the numbers, it would still sound like I was describing an extremely poor third-world nation today. That’s because nearly everything we associate with a halfway-decent quality of life burst onto the scene in a relative blink of an eye. Until Liberalism—free markets, limited government, democracy and individual rights—the average human being lived on roughly three dollars a day. You can quibble with the math, but no economist would dispute the basic point: From the Agricultural Revolution about 12,000 years ago, all the way up until three centuries ago, the typical human lived in crushing poverty and died at an early age from violence or, more likely, some bowel-stewing disease. As economist Todd Buchholz puts it, “For most of man’s life on earth, he has lived no better on two legs than he had on four.”
This strikes me perhaps the single most consequential point imaginable in any discussion today of political history, and yet at times it seems like an afterthought for Deneen. Some argue that credit for our deliverance from grinding poverty and physical misery should go to the Scientific Revolution. The problem is that without Liberalism, the Scientific Revolution would have been a short-lived revolt. Many civilizations had amazing moments of scientific advancement and innovation. Yet each time new strides were made, the illiberal Powers-that-Be—in China, the Middle East or even in the Venetian Republic—suffocated innovation as an illegitimate threat to their rule. It was only optimistic Liberalism that changed the equation so that freedom—economic, political, social and scientific freedom—was recognized as a good in and of itself because the individual was sovereign.
The arrival of Liberalism, first in England and Holland and then in the New World, changed the human experience from one defined by scarcity and survival to one defined by occupations and endeavors ready for the choosing.
That last word—choosing—illuminates perhaps Deneen’s greatest peeve with Liberalism. He argues that John Locke and a handful of ideological co-conspirators convinced everyone that humans are “non-relational creatures, separate and autonomous” who should make decisions based upon “calculations of individual self-interest without broader considerations of the impact of one’s choices upon the community, one’s obligations to the created order, and ultimately to God.”
I think this is a bit of a straw man, given how actual Liberals live (I’ve yet to meet one who doesn’t care about how his or her decisions affect others). Regardless, I am happy to concede that Deneen makes many trenchant points that, as a conservative, I agree with to one extent or another. There are a myriad downsides to radical individualism. America’s troubles today are inextricably linked with the breakdown of the family, local institutions, communities, organized religion and social trust. Such deterioration is driven, at least in part, by the relentless individualistic logic of Liberalism and the market (Joseph Schumpeter made this point about markets as far back as the 1940s).
But what is to be done about it? A first step would be to get the diagnosis right. I find Deneen’s attempt to blame it all on John Locke & Co. deeply unpersuasive. And the shortcomings of this argument lead him to faulty conclusions. It’s as if he believes that if he can just persuade everybody—including the billions of people who don’t know who Locke was—that Locke was wrong, some idealized society will emerge to fill the void. For starters, Liberalism did not spring forth from Locke’s brow like Athena from Zeus’s. Locke himself was a product of England’s liberal culture, and in many respects he was simply synthesizing ideas and norms that were in the air for quite a while.
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THE KING MAY NOT ENTER
Liberalism’s English roots stretch back a millennium before Locke was born. Take, for instance, the very
(STOCK MONTAGE/GETTY)
Liberal Fourth Amendment protection against unwarranted intrusion by the state: This idea stretches back to the quirky English custom that “a man’s home is his castle.” Some scholars trace it as far back as 1066 or earlier, and it can be found in the 14th century English legal text known as the Mirror of Justices. This longstanding tradition culminated in William Pitt’s forceful defense in 1763, a century after it was already enshrined in common law: “The poorest man may in his cottage bid defiance to all the forces of the crown. It may be frail—its roof may shake—the wind may blow through it—the storm may enter—the rain may enter—but the King of England cannot enter.”
Similarly, the checks and balances of the American constitutional system probably owe more to England’s geography than to Montesquieu’s (or Locke’s) political thought. As an island nation, England did not need standing armies. Without standing armies, the king was reliant on nobles to make war and stay in power. That’s why the Magna Carta was possible some five centuries before Locke was born. The point is that Locke, like so many intellectuals credited with some startling philosophical innovation, was in many respects a lagging indicator, synthesizing ideas and concepts already in wide use.
If America should become some new illiberal dystopia, future historians might credit Patrick Deneen’s book. But a closer study would reveal that, for all of Deneen’s brilliant insights, he was merely advancing an argument already in the groundwater.
If Locke had never have been born, the American Revolutionaries would still have argued for their “ancient English liberties” and invoked the principles of the Glorious Revolution. Alexis de Tocqueville would still have described the American as “the Englishman left alone.” Indeed, the Protestant Reformation and the printing press that made it possible are vastly more important to the evolution of Liberalism than are the writings of Enlightenment political theorists. Any attempt to fix, never mind replace, Liberalism with something else needs to take all of this into account. Americans may be ignorant of Liberal theory, but they are enamored with Liberal culture and practice.
Let me head off an objection. I do not think Liberalism is good simply because it delivers the material goods—though liberating humanity from privation and disease is obviously a good thing. Still, man lives by more than bread—and antibiotics, lightbulbs and air conditioning—alone. Deneen’s oddly Rousseauian rejoinder to this is that all we’ve done is replace one form of bondage with another. For instance, in his book, he is almost silent on the emancipation of women wrought by Liberalism except to decry the fact that “liberalism posits that freeing women from the household is tantamount to liberation, but it effectively puts women and men alike into a far more encompassing bondage.”
“You will have to sacrifice a certain quality of life, but if you want to retreat from liberal democratic capitalism and party like it’s 1499, you can.”
It’s true that if you see the market as a form of bondage, you’re going to object to Liberalism. It’s also true that every illiberal order ever known required people to work, too—it just didn’t give them much choice in the matter. What I don’t understand about this line of thinking is how little use it has for human agency, and for people exercising individual rights to pursue happiness as they see it. I’m all for elevating the status of stay-at-home mothers (or fathers), but that option already exists. Right now, there is nothing stopping anyone who hates the abundance of choices provided by the market from exiting it. You will have to sacrifice a certain quality of life, but if you want to retreat from liberal democratic capitalism and party like it’s 1499, you can. The Amish made something like this choice, and I respect them for it, as does Deneen. What I object to is people who want to make that choice for others.
Deneen’s examples of alternatives to Liberalism are closed, small communities in which individual choice is circumscribed. There’s much to be said for such communities, so long as their inhabitants have the right to leave them. But the right to exit is precisely at the heart of Deneen’s indictment.
And that’s what makes all of this so confusing. There is an odd tendency among today’s critics of Liberalism to denounce it for the very things they would like to do themselves, just on their terms. They often decry “cancel culture” for me, but want it for thee. They despise their opponents in the culture war for trying to impose their values on us, but write eloquently about the need to impose our values on them. In this, there’s an interesting symmetry in the mobs on the Left literally tearing down statues and the more rarefied and polite cadres on the Right figuratively doing the same thing.
An illiberal order that allows people to say and think what they want, innovators to create what they want and citizens to maintain loyalties to things other than the perpetuation of the regime is an oxymoron. Which is why I would rather live in a society that often fails to live up to its Liberal ideals than in one that succeeds in forcing me to bow down to illiberal ones.
→ Jonah Goldberg is editor-in-chief of The Dispatch, an American Enterprise Institute fellow and author of Suicide of the West: How the Rebirth of Tribalism, Populism, Nationalism, and Identity Politics Is Destroying American Democracy (Crown Forum). ■
en el inicio fue la pandemia de desamor,
luego vinieron el abandono de los sistemas primordiales y primarios de salud,
luego ninguno de los cuerpos sobrevivientes estaba listo para hacer frente al virus
luego quebraron los hospitales y murio mucha mas gente
pero una vacuna llegó y aplanó el virus
las otras pandemias continuarán mientras tanto
al menos por el resto de este siglo, amén.
en el inicio fue la pandemia de desamor,
luego vinieron otras pandemias: el abandono de los sistemas primordiales y primarios de salud, la incapacidad de los cuerpos sobrevivientes para hacer frente al virus;
por lo que quebraron los hospitales y, por tanto, murio mucha mas gente que la ya terrible cantidad programada por las pandemias en curso;
pero una vacuna llegó y aplanó el virus, el virus al que llaman Pandemia, la COVID-19,
las otras pandemias continuarán mientras tanto
al menos por el resto de este siglo, amén.
LA CIENCIA sigue trabajando, obrando milagros en medio de tantas pandemias que asolan sin cesar al planeta
LA CIENCIA sigue trabajando, obrando milagros en medio de tantas pandemias que asolan sin cesar, todos los dias sin pausa, sin descanso, sin intermitencias, al planeta
en el inicio fue la pandemia de desamor que provocó otras pandemias ya endémicas en el planeta, permanentes, sin remedio hasta hoy.
en medio de tantas pandemias llego el coronavirus, sucedió lo lógico: quebraron los hospitales y, por tanto, murio mucha mas gente que la ya terrible cantidad programada por las pandemias en curso, esas que nos acompañan por siempre, amén;
una vacuna llegó y aplanó el virus, el virus al que llaman Pandemia, la COVID-19,
las otras pandemias: el abandono de los sistemas primordiales y primarios de salud, la incapacidad de los cuerpos sobrevivientes para hacer frente al virus; continuarán mientras tanto
al menos por el resto de este siglo, amén.
LA CIENCIA sigue trabajando, obrando milagros en medio de tantas pandemias que asolan sin cesar, todos los dias sin pausa, sin descanso, sin intermitencias, al planeta
pienso que le interese a Ramiro, por eso lo traigo en español.
por Patrick J. Deneen
LA MAYORÍA DE LAS PERSONAS ESTÁ DE ACUERDO EN QUE UNA DEFINICIÓN DE EE.UU. es que es una nación liberal. En cierto modo, eso no es cierto para ningún otro país, la mayoría de los cuales han conocido diferentes formas de gobierno político y auto-entendimiento político. Desde su inicio político, América ha sido a menudo definida por su adhesión a la filosofía liberal. Conservadores como George Will y Jonah Goldberg, y liberales como Yascha Mounk y Barack Obama -con todas sus diferencias- creen que América es liberal, y que la forma de salir de nuestra actual ruptura política es restaurar sus fundamentos liberales.
Aunque la gente difiere en cuanto a la definición del liberalismo estadounidense, existe un amplio consenso para comenzar con la Declaración de Independencia. Los seres humanos están dotados de derechos – o ciertas esferas de libertad que no pueden ser ni “alienadas” ni abreviadas. Entre ellas se incluyen “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Los gobiernos se fundan para “asegurar” estos derechos. Haciéndose eco de los argumentos de la época de la Ilustración del inglés John Locke, los seres humanos son por naturaleza “libres e independientes”; piensa en ellos en un “estado de naturaleza”, capaz de hacer y elegir lo que desee. Según esta visión del contrato social, creamos gobiernos que limitan algunos derechos para que podamos disfrutar plenamente de otros. Es una filosofía que hace hincapié en nuestra libertad individual, y define el propósito de cualquier vida pública como el avance de nuestra individualidad.
“Si no tienes éxito bajo las luces del liberalismo moderno, estás literalmente solo.”
Esta filosofía buscaba especialmente derrocar un sistema más antiguo que definía a los humanos por su derecho de nacimiento: noble o siervo, aristócrata o plebeyo, rey o súbdito. Era un mundo en el que tu nombre era quien serías (Smith, Weaver, Taylor) o te definía por quién o de dónde venías (O’Connor, Johansson, von Trapp). El liberalismo era, quizás sobre todo, una declaración de independencia de cualquier identidad que no hubiéramos elegido nosotros mismos, el abrazo de una frontera en la que lo que éramos era simplemente lo que queríamos llegar a ser. Una de las razones por las que los estadounidenses se han obsesionado con El Gran Gatsby es porque Jay Gatsby encarna el sueño de convertirse en una persona completamente nueva, ya no en el provinciano del Medio Oeste, sino en el sofisticado y fanfarrón financiero neoyorquino cuyo pasado abandonado es una cosa de especulación y misterio, y cuyo futuro sólo puede ser imaginado.
Estoy de acuerdo con gente como George Will y Jonah Goldberg en que este encuadre captura la filosofía de al menos algunas ideas de algunos de los Padres Fundadores de la época, y que esta noción de autodefinición se ha arraigado profundamente en la psique colectiva de América. Sin embargo, América y su Fundación nunca se redujo a esta filosofía, y tenía muchas otras herencias, prácticas y autocomprensiones que complicaban e incluso contradecían esta filosofía liberal. Esto incluye, sobre todo, la herencia religiosa de América, incluyendo el puritanismo que estaba presente antes de la Fundación; las diversas sectas protestantes que se establecieron en diferentes partes del país; las oleadas de católicos que llegaron en los siglos XIX y XX; los judíos que llegaron alrededor de esa misma época y, más tarde, escaparon del fascismo; y, más recientemente, los musulmanes que se establecieron en nuevas comunidades en todo el país. Estas tradiciones abrahámicas, en sus diversas formas, enseñaron lecciones radicalmente diferentes sobre nosotros mismos: incluida la creencia de que la “independencia” de los demás y de la naturaleza no es la verdadera forma de libertad, sino el anhelo que expulsó a Lucifer del cielo; que los derechos son meras agresiones contra los demás sin más deberes y obligaciones fundamentales; que la sociedad y el gobierno humanos están correctamente ordenados y dirigidos por leyes naturales y eternas, y no son infinitamente maleables según el capricho humano.
Además, al vivir en un sistema político federado y gobernarnos cerca de casa, también desarrollamos prácticas que hacían hincapié no sólo en nuestros derechos individuales, sino también en nuestros deberes y responsabilidades cívicos. En su visita a los Estados Unidos en el decenio de 1830, Alexis de Tocqueville elogió a los estadounidenses por su activa participación cívica en el autogobierno local, arraigado en los municipios y a menudo ajeno a los acontecimientos en la lejana Washington, D.C. Practicando las “artes de la asociación”, los estadounidenses aprendieron a gobernarse a sí mismos al tiempo que ampliaban su sentido de sí mismos para incluir las preocupaciones y posiciones de los demás. A través de una democracia concebida como la práctica continua del autogobierno, y no como la mera afirmación de los derechos individuales, Tocqueville observó que “el corazón se agranda”. América encontró una forma única de combinar “el espíritu de la religión y el espíritu de la libertad”, una que moderaba los excesos a los que cada uno podía inclinarse.
Sin embargo, Tocqueville observó, incluso entonces, que los estadounidenses tendían a justificar sus acciones en términos de interés propio, incluso cuando esas acciones eran de espíritu público y altruistas. Como señaló, “hacen más honor a su filosofía que a sí mismos”; más honor
Traducción realizada con la versión gratuita del traductor http://www.DeepL.com/Translator
Sin embargo, Tocqueville observó, incluso entonces, que los estadounidenses tendían a justificar sus acciones en términos de interés propio, incluso cuando esas acciones eran de carácter público y altruista. Como él remarcó, “ellos hacen más honor a su filosofía que a sí mismos”; más honor a la filosofía liberal de algunos de nuestros Fundadores que a los humanos más completos y complejos que somos. El largo texto de Tocqueville, Democracia en América, contiene una advertencia de que si los americanos se conforman totalmente a esa filosofía liberal, perderán esas herencias vitales que corrigen las tendencias egoístas, individualistas, materialistas y privatizadoras a las que el liberalismo -dejando a su aire- tendería con el tiempo.
El liberalismo americano era factible sólo porque América no era completamente liberal. Pero hoy en día, nos hemos convertido en lo que nuestra filosofía liberal nos imaginaba: libres de obligaciones y responsabilidades entre nosotros, libres de deberes para con las generaciones pasadas y futuras, dueños de la naturaleza que consideramos como nuestra posesión para usar y abusar, consumidores más que ciudadanos. Con el debilitamiento de la religión, la centralización de nuestra política, un mercado mundial y la pérdida de la responsabilidad cívica, hemos creado voluntariamente las condiciones del estado hobbesiano de la naturaleza, una guerra de todos contra todos. Las herramientas del orden liberal que estaban destinadas a liberarnos de las obligaciones interpersonales -el Estado y el mercado- ya no están bajo nuestro control; en encuesta tras encuesta, y expresado en película y canción, los estadounidenses expresan la ansiedad y el temor de que ya no se sienten libres. Más bien, se sienten como si estuvieran sujetos a las fuerzas impersonales de nuestra liberación: el estado, el mercado y la tecnología. Paradójicamente, a medida que el liberalismo se fue haciendo plenamente suyo, socavó las condiciones que hicieron posible un liberalismo modesto. Recordamos débilmente que Gatsby murió solo, su funeral casi sin amigos ni familia.
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una descripción de 1819 de la presentación de la Declaración de Independencia al Congreso en 1776. (GRAPHICAARTIS/GETTY)
Además, este sistema que surgió para derrocar el gobierno arbitrario de la vieja aristocracia ha dado lugar a una nueva y poderosa élite. Un sistema que prometía libertad liberando a la gente de los demás -de su lugar, familia, tradiciones e historia- ha demostrado ser ideal para un pequeño subconjunto de personas que prosperan en un mundo sin fronteras de opciones ilimitadas, en medio del debilitamiento de las instituciones tradicionales que una vez nos instruyeron a ser públicos y generosos con esas opciones. Los llamados “conservadores” promovieron el libre mercado liberal al tiempo que afirmaban apoyar los “valores familiares” que el capitalismo desenfrenado socava; mientras que los llamados “progresistas” dominan las instituciones de élite, como la academia, donde arrojan bromuro igualitario y limitan la admisión a una pequeña fracción de la subpoblación adinerada. Las élites de hoy se congregan en una estrecha franja de zonas urbanas ricas y caras del país, ya no viven junto a la clase obrera y ven cada vez más con desprecio y burla las opiniones más tradicionales de los habitantes del centro del país. El elogio de Tocqueville a las “artes de la asociación” ha sido reemplazado por la señal de virtud de una élite que profesa su feroz igualitarismo.
Mientras tanto, las instituciones locales se corroyeron y se derrumbaron, perjudicando especialmente las perspectivas de una vida decente entre las clases trabajadoras de todas las razas, que han experimentado una ruptura en la estabilidad económica y social y un aumento masivo de muertes por desesperación. Washington, D.C. ha sido gobernada por una sucesión alternada de partidos que avanzaron diferentes caras de la misma moneda liberal, expandiendo el mercado mundial y dañando al mismo tiempo las instituciones y prácticas religiosas, familiares y cívicas que son las fuentes más vitales de la educación en la verdadera libertad y la igualdad de oportunidades. Se les dice que todo va bien porque el PIB y los índices bursátiles son más altos, mientras que conciudadanos invisibles mueren en masa por suicidio o automedicación en medio de una soledad inexpresable.
Los defensores del “liberalismo clásico” -aquellos que a menudo han reivindicado la etiqueta de “conservador” desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pero que hoy en día serían llamados “liberales” en la mayoría de las naciones europeas- señalan las medidas de éxito económico y material como prueba de la superioridad moral del liberalismo. Lo que Jonah Goldberg llama “el Milagro” -el rápido ascenso de la riqueza y la prosperidad que comenzó especialmente con el período de industrialización en el siglo XIX- basta, para algunos, para demostrar que ningún otro sistema ha tenido tanto éxito en la lucha contra la miseria humana. Este “conservadurismo” llega a asemejarse a los aspectos centrales del marxismo, afirmando que el éxito o el fracaso, y la moralidad o la inmoralidad, de un sistema político se basa en su base económica. Un conservadurismo más antiguo y verdadero reconocía que la salud económica era esencial para el florecimiento humano, pero era tan cauteloso de demasiada riqueza y demasiada desigualdad como de muy poca prosperidad. John Adams, por ejemplo, escribió sobre la necesidad de “leyes suntuarias” -prohibición del “lujo”- porque la riqueza excesiva era tan peligrosa para la virtud de los ciudadanos republicanos como la poca prosperidad. “No sé si nuestros compatriotas tienen la sabiduría y la virtud suficientes para someterse a ellas, pero la felicidad del pueblo podría ser muy promovida por ellos… La frugalidad es un gran ingreso…, curándonos de las vanidades, las frivolidades y las fopperias.” Muchos de los miembros de la generación fundadora, a quienes autores como Goldberg y George Will están siempre ansiosos por citar, expresaron su grave preocupación por los efectos corruptores de la riqueza y la necesidad de equilibrar el comercio con el cultivo de la virtud cívica. Discutieron cómo una economía debe regirse por las preocupaciones por el bien común, especialmente para apoyar los hábitos modestos y frugales, la evitación de la deuda y el predominio de las circunstancias “intermedias” de la mayoría de la gente.
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DEMASIADO
El segundo presidente de EE.UU. John Adams, pintado alrededor de 1790. Adams apoyó las “leyes suntuarias” contra la riqueza excesiva.
(STOCK MONTAGE/GETTY)
“La energía y los debates más vitales tienen lugar entre aquellos que buscan construir los cimientos de un futuro post-liberal.”
“El Milagro” describe una acumulación agregada de riqueza global, pero ignora su concentración: la creciente, e incluso obscena, diferenciación de la riqueza generada por la economía americana y sancionada por nuestro orden político. El liberalismo clásico defiende hasta el último aliento la legitimidad de esta desigualdad, pero las tradiciones clásicas y bíblicas consideraban esa desigualdad como injusta, oligárquica y profundamente desestabilizadora. Los conservadores de una tradición más antigua medían la salud de la sociedad no en función de una base puramente material -como Marx o Goldberg, en sus diferentes formas- sino en función de la salud general de sus instituciones y de las decencias compartidas fácilmente disponibles, especialmente para la gente corriente. En medio de la actual concentración de la riqueza en los hogares de las élites, hemos sido testigos de un impresionante aumento de las muertes por desesperación en la clase trabajadora, incluyendo la epidemia de muertes por opiáceos y el aumento de las tasas de suicidio. Cuanto más estrechas sean las circunstancias económicas, menos probable es que se casen, eviten el divorcio si se casan, tengan hijos en el matrimonio y disfruten de la pertenencia a las gruesas redes de la sociedad civil a través de las iglesias y las asociaciones de voluntarios. Con estas medidas, aunque cada vez menos personas disfrutan de los frutos del “Milagro”, a los menos les queda “la Devastación”. Si no tienes éxito bajo las luces del liberalismo moderno, estás literalmente solo. El liberalismo prevé que alcanzamos la felicidad cuando podemos llegar a ser “independientes” – autoconstruirse – pero lo que la mayoría de la gente necesita y desea son los profundos lazos de comunidad y cuidado mutuo que se han convertido en bienes de lujo en nuestra sociedad liberal.
Nuestra política actual se ha vuelto tan inestable y feroz porque el liberalismo ha fracasado. Fracasó no porque no haya alcanzado su visión de la persona humana aislada y autónoma, y el esfuerzo por construir una sociedad indiferente a las cuestiones del bien común, sino porque lo logró. Como los aristócratas de antaño, algunos lucharán ferozmente por mantener este sistema contra el creciente descontento insistiendo -contra la evidencia de los sentidos de los impotentes y desposeídos- en que se beneficien de sus corrupciones. Pero como los liberales de antaño -quienes hace varios siglos pidieron un cambio fundamental, pero hoy se han convertido en el corrupto establecimiento oligárquico- la energía y los debates más vitales se están llevando a cabo entre aquellos que buscan construir los cimientos de un futuro post-liberal, y no entre aquellos que nos dicen que todo está bien si sólo limitamos nuestra mirada a los tontos barrios de Washington, D.C.
→ Patrick J. Deneen es profesor de ciencias políticas en la Universidad de Notre Dame y autor de Why Liberalism Failed (Yale University Press).
Traducción realizada con la versión gratuita del traductor http://www.DeepL.com/Translator
EL LIBERALISMO NO HA FALLADO
por Jonah Goldberg
EMPEZAMOS CON UNA CONCESIÓN: Las cosas no van muy bien ahora mismo en América. Siento que esto necesita poca elaboración, así que sólo lo afirmaré. Lo hago para conceder que no es el momento ideal para que un conservador como yo esté en desacuerdo con un conservador como Patrick Deneen en los méritos y éxitos comparativos del Liberalismo.
Ahora, por supuesto, lo que queremos decir con Liberalismo aquí no es progresismo, despertar-ismo, o cualquier otra cosa que tu típico presentador de radio de derecha- o izquierdista de MSNBC significa por liberalismo. Por eso, para mayor claridad, usaré una “L” mayúscula para el Liberalismo que asociamos con John Locke, Adam Smith, David Hume y aspectos de las varias transformaciones sociales que caen bajo la etiqueta de “la Ilustración”. (Hubo muchas Ilustraciones -inglés, escocés, francés, americano e incluso alemán- y no todas sus contribuciones fueron iguales o necesariamente positivas. Pero usaré el término comodín de todas formas, para simplificar.)
“Prefiero vivir en una sociedad que a menudo no está a la altura de sus ideales liberales que en una que tiene éxito en obligarme a inclinarme ante los antiliberales.”
Deneen comienza su libro, Why Liberalism Failed, afirmando que el Liberalismo es “una filosofía política concebida hace unos 500 años, y puesta en práctica en el nacimiento de los Estados Unidos casi 250 años después”. Podría objetar la fecha del certificado de nacimiento, pero podemos trabajar con esto. En resumen, Deneen cree que una mala idea nació hace cinco siglos, y que América cometió un grave error al correr con ella en la época de la Ilustración.
Tendemos a usar el término Ilustración en sentido figurado: la humanidad “vio la luz”, etc. Pero vale la pena recordar que antes de la Ilustración, las cosas eran oscuras, literalmente oscuras. El año 1520 fue, como los 500.000 años anteriores, un tiempo en el que “el mundo se iluminó sólo con fuego”, por tomar prestada una frase de William Manchester. Cuando el sol se ponía, la única manera de iluminar artificialmente la oscuridad era con fuego, que en realidad era bastante caro. Así que la lectura nocturna era un lujo raro, aún más raro porque el 90 por ciento de los europeos aún no sabía leer. Probablemente no era una carga tan grande, dado que la mayoría de los europeos pasaban sus días en un trabajo agotador y probablemente estaban demasiado cansados para leer de todos modos, incluso si podían permitirse un libro (otro lujo).
La esperanza de vida en Inglaterra mejoró de alrededor de 30, a principios del siglo XVI, a casi 40 a finales de siglo. Las cifras de muertes en edad infantil subieron a más de un tercio a los seis años, y un desgarrador 60 por ciento a los 16 años. Las mujeres, que por todos los derechos deberían vivir más que los hombres, murieron más jóvenes debido a los peligros del parto. “El día de su boda, tradicionalmente, su madre le dio un trozo de tela fina que podía convertirse en un vestido”, escribe Manchester sobre una mujer típica de la época. “Seis o siete años más tarde, se convertiría en su mortaja.”
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CONTROLES Y EQUILIBRIOS
Alexis de Tocqueville escribió que América había desarrollado una nueva forma de combinar “el espíritu de la religión y el espíritu de la libertad”.
(IMÁGENES DE BELLAS ARTES/IMÁGENES DEL PATRIMONIO/GETTY)
Tan sombrías como eran las cosas hace 500 años, vale la pena señalar que no eran mucho mejores 250 años después, cuando Deneen argumenta que tomamos un giro equivocado. En la época de la fundación, la esperanza de vida y la alfabetización habían mejorado, pero si revisara los números, todavía sonaría como si estuviera describiendo una nación del tercer mundo extremadamente pobre hoy en día. Eso es porque casi todo lo que asociamos con una calidad de vida medio decente irrumpe en escena en un relativo parpadeo. Hasta el liberalismo -mercados libres, gobierno limitado, democracia y derechos individuales- el ser humano medio vivía con unos tres dólares al día. Se puede discutir con las matemáticas, pero ningún economista discutiría el punto básico: Desde la Revolución Agrícola hace unos 12.000 años, hasta hace tres siglos, el ser humano típico vivía en una pobreza aplastante y moría a una edad temprana por la violencia o, más probablemente, por alguna enfermedad del intestino. Como dice el economista Todd Buchholz, “Durante la mayor parte de la vida del hombre en la tierra, no ha vivido mejor en dos piernas que en cuatro”.
Esto me parece el punto más importante que se puede imaginar en cualquier discusión sobre historia política, y sin embargo a veces parece una idea tardía para Deneen. Algunos argumentan que el mérito de nuestra liberación de la pobreza y la miseria física debería ir a la Revolución Científica. El problema es que sin el Liberalismo, la Revolución Científica habría sido una revuelta de corta duración. Muchas civilizaciones tuvieron momentos sorprendentes de avance científico e innovación. Sin embargo, cada vez que se daban nuevos pasos, las potencias antiliberales, en China, Oriente Medio o incluso en la República de Venecia, sofocaban la innovación como una amenaza ilegítima a su dominio. Sólo el liberalismo optimista cambió la ecuación de manera que la libertad -la libertad económica, política, social y científica- fue reconocida como un bien en sí misma porque el individuo era soberano.
La llegada del Liberalismo, primero en Inglaterra y Holanda y luego en el Nuevo Mundo, cambió la experiencia humana de una definida por la escasez y la supervivencia a una definida por las ocupaciones y los esfuerzos listos para la elección.
Esa última palabra -elegir- ilumina quizás la mayor molestia de Deneen con el Liberalismo. Él argumenta que John Locke y un puñado de co-conspiradores ideológicos convencieron a todos de que los humanos son “criaturas no relacionales, separadas y autónomas” que deben tomar decisiones basadas en “cálculos de interés propio individual sin consideraciones más amplias del impacto de las elecciones de uno en la comunidad, las obligaciones de uno con el orden creado, y en última instancia con Dios”.
Creo que esto es un poco de un hombre de paja, dado cómo viven los liberales de verdad (aún no he conocido a uno al que no le importe cómo sus decisiones afectan a los demás). En cualquier caso, me alegra admitir que Deneen hace muchos puntos incisivos con los que, como conservador, estoy de acuerdo en una medida u otra. Hay un sinfín de desventajas en el individualismo radical. Los problemas de América hoy en día están inextricablemente ligados a la ruptura de la familia, las instituciones locales, las comunidades, la religión organizada y la confianza social. Tal deterioro es impulsado, al menos en parte, por la implacable lógica individualista del Liberalismo y el mercado (Joseph Schumpeter hizo este punto sobre los mercados ya en la década de 1940).
Pero, ¿qué se puede hacer al respecto? Un primer paso sería hacer el diagnóstico correcto. Encuentro el intento de Deneen de culpar de todo esto a John Locke & Co. muy poco convincente. Y los defectos de este argumento le llevan a conclusiones erróneas. Es como si creyera que si puede persuadir a todo el mundo, incluyendo a los miles de millones de personas que no saben quién era Locke, de que Locke estaba equivocado, alguna sociedad idealizada emergerá para llenar el vacío. Para empezar, el Liberalismo no surgió de la frente de Locke como Atenea de la de Zeus. Locke mismo era un producto de la cultura liberal de Inglaterra, y en muchos aspectos él simplemente sintetizaba ideas y normas que estuvieron en el aire por un tiempo.
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EL REY NO PUEDE ENTRAR
Las raíces inglesas del liberalismo se remontan a un milenio antes de que Locke naciera. Tomemos, por ejemplo, el mismo
(MONTAJE DE STOCK /GETTY)
La Cuarta Enmienda liberal protege contra la intrusión injustificada del Estado: Esta idea se remonta a la estrafalaria costumbre inglesa de que “el hogar de un hombre es su castillo”. Algunos eruditos lo rastrean hasta 1066 o antes, y se puede encontrar en el texto legal inglés del siglo XIV conocido como el Espejo de los Jueces. Esta larga tradición culminó con la contundente defensa de William Pitt en 1763, un siglo después de que ya estuviera consagrada en el derecho consuetudinario: “El hombre más pobre puede en su casa desafiar a todas las fuerzas de la corona. Puede ser frágil, su techo puede temblar, el viento puede soplar a través de él, la tormenta puede entrar, la lluvia puede entrar, pero el Rey de Inglaterra no puede entrar”.
Del mismo modo, los controles y equilibrios del sistema constitucional americano probablemente se deben más a la geografía de Inglaterra que al pensamiento político de Montesquieu (o Locke). Como nación insular, Inglaterra no necesitaba ejércitos permanentes. Sin ejércitos permanentes, el rey dependía de los nobles para hacer la guerra y mantenerse en el poder. Por eso la Carta Magna fue posible unos cinco siglos antes de que Locke naciera. El punto es que Locke, como tantos intelectuales acreditados con alguna sorprendente innovación filosófica, fue en muchos aspectos un indicador de rezago, sintetizando ideas y conceptos ya en uso.
Si América se convirtiera en una nueva distopía antiliberal, los futuros historiadores podrían dar crédito al libro de Patrick Deneen. Pero un estudio más detallado revelaría que, a pesar de todas las brillantes ideas de Deneen, sólo estaba avanzando un argumento que ya estaba en las aguas subterráneas.
Si Locke nunca hubiera nacido, los Revolucionarios Americanos todavía habrían argumentado por sus “antiguas libertades inglesas” e invocado los principios de la Revolución Gloriosa. Alexis de Tocqueville todavía habría descrito al americano como “el inglés dejado en paz”. De hecho, la Reforma Protestante y la imprenta que la hizo posible son mucho más importantes para la evolución del Liberalismo que los escritos de los teóricos políticos de la Ilustración. Cualquier intento de arreglar, no importa reemplazar, el Liberalismo con algo más necesita tener en cuenta todo esto. Los americanos pueden ser ignorantes de la teoría Liberal, pero están enamorados de la cultura y la práctica Liberal.
Déjeme evitar una objeción. No creo que el Liberalismo sea bueno simplemente porque entrega los bienes materiales, aunque liberar a la humanidad de las privaciones y las enfermedades es obviamente algo bueno. Aún así, el hombre vive con algo más que el pan y los antibióticos, las bombillas y el aire acondicionado. La extraña réplica de Deneen a esto es que todo lo que hemos hecho es reemplazar una forma de esclavitud por otra. Por ejemplo, en su libro, casi no dice nada sobre la emancipación de la mujer forjada por el liberalismo, excepto para denunciar el hecho de que “el liberalismo postula que liberar a la mujer del hogar equivale a la liberación, pero efectivamente pone a mujeres y hombres por igual en una esclavitud mucho más amplia”.
“Tendrás que sacrificar una cierta calidad de vida, pero si quieres retirarte del capitalismo liberal democrático y del partido como en 1499, puedes hacerlo.”
Es cierto que si ves el mercado como una forma de esclavitud, vas a objetar al Liberalismo. También es cierto que todo orden antiliberal que se conoce requiere que la gente trabaje, también, sólo que no les da mucha opción en el asunto. Lo que no entiendo de esta línea de pensamiento es el poco uso que tiene para la agencia humana, y para las personas que ejercen los derechos individuales para buscar la felicidad tal como la ven. Estoy a favor de elevar el estatus de las madres (o padres) que se quedan en casa, pero esa opción ya existe. En este momento, no hay nada que impida que alguien que odia la abundancia de opciones que ofrece el mercado salga de él. Tendrás que sacrificar una cierta calidad de vida, pero si quieres retirarte del capitalismo liberal democrático y del partido como si fuera 1499, puedes hacerlo. Los Amish hicieron algo así, y yo los respeto por ello, al igual que Deneen. Lo que me opongo es a la gente que quiere hacer esa elección por los demás.
Los ejemplos de Deneen de alternativas al Liberalismo son comunidades cerradas y pequeñas en las que la elección individual está circunscrita. Hay mucho que decir sobre estas comunidades, siempre y cuando sus habitantes tengan el derecho de abandonarlas. Pero el derecho a salir está precisamente en el corazón de la acusación de Deneen.
Y eso es lo que hace que todo esto sea tan confuso. Hay una extraña tendencia entre los críticos actuales del Liberalismo a denunciarlo por las mismas cosas que les gustaría hacer ellos mismos, sólo en sus términos. A menudo denuncian la “cultura de la cancelación” para mí, pero la quieren para ti. Desprecian a sus oponentes en la guerra cultural por intentar imponernos sus valores, pero escriben elocuentemente sobre la necesidad de imponerles nuestros valores. En esto, hay una simetría interesante en las turbas de la izquierda literalmente derribando estatuas y los cuadros más enrarecidos y educados de la derecha haciendo lo mismo en sentido figurado.
Un orden antiliberal que permite a la gente decir y pensar lo que quiere, a los innovadores crear lo que quieren y a los ciudadanos mantener lealtad a otras cosas que no sean la perpetuación del régimen es un oxímoron. Por eso prefiero vivir en una sociedad que a menudo no está a la altura de sus ideales liberales que en una que logra obligarme a inclinarme ante los antiliberales.
→ Jonah Goldberg es editor en jefe de The Dispatch, becario del American Enterprise Institute y autor de Suicide of the West: How the Rebirth of Tribalism, Populism, Nationalism, and Identity Politics Is Destroying American Democracy (Crown Forum). ■
en el inicio fue la pandemia de desamor que provocó otras pandemias ya endémicas en el planeta, permanentes, sin remedio hasta hoy.
en medio de tantas pandemias llego el coronavirus, sucedió lo lógico: quebraron los hospitales y, por tanto, murio mucha mas gente que la ya terrible cantidad programada por las pandemias en curso, esas que nos acompañan por siempre, amén;
una vacuna llegó y aplanó el virus, el virus al que llaman Pandemia, la COVID-19,
las otras pandemias: el abandono de los sistemas primordiales y primarios de salud, la incapacidad de los cuerpos sobrevivientes para hacer frente al virus; continuarán mientras tanto
al menos por el resto de este siglo, amén.
LA CIENCIA sigue trabajando, obrando milagros en medio de tantas pandemias que asolan sin cesar, todos los dias sin pausa, sin descanso, sin intermitencias, sin vacunas que las puedan aplanar
Qué prolífero está el mequetrefe hoy.
Actualmente piratas no solo hay en Venezuela, sino también en Somalia.