Montaner Vs. Dilla
La educación y el cinismo
por Carlos Alberto Montaner
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(FIRMASPRESS) Los estudiantes universitarios chilenos suelen protestar contra el gobierno de su país. Lo hicieron contra la señora Bachelet, que es de izquierda, y lo hacen contra el señor Piñera, que es de derecha. A veces las protestas son pacíficas y, a veces, como las más recientes, devienen en considerables actos vandálicos cometidos por minorías violentas infiltradas en el movimiento estudiantil.
Los jóvenes chilenos demandan buenas universidades y enseñanza de calidad, pero no quieren pagar por esos servicios. Exigen que otros se los paguen. (Eso siempre es estupendo). Tienen 18 años o más. Son mayores de edad. Pueden votar, elegir y ser electos, ir al ejército, casarse sin autorización de nadie, crear empresas, invertir, engendrar hijos a los que están obligados a cuidar, ir a la cárcel si cometen delitos, consumir alcohol o tabaco, pero suponen que la responsabilidad de pagar por su educación es cosa de otros. Son, o deben ser, adultos responsables en todo, menos en eso.
Realmente, es una conducta incoherente o, por lo menos, extraña. ¿Por qué el conjunto de la sociedad debe pagar los estudios universitarios de una minoría de adultos privilegiados que, a partir de la graduación, ganará una cantidad de dinero considerablemente mayor que la media de quienes no han pasado por esos recintos académicos? ¿No es una hiriente inmoralidad que los trabajadores de a pie paguen con sus impuestos los estudios de quienes luego serán sus jefes y empleadores?
Pero hay otra incongruencia todavía peor: los estudiantes universitarios chilenos pretenden que la educación no pueda ser objeto de lucro. Si Platón y Aristóteles hubieran ejercido su magisterio en el Chile de estos tiempos, y no en la Atenas de los siglos V y IV antes de Cristo, los hubiesen acusado de codiciosos explotadores por haber creado la Academia y el Liceo con el propósito de ganar dinero formando a sus alumnos.
Los estudiantes chilenos no advierten que están planteando un contrasentido. No hay nada moralmente censurable en el lucro. Lucro es sinónimo de logro, de misión cumplida. Si ellos quieren una educación de calidad, creativa, original, oficiada por profesores competentes, la mayor parte de las veces tendrán que atraer a los mejores con buena remuneración, con reconocimientos públicos y con posibilidades de enriquecimiento.
Hay algunos seres excepcionales, dotados de una intensa vocación, generalmente religiosos, dispuestos a enseñar por un plato de comida, una cama de tabla y dos palmos de techo, pero son pocos. A Einstein lo reclutaron en Princeton enviándole un cheque en blanco que él rellenó a su capricho.”
¿Dónde está la falta en que unas personas decidan crear una empresa para vender enseñanza si hay otras criaturas dispuestas a pagar el precio que les piden para adquirir esos conocimientos? Una de las mejores universidades de Centroamérica es la Francisco Marroquín de Guatemala, una institución que es y se maneja como una empresa privada. ¿Por qué es inmoral vender educación y no vender agua, comida, medicinas o zapatos, bienes, sin duda, más importantes para la supervivencia que los conocimientos universitarios?
El argumento de que las universidades privadas con fines de lucro a veces no tienen suficiente calidad y deben clausurarse carece de sentido. Tampoco cerramos los restaurantes malos con fines de lucro, y mucho menos los comedores populares, que suelen servir unos platos espantosos a los indigentes. ¿Por qué no permitir que los consumidores de esos servicios educativos decidan libremente con su dinero cuáles universidades triunfan y cuáles fracasan?
En América Latina muchas universidades públicas son rematadamente malas y no por eso pedimos que las cierren. Como no se cansa de denunciar Andrés Oppenheimer, entre las 500 mejores universidades del planeta, apenas comparecen tres o cuatro latinoamericanas y están a la cola del grupo.
“ Hay algo terriblemente autoritario e hipócrita en el comportamiento y las demandas de esos estudiantes chilenos. Lo terrible es que ellos, que esperan que otros les paguen sus estudios, y que condenan a quienes están dispuestos a arriesgar su capital y su trabajo para crear instituciones educacionales lucrativas, cuando terminan sus carreras suelen o intentan convertirse en profesionales económicamente exitosos. Para ellos el lucro sólo es malo cuando lo persigue el otro. Eso se llama cinismo.
La buena educación
por Carlos Alberto Montaner
Menudo lío. Escribí que me parecía cínico que los estudiantes chilenos, gentes mayores de edad y presumiblemente responsables, se empeñaran en que otras personas les pagaran los estudios universitarios y, encima, pidieran la clausura de las universidades creadas con fines de lucro, y mucha gente no estuvo de acuerdo.
Al margen de los insultos y las descalificaciones personales, que nada añaden al debate, el mejor argumento de quienes rechazan mi criterio tiene que ver con el bien público. Al conjunto de la sociedad, dicen, le conviene tener buenos profesionales. Así todos progresamos. Es una inversión, opinan, no un gasto.
De acuerdo. Creo que la educación a veces es una inversión y no un gasto. En todo caso, no estoy seguro, exactamente, cuál es la ventaja social de graduar teólogos o filósofos, dos ocupaciones muy respetables, mas escasamente productivas, pero hay varios asuntos que deben abordarse.
El primero es de carácter moral. El Estado, insisto, no debe otorgarles privilegios a los adultos responsables. Las ventajas en calidad de empleo y nivel de salario de los graduados universitarios son muy notables. La gratuidad de la enseñanza universitaria consiste en meterles la mano en el bolsillo a todos para favorecer a unos cuantos de manera permanente.
El Estado, en cambio, puede avalar los préstamos de los universitarios y estimularlos para que estudien. También puede otorgar becas a los mejores. La meritocracia es un factor clave en los sistemas en los que no se busca la igualdad de resultados, sino de punto de partida.
Los padres, naturalmente, también deben responsabilizarse. Si los que los trajeron al mundo, y las personas que los conocen de cerca, no creen en ellos, ¿por qué el resto de los ciudadanos debe pechar con el riesgo de prestarle a quien acaso no va a cumplir sus compromisos?
Los universitarios que pagan sus estudios tienden a esforzarse con mayor interés y a exigirles más a sus profesores. Tienen más incentivos para trabajar y crear riquezas cuando terminan. Los fondos que devuelven sirven para educar a quienes vienen detrás. Es más justo.
Hay universidades públicas y gratuitas en América Latina en las que el promedio de años de estudio por alumno duplica al de las universidades privadas. Ya se sabe que la única ley inalterable de la economía es la que asegura que “cuando la oferta es gratis la demanda es infinita y el consumidor, además, no la valora”.
Por otra parte, los recursos disponibles por el Estado son siempre escasos y hay que emplearlos más inteligentemente. Si se quiere adultos responsables que sean buenos universitarios y mejores ciudadanos, donde hay que poner el acento es en la enseñanza preescolar, primaria y secundaria.
Es en las primeras etapas de la vida donde se forman el carácter y los hábitos, y donde se adquieren lo valores. Ahí, además, comparece casi la totalidad de los niños y jóvenes. Para que la búsqueda de igualdad de oportunidades no sea un fraude, la función del Estado, por medios públicos o privados, es preparar a los niños para que puedan competir y sobresalir en la vida. Un niño de origen humilde, bien nutrido y bien educado, tendrá entonces la oportunidad real de abrirse paso.
La manera de contar con buenos universitarios es formar buenos alumnos en los primeros grados. Es en esa época donde hay que suplirles alimentación adecuada y magníficos maestros, bien remunerados y dotados de buenos métodos pedagógicos, de manera que, cuando lleguen a la edad adulta, puedan tomar las primeras decisiones vitales que en gran medida definirán su destino: cómo se van a ganar la vida, qué estudiarán, qué actividad emprenderán, cómo y cuándo constituirán sus familias.
Quienes hemos tenido la experiencia docente universitaria, sabemos la enorme diferencia que existe entre los estudiantes formados en buenas escuelas durante los primeros grados, y los que provienen de pésimas instituciones, casi siempre públicas, donde los maestros no tienen buena preparación, no están motivados o no están decentemente remunerados.
Una última e inteligente observación, hecha por el profesor Alberto Benegas Lynch desde Argentina: le parece curioso que esos universitarios que se oponen al lucro, cuando se convierten en profesionales rara vez emplean su tiempo en ayudar gratuitamente al prójimo.
Lo dicho: el lucro que les molesta es el de los otros.
La ignorancia y el cinismo
por Haroldo Dilla Alfonso
En días pasados el político cubano exiliado Carlos Alberto Montaner (CAM) publicó un artículo titulado La educación y el cinismo.
El artículo intenta descalificar al movimiento estudiantil chileno y sus demandas en pro de la desmercantilización de la educación. Pero no discutiendo las coordenadas políticas del asunto -lo cual hubiera sido muy interesante-, sino desde una atalaya moral dogmáticamente neoliberal. Por todo ello, CAM descalifica a los estudiantes –e imaginamos que también a la inmensa mayoría de la población chilena que les apoya- y les llama algo así como haraganes-aspirantes-a-que-alguien-pague-sus-estudios.
El neoliberalismo es una doctrina cuya puesta en práctica no solo ha causado muchos estragos sociales, frustraciones y miserias, sino que ha estado precedido por ellos. Sencillamente, porque sus postulados solo pueden practicarse desde la represión y la inacción social, de lo cual el régimen de Pinochet en Chile –con sus asesinatos, desapariciones y torturas- fue un ejemplo trágico.
Pero aún así, leer La Acción Humana o El camino a la Servidumbre es siempre un motivo de regocijo intelectual que sugiere que efectivamente hay cuotas de ideas atendibles en una propuesta teórica que coloca al mercado como principio ordenador de la sociedad. Pero como sucede en otros cuerpos teóricos, el argumento neoliberal se degrada cuando cae en manos de divulgadores menos ilustrados que los padres fundadores.
Y CAM es un ejemplo de esto último, a lo cual se suma su tendencia a opinar sobre lo que no conoce, desfigurar situaciones, ofender a sus adversarios y hacer de su ideología un credo fanático. Como ocurre ahora con los estudiantes chilenos, pero antes con la izquierda latinoamericana que posee brillantes representantes en el continente, y a los que en algún momento llamó –escoltados por otros dos “perfectos amigos”- “los perfectos idiotas”.
Un ejemplo de ello es su caracterización de las protestas estudiantiles chilenas como rosarios de actos vandálicos inspirados por minorías infiltradas, cuando en realidad, desde su estallido en 2011, fue un movimiento con niveles muy bajos de vandalismo, entre otras razones porque los propios estudiantes se encargaban de controlar situaciones indeseadas, sean éstas provenientes de los grupos extremistas que menciona CAM o de denunciados agentes infiltrados, dato este último que CAM no menciona.
En aras de la brevedad que siempre exige un artículo de esta naturaleza, procederemos a argumentar en torno a dos cuestiones claves del artículo: 1- el análisis del movimiento estudiantil y 2- el concepto de la educación.
Cuando CAM limita su explicación a que los estudiantes piden educación gratuita produce una desafortunada desfiguración del asunto. No porque los estudiantes no la pidan. La piden y aspiran a conseguir mejores posiciones económicas para estudiar, pero esto es, para decirlo de alguna manera, una posición icónica, pues los estudiantes saben que son una pieza en un tablero de negociación y que al final lo que están haciendo hace avanzar a la educación hacia la desmercantilización. Y en eso coinciden con la inmensa mayoría de la sociedad y con sectores significativos de la clase política chilena. Y ello, al punto que nadie con aspiraciones de credibilidad en Chile estaría dispuesto a repetir las simplicidades que nos regala CAM. Y en cambio, muchas personas, entre quienes nos encontramos, creemos que la educación es un derecho social y su acceso universal en condiciones de gratuidad es una aspiración legítima y positiva.
La arremetida de los estudiantes no solo es contra una universidad muy cara, sino también contra un sistema que ha implicado transferencias masivas de fondos públicos al sector financiero privado y a las universidades de igual signo. Y, lo que CAM evidentemente desconoce, también contra un sistema tributario regresivo a escala planetaria que descansa sobre los sectores populares y medios. Si este sistema tributario se hiciera más equitativo, y cargara más su peso sobre el 1% de la población que recibe el 30% del producto, entonces no fuera el pobre trabajador quien pagaría la mayor parte de la educación gratuita, sino que el puñado de potentados que habitan el sector oriente de la ciudad de Santiago.
En resumen, todo un ramillete de distorsiones neoliberales que el movimiento ciudadano y estudiantil ha colocado sobre la agenda pública, y que Michelle Bachelet, la más probable presidenta a partir del próximo año, se ha propuesto superar.
La otra cuestión tiene que ver con la manera como CAM valora el lucro en la Universidad. Obviamente no entraremos a comentar su comparación de los servicios educacionales con un Restaurant, lo que se coloca –como decía Marx- por debajo de la crítica, y que asumimos más bien como una nota jocosa. Tampoco comentamos su proclamación de La Academia platónica o del Liceo aristotélico como instituciones de lucro, pues ello solo indica que entre sus fuertes no está la cultura grecolatina, lo que no es importante para lo que discutimos. Pero creemos que, definitivamente, CAM no entiende lo que significa lucro, ni una “institución sin fines de lucro” en términos legales, ni sabe diferenciar lo que es público de lo que es privado.
Veamos esto con más detalle. En Chile existen numerosas universidades, unas estatales y otras no. Para espanto de los neoliberales, las mejores y más exigentes son las estatales, y en particular la Universidad de Chile, tal y como en México es la UNAM, en Puerto Rico la UPR, en Argentina la UBA y en Brasil la USP. Pero también existen otras universidades no estatales, algunas de las cuales garantizan una alta calidad de la enseñanza, una proyección pública constante y que no tienen fines de lucro. Como son los casos conocidos de las universidades Católica, Alberto Hurtado, Diego Portales, etc. Muy pocas personas en Chile discuten la existencia de estas universidades ni de sus valores, aunque no sean estatales.
Y no lo discuten, además, porque no infringen la ley, pues CAM debe conocer que la ley chilena indica que las universidades –públicas y privadas- son “instituciones sin fines de lucro”. Y esto implica una cuestión bien simple: el excedente que generen estas instituciones no puede ser “retirado”, utilizado para otros fines que no sean los de la propia institución. Lo que en primer plano se discute es la existencia de una miríada de universidades privadas que violan la ley y operan como empresas lucrativas, al mismo tiempo que se ubican en los peores rankings nacionales. Estas universidades ilegales no distinguen, como CAM, la diferencia nada sutil que existe entre una fonda de barrio y una universidad.
Pero los estudiantes no solo están hablando del sentido legal de la palabra “lucro”. No solo objetan que, por ejemplo, el dueño de una Universidad como la Universidad SEK compre publicidad en el estadio de un equipo de futbol del que al mismo tiempo es propietario, eludiendo la prohibición del lucro ya aludida. Junto con ello, demandan la restitución de un sistema educativo, en todos sus niveles, en donde la competencia, el afán de ganancia y la desregulación salvaje del mercado no sean los principios bajo los cuales éste sea gobernado.
Aún cuando conmueve la preocupación de CAM por los “trabajadores de a pie” (no es un sentimiento común en los predios neoliberales) habría que anotar que para el caso que nos ocupa el acceso a la educación superior determina niveles de endeudamiento insostenibles para estos mismos trabajadores que, con la expectativa de un mejor futuro, envían a sus hijos a la universidad, hipotecando sus vidas y la de los futuros profesionales. Cuando se debate si puede la educación gobernarse con las leyes del mercado, la experiencia chilena de más de 30 años ha mostrado claramente que no. Existe un mercado irracional, hiperextendido, excluyente, con niveles de aranceles irracionales, superiores al promedio de América Latina. Lo llamativo de las movilizaciones estudiantiles no son sus magnitudes, sino que no se hayan producido antes.
Es una pena que Carlos Alberto Montaner, un hombre talentoso y con buena pluma, no entienda que la educación, como la salud, es un derecho social, y no un servicio comercial. Lo que afortunadamente los chilenos y chilenas han aprendido, y por lo que están apostando. Justo lo que los estudiantes y la mayoría de la sociedad chilena han estado exigiendo en esas magníficas movilizaciones que reclaman un mundo mejor y posible en que la dignidad humana deje de ser pensada como un mezquino ejercicio de costos y beneficios.
La arrogancia y el error
por Carlos Alberto Montaner
El profesor Haroldo Dilla, exiliado cubano radicado en Santo Domingo, discrepa de mis ideas sobre la gratuidad de la enseñanza universitaria expresadas a propósito de las manifestaciones estudiantiles en Chile. Su texto, La ignorancia y el cinismo, puede consultarse en7días.com.do del 8 de julio pasado. Se trata de un periódico digital dominicano que posee, me dicen, una extensa difusión.
Es la cuarta polémica que sostengo con otros tantos cubanos últimamente. No me quejo, porque, como decían los campesinos en sus controversias rimadas, “me dan pie para la décima”. La primera fue con el periodista radial Edmundo García, la segunda con el cantautor Silvio Rodríguez y la tercera con el profesor Arturo López-Levy. Todas pueden localizarse en la red. Los tres primeros encarnaban diversas posiciones del oficialismo cubano. Ahora surge este inesperado intercambio con el economista Haroldo Dilla, exiliado en República Dominicana.
El tema que se debate
En efecto, como irrita al profesor Dilla, creo que es inmoral que el conjunto de la sociedad afronte las responsabilidades económicas de unos pocos adultos, generalmente pertenecientes a las clases medias y altas del país, que luego se beneficiarán del ejercicio de las profesiones alcanzadas.
Como escribí en La buena educación (www.elblogdemontaner.com), reproducido en diversos medios, me parece más razonable y justo que el Estado invierta los escasos recursos de que dispone en mejorar notablemente la enseñanza pre-escolar, primaria y secundaria, cuando los niños y adolescentes todavía no han sido declarados adultos responsables, porque es en esa etapa de la vida cuando se crean el carácter, los hábitos y los valores que los van a acompañar hasta su muerte.
Es en esa fase, además, donde están presentes prácticamente todas las personas, y no el porcentaje minoritario que accede a las universidades (desde el 51% en Canadá hasta el 3% en Ãfrica subsahariana, con un promedio planetario de algo menos del 7%). Si de lo que se trata es de preparar a los ciudadanos para que puedan competir y sobresalir, es en los primeros años donde es más útil poner el acento.
Naturalmente, si la sociedad fuera inmensamente próspera y el Estado igualmente rico, no habría que elegir. Teóricamente, se podría subsidiar a todos, todo el tiempo, siempre que existan suficientes riquezas. Sólo que ese panorama es muy poco frecuente y, cuando existe, como sucede en algunos pozos de petróleo con himnos y banderas del Medio Oriente, las marginaciones son de carácter religioso. En algunos de esos países el todos no suele incluir a las mujeres.
Simultáneamente, el profesor Dilla rechaza mi conformidad con que esos estudios universitarios también puedan ser actividades lucrativas, como suele ocurrir con la enseñanza primaria o secundaria, zona de la educación donde proliferan las buenas, escuelas privadas. Dilla comparte con muchos religiosos el rechazo a la obtención de beneficios producidos por una ocupación a la que le confiere una majestad especial. “ ”
Le escandaliza que una persona, o un grupo de inversionistas, arriesguen sus capitales y su tiempo fomentando una actividad empresarial dedicada a transmitir conocimientos a alumnos universitarios que libremente han decidido pagar por ellos porque los encuentran adecuados. Dilla prefiere obligar al conjunto de la sociedad a que sufrague los costos que eso implica.
Por supuesto, no estoy en contra de que exista enseñanza universitaria pública, pero me parece incorrecto que sea gratuita. Defiendo que conviva con otras expresiones de la docencia: universidades privadas con y sin fines de lucro, o regidas por cooperativas, sectores empresariales o sindicatos. La pluralidad y la diversidad siempre son buenas para la educación.
Desde hace años tengo alguna vinculación académica con la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), que me honró nombrándome Profesor Visitante, una empresa o institución con fines de lucro, y me consta que es una de las buenas instituciones de educación superior del país. Fue allí donde pude desarrollar un curso sobre los orígenes y características de nuestro continente, que luego apareció publicado en dos volúmenes: Los latinoamericanos y la cultura occidental y Las raíces torcidas de América Latina.
La UPC educa a unos 30 000 estudiantes en 9 facultades y 30 carreras. Forma parte de un consorcio global llamado Laureate International Universities que posee y opera 76 universidades en 27 países. Los accionistas de esa multinacional ganan dinero vendiendo buena educación a más de 600 000 universitarios en diferentes países del mundo, actividad que me parece absolutamente meritoria. Como cualquier otro empresario, deben cuidar la calidad y los precios para sobrevivir en el mercado. (Aclaro que no tengo el menor interés económico en esa empresa).
Esta operación, permitida por la inteligente y franca legislación peruana, me parece mucho más limpia y transparente que las universidades privadas, aparentemente sin fines de lucro, que disfrazan la obtención de beneficios por medio de sofismas o contabilidad creativa.
Entiendo, claro, pero no lo justifico, que esa trampa es el resultado de que, en casi todos los países, existe la superstición de que las actividades universitarias no deben rendir beneficios o, si los producen, estos deben reinvertirse en la propia actividad.
A mi juicio, una universidad privada creada con fines de lucro, como sucede con muchas escuelas de niveles inferiores, o con centros que ofrecen servicios médicos, pueden y deben ser empresas sujetas a los mismos riesgos y responsabilidades que cualquier otra actividad concebida para obtener beneficios a cambio de prestar un servicio.
En ese caso, no deben tener ventajas fiscales ni privilegios de ningún tipo. Tampoco suelen poseerlos los laboratorios farmacéuticos, y no creo que nadie ponga en duda la importancia que estos tienen, nada menos que para la preservación de la vida. “
En cuanto al costo de la educación, como he escrito en el artículo citado, creo que el Estado debe avalar los préstamos que necesita el adulto para educarse, si éste no dispone de ahorros o suficiente patrimonio personal. Y, como sucede con cualquier otro bien, puede esperarse que, además del educando, la familia se comprometa con la devolución del préstamo. Si los padres no tienen fe en el estudiante, ¿por qué debe creer el resto de la sociedad?
Por otra parte, es razonable que los liberales, que sostienen las virtudes de la meritocracia, propugnen que se otorguen becas a los buenos estudiantes. Premiar a los mejores, siempre que sean elegidos con criterios imparciales, es algo absolutamente recomendable para que se propague el ejemplo y se eleve el nivel general de la educación.
Otro de los argumentos del profesor Dilla, en el que lleva cierta razón, pero poca, y la poca que tiene no le sirve de mucho, es cuando alega que la educación es un “derecho”, algo que aparece consignado en numerosas constituciones y en la Declaración Universal de Derechos Humanos suscrita (y escasamente respetada) por todos los países miembros de la ONU.
Es verdad, pero el hecho de que exista un derecho, no quiere decir que sea necesariamente gratuito. Casi todos los textos legales hablan del derecho a la propiedad privada, mas eso no implica que el Estado debe regalarles una casa o un automóvil a los ciudadanos. Desgraciadamente, hay cientos de millones de personas que viven en países en donde existe el derecho a la propiedad privada, pero sólo son dueños de la sombra que pisan.
También existe el derecho a la libertad de expresión, lo que no garantiza que el Estado debe proporcionar el medio de ejercerlo. Simplemente, quiere decir que no se puede privar a nadie de esta posibilidad si tiene los medios para realizar esa tarea.
En todo caso, creo que cuando se habla de derechos económicos, o derechos a ciertos servicios o condiciones de vida, se confunde la palabra “derecho” con la expresión “aspiración legítima”, generalmente por razones de despreciable demagogia política.
Hablar del “derecho a la educación”, como del “derecho a una vivienda digna”, un “trabajo bien remunerado” o a “servicios de salud”, es crear una dudosa expectativa que tiene muy poco que ver con la realidad.
Para dotar de educación y servicios de salud a una comunidad hay que crear y acumular riquezas. ¿Cómo puede convertirse en un “derecho” un servicio que cuesta una cantidad de recursos que acaso no tenemos hoy “ y se corre el riesgo de tampoco poseerlos mañana?
Para ofrecer un empleo bien remunerado hace falta una empresa, generalmente que agregue bastante valor a la producción, y que, encima, obtenga beneficios. ¿Qué sucede si no existen o no se crean esas empresas? ¿Qué debe hacer el trabajador desempleado? ¿Denunciar en el juzgado de guardia al Presidente y a sus Ministros por violar sus derechos?
Naturalmente, el Estado puede asignarle arbitrariamente un salario al desempleado, como hacen en los estados asistencialistas-clientelistas. O puede nombrar a esa persona en una empresa que no lo necesita, como hasta hace poco hizo el gobierno cubano.
En los años setenta del siglo XX, en Venezuela, el primer Carlos Andrés Pérez creó 50 000 empleos de un plumazo. ¿Qué hizo? Obligó a que cada ascensor, aún los automáticos, fuera operado por un ascensorista absolutamente innecesario. Ese, obviamente, es un camino corto y estúpido hacia el empobrecimiento colectivo, aunque también es una manera de cumplir con el “derecho al trabajo”.
La cuestión personal
Hasta este punto, el planteamiento del profesor Haroldo Dilla me parece un debate importante. Encapsula dos visiones diferentes sobre el gasto público y la misión del Estado que dividen al planeta desde que en 1776 el” escocés Adam Smith, esencialmente un profesor de ética, publicó su extraordinario Indagación sobre la riqueza de las naciones, libro que sentó las bases teóricas para desmontar el mercantilismo, sistema económico propio del Antiguo Régimen que tanto parecido tiene con los rasgos principales de los estados neopopulistas de nuestros días.
De entonces a hoy, esa discusión se ha ido enriqueciendo con mil nuevos argumentos y experiencias. Hay, incluso, hasta un gracioso debate cantado en versión reguetón entre Hayek y Keynes que puede encontrarse fácilmente en la red. Vale la pena verlo y escucharlo enYouTube porque es muy divertido.
Sin embargo, dada la trascendencia del tema, lamento que el señor Dilla personalice la cuestión y rebaje la calidad de sus razonamientos llamándome “ignorante, alguien que opina sobre lo que no conoce, ofende a sus adversarios y hace de su ideología un credo fanático”. Por supuesto, no voy a responder en el mismo plano. No me interesa tratar de herirlo en su amor propio o defenderme de sus ataques.
Hace muchos años, leyendo a Albert Ellis, entendí que no tiene la menor importancia real lo que los demás piensen de ti, especialmente si no existe un trato personal que justifique el juicio.
No deja de ser una tontería suponer que muchas o todas las personas deben admirarte o quererte. Probablemente, no lo sé, las vagas noticias que acaso el señor Dilla tuvo y tiene de mi existencia, fueron por cuenta del aparato de difamación de la dictadura cubana.
En Granma, como explico en el libro El otro paredón, publicado por e-riginal,me describen como un peligroso terrorista y espía de la CIA, dos acusaciones absolutamente falsas y ridículas con las que ese régimen lleva muchos años intentando (inútilmente) silenciarme mediante la destrucción de mi reputación.
Por mi parte, creo que nunca he conocido personalmente a Dilla y no tengo criterio sobre su persona. He leído algunos artículos suyos que me han gustado y otros que me han parecido parcialmente equivocados o disparatados.
Me han dicho que fue miembro de la juventud o del partido comunista cubanos, algo que no me consta, pero ese dato, de ser cierto, no lo hace mejor ni peor. Lo mismo sucede con los exnazis, los exfascistas y los expinochetistas. La militancia es cuestión de ideas. Lo que importan son las acciones.
Siempre hay tiempo y espacio para rectificar los errores juveniles, mientras no se tengan las manos manchadas de sangre, y no hay ninguna evidencia ni sospecha de que Dilla haya participado directamente en la represión y la violación de los Derechos Humanos de nadie cuando formaba parte de esa lamentable dictadura, aunque fuera lateralmente y en los estribos del poco influyente aparato académico cubano.
Supongo, por el tono de sus escritos, y porque, finalmente, acabó exiliado, que le parecía repugnante la atmósfera de terror que se vivió en la universidad cuando él estudiaba, o cuando era profesor y veía cómo expulsaban y perseguían a algunos de sus compañeros por ser homosexuales o creyentes, y hasta convocaban a actos de repudio para ofenderlos y humillarlos antes de echarlos a la calle condenados a una especie de cruel ostracismo moral.
Alguien, como él, que cree que la universidad debe tener las puertas abiertas, debió sufrir como una gran afrenta la política excluyente por razones ideológicas de esa institución (“la universidad es para los revolucionarios”), aunque no tengo información de que haya manifestado públicamente su descontento por estos atropellos cuando era estudiante, o luego cuando le tocó participar del claustro de profesores. “
Si defendió a las víctimas, debe aplaudírsele. Si calló y otorgó, le cabe algún grado de responsabilidad moral en toda esa barbarie, aunque no seré yo quien se lo eche en cara. No es ése mi papel. Creo que dio un buen paso cuando abandonó al régimen, y ya se sabe que las dictaduras totalitarias contienen este deprimente factor de contaminación general que las hace especialmente repulsivas.
Más que regímenes distintos, las revoluciones totalitarias son un gran charco de inmundicias en el que deben chapotear los partidarios para poder sobrevivir, ascender y mantenerse. Romper con ese lodazal es siempre meritorio y merece aplauso, aunque algunas personas queden parcialmente percudidas y psicológicamente afectadas, especialmente si tienen conciencia crítica. “ ”
Más curioso me resulta, en cambio, que siga siendo marxista, pero ni siquiera eso, a mi juicio, lo descalifica en el orden personal, pese a lo que implica de terquedad intelectual frente a la experiencia de sus propias vivencias en la marxista “dictadura del proletariado” del manicomio cubano, a lo que se agrega un siglo de barbarie, cien millones de muertos a lo largo del siglo pasado, veinte fracasos en todas las culturas y situaciones y bajo toda clase de líderes. Sencillamente, como dicen en España los más barrocos, hay personas “inasequibles al desaliento”, o, como ratificaba el torero, “hay gente pa”´to”.
Al fin y al cabo, he conocido seres magníficos y extraordinariamente inteligentes que son espiritistas, partidarios de Sai Baba o convencidos de que no hay mejor guía de conducta que la Cábala, ni mejor modo de pronosticar el futuro que el I Ching. Todos las creencias sobrenaturales son respetables, aún aquellas que no saben que lo son. Finalmente, me parece que el profesor Dilla escribe bien y eso es de agradecer.
Pero vayamos al meollo de la cuestión.
El liberalismo
La primera aclaración es que eso que el señor Dilla llama “el neoliberalismo” como dogma ideológico, un método parecido al marxismo, sencillamente, no existe. Hay algunas creencias básicas, extraídas de la experiencia y del juicio moral, a lo que llamamos liberalismo, pero nada más.
No sé con cuántas de ellas el señor Dilla está en desacuerdo, pero le anoto las ocho más importantes para que él, si lo desea, explique por qué las rechaza:
· Situamos la libertad a la cabeza de nuestros valores y prioridades, y la definimos como el derecho a tomar decisiones individuales sin la coerción del Estado o de otros grupos poderosos.
· Creemos que la responsabilidad individual es la contrapartida ineludible de la libertad individual. No puede haber ciudadanos libres si no son, al mismo tiempo, responsables de sus actos.
· Sostenemos que existen derechos naturales que no pueden ser abolidos por el Estado o por grupos poderosos. Entre ellos, existe el derecho a la propiedad privada, ámbito, por cierto, en que mejor puede preservarse la libertad individual.
· Proponemos la existencia de un Estado limitado por un orden constitucional universal, que no favorezca a persona o grupo alguno, que establezca la separación y balance de poderes, fundamentalmente dedicado a proteger los derechos individuales, preservar la paz e impartir justicia.” “ ”
· Suponemos que la posibilidad de crear riquezas se logra con mayor intensidad, eficiencia y justicia en el seno de la sociedad civil, aunque no descartamos la responsabilidad subsidiaria del Estado.
· Exigimos la absoluta transparencia de los actos públicos y la constante rendición de cuentas. Para los liberales, el Estado es o debe ser un conjunto de instituciones libremente segregado para beneficio de las personas. Los empleados públicos, desde la cabeza hasta el más humilde, son nuestros servidores y han sido elegidos para obedecer la ley.
· No creemos en las virtudes de la igualdad de resultados, sino en la de igualdad de oportunidades para luchar por conquistar el tipo de vida que libremente escogemos. De ahí que el método natural de selección de los liderazgos entre los liberales esté basado en la meritocracia, aunque sabemos que ella conduce a la desigualdad.
· Aceptamos que la democracia representativa es el método menos ineficiente que se conoce para tomar decisiones colectivas en el ámbito público, y estamos de acuerdo en que las elecciones periódicas y limpias entre partidos diferentes que compiten por el poder y se alternan y vigilan en el ejercicio de la autoridad, es un modo razonablemente adecuado de organizar la convivencia, siempre que se respeten los derechos individuales plasmados en la constitución y las leyes.
El liberalismo en el terreno de las medidas de gobierno
Al margen de esos principios fundamentales que unifican a los sectores liberales, la experiencia de los últimos dos siglos ha ido decantando ciertas ideas, proposiciones y posturas de carácter económico que me imagino que horrorizan al señor Dilla o provocan su rechazo intelectual, pero, como en el caso anterior, sospecho que los lectores querrán saber por qué se opone a ellas con tanta vehemencia. A continuación consigno las doce medidas de gobierno más populares entre los que nos consideramos liberales:
· Suponemos que el libre mercado, a juzgar por la experiencia, es mucho más eficiente que la planificación centralizada desde el Estado para asignar recursos y crear riqueza.
· Impulsamos la defensa del libre comercio frente al proteccionismo.
· Propugnamos la apertura al comercio internacional y la inversión extranjeras.
· Proponemos la existencia de un Estado reducido que haga pocas tareas, pero que las haga bien, y ponga el acento en impartir justicia y en cuidar la vida y la seguridad de las personas.
· Rechazamos los déficits fiscales, el endeudamiento excesivo y a la impresión de dinero “inorgánico”, políticas todas que conducen a la inflación y al empobrecimiento colectivo. Es decir defendemos la moderación y la austeridad en el terreno macroeconómico.
· Suponemos que es preferible un nivel bajo de presión fiscal para que la sociedad civil disponga de mayores recursos para crear riquezas.
· Tenemos la convicción, derivada de la experiencia, de que el Estado es un pésimo empresario, corrupto y malgastador, y, por lo tanto, es preferible privatizar el aparato productivo que tiene en sus manos.
· Dentro de ese espíritu, preferimos, cuando sea posible, la opción de la “tercerización” de servicios públicos antes que aumentar la burocracia.
· Rechazamos, en general, los subsidios, por ser una fuente de corrupción y clientelismo, y porque convierten el asistencialismo en el instrumento de grupos de poder que perpetúan la pobreza y convierten a los necesitados en su base electoral.
· Favorecemos la toma de decisiones de las personas mediante vouchers, antes que colocar esas decisiones en manos de los burócratas del Estado para que decidan cómo, cuándo y qué deben consumir los individuos o cómo alcanzamos la felicidad.
· Optamos por desregular cuando las normas entorpecen la creación de riquezas, pero regular cuidadosamente para garantizar la competencia, la transparencia y el fair play.
· Junto a los teóricos de la creación de “capital humano” y “capital cívico”, dos nociones propuestas y muy analizadas por los pensadores liberales, creemos en la importancia extraordinaria de la educación, especialmente en los primeros años, cuando, como he señalado antes, se forjan el carácter, los hábitos y la escala de valores.
Como el señor Dilla me considera un ignorante (y seguramente lo soy, puesto que las cosas que sé son infinitamente menos que las que ignoro); y aunque no soy dado a respaldar mis posiciones con opiniones de autoridad (me parece un dudoso procedimiento para imponer las ideas extraído del método escolástico), advierto que estas doce amplias proposiciones, a las que probablemente se oponga el señor Dilla, porque tienen el tufo de lo que él llamaneoliberalismo, cuentan con el respaldo parcial de una notable pléyade de pensadores e intelectuales calificados como liberales, entre los que, a vuela pluma, puedo citar a la siguiente docena de Premios Nobel de Economía: Friedrich von Hayek, Milton Friedman, Gary Becker, James Buchanan, Douglass North, Robert Lucas, Robert Mundell, Edmund Phelps, Edward C. Prescott, Amartya Sen, Robert W. Fogel y Ronald H. Coase. No es conmigo, sino con ellos con quienes debe debatir estas cuestiones que él domina con tanta certeza dado que, felizmente, no es un ignorante.
Asimismo, a los efectos del debate, sería útil que explicara por qué el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, y el Banco Interamericano de Desarrollo suelen recomendar” todas o algunas de estas medidas como expresiones del buen gobierno, o por qué, en Maastricht, cuando los países europeos fueron a adoptar una moneda común, el euro, crearon un marco de referencia bastante ajustado a este recetario liberal que describía a los Estados bien gobernados.”
El regreso de la sensatez liberal
¿Cómo llegaron los liberales, o muchos de ellos, a proponer esas medidas de gobierno y, en algunos casos, a llevarlas a la práctica exitosamente? Básicamente, por el fracaso continuado de los planteamientos contrarios.
El profesor Dilla yerra o no sabe lo que dice (con perdón) cuando afirma que: “El neoliberalismo [sic] es una doctrina cuya puesta en práctica no solo ha causado muchos estragos sociales, frustraciones y miserias, sino que ha estado precedido por ellos. Sencillamente, porque sus postulados solo pueden practicarse desde la represión y la inacción social, de lo cual el régimen de Pinochet en Chile con sus asesinatos, desapariciones y torturasâfue un ejemplo trágico”.
Es asombroso que una persona bien informada, como pretende ser el profesor Dilla, ignore que las mayores y más exitosas reformas liberales del Estado en el siglo XX han sido llevadas a cabo en democracia, con el consentimiento de las mayorías y con arreglo a la ley.
Lo dice con bastante claridad Fareed Zakaria: “Cuando Thatcher llegó al poder, la vida del británico promedio era una serie de interacciones con el Estado: el teléfono, gas, electricidad, agua, los puertos, trenes y aerolíneas pertenecían y eran administrados por el gobierno, así como también las empresas siderúrgicas y hasta Jaguar y Rolls-Royce. En casi todos los casos esto llevaba a la ineficacia y la esclerosis. Tomaba meses el llegar a tener instalada una línea de teléfono en el hogar. Las tasas impositivas marginales eran muy altas, llegando hasta el 83%”.
¿Qué hizo Margaret Thatcher? Sigamos con Zakaria: “Privatizó 50 empresas y los gobiernos de Europa, Asia, América Latina y Ãfrica siguieron el mismo curso. Los impuestos se recortaron en todos lados. La tasa impositiva marginal más alta de la India en 1974 era de 97.5%. Hoy la tasa más alta es del 40%. En EEUU en 1977, los impuestos sobre las ganancias del capital y dividendo eran del 39.9%; en 2012 la tasa era del 15% (â¦) Esos cambios se han llevado a cabo bajo gobiernos conservadores, liberales y hasta socialistas. Como declarara Peter Mandelson, arquitecto del ascenso del partido Laborista en los años 90: Ahora todos somos thatcheristas”.
Los neozelandeses, autores de una ejemplar reforma liberal, a finales de los años ochenta, hundidos por el peso del estatismo y el lastre de la fantasía del Estado de Bienestar, más pobres que España en ese momento, decidieron jugar la carta de la apertura económica, y en menos de una década le dieron la vuelta a la situación. ¿Cómo? Reduciendo los subsidios, eliminando los contratos de trabajo sectoriales, liberalizando las relaciones laborales, reduciendo los impuestos y desregulando muchas actividades económicas. Y lo interesante es que esa reforma liberal no la hizo la derecha, sino los laboristas, porque esas políticas públicas que escandalizan a los neopopulistas pertenecen al ámbito del sentido común y de la experiencia.
Le haría bien al profesor Haroldo Dilla leer los papeles del exdiputado sueco Mauricio Rojas sobre la realidad de su país de adopción, especialmente su libro Reinventar el Estado de Bienestar. Rojas, que llegó a Suecia como un exiliado chileno que huía del pinochetismo, entonces convencido de las ventajas del estatismo, poco a poco se transformó en liberal. ¿Por qué? Porque fue testigo del peligroso descalabro del mítico modelo socialista sueco cuando, en 1993, el gasto público alcanzaba el 72.4% del PIB y la inflación y el desempleo se dispararon. ¿Qué hicieron para salvar la situación? Según Rojas, liquidaron el monopolio estatal sobre la provisión de servicios abriéndose a la empresa privada, redujeron los subsidios, introdujeron la competencia y delegaron las decisiones educativas y sanitarias en el usuario mediante un sistema de vouchers. Es decir, recurrieron a muchas de las medidas propuestas por los liberales.
Otro maravilloso ejemplo de reforma liberal en libertad es el de Israel, el más exitoso de los experimentos sociales del siglo XX. La pequeña nación, que se fundó en 1948 en medio de una peligrosa guerra, con un presupuesto ideológico socialista democrático, basado en cooperativas y kibutz, evolucionó pacíficamente hacia un modelo económico que descansa en las empresas privadas y el mercado, realizando esa revolución sin recurrir a la violencia, hasta convertirse en uno de los países más prósperos y creativos del planeta, pese a los frecuentes conflictos bélicos en los que, muy a su pesar, ha debido intervenir.
Finalmente, qué duda cabe de que el gobierno de Pinochet fue responsable de execrables crímenes que jamás dejé de condenar por las mismas razones que censuraba a los cometidos por los Castro en Cuba, pero las reformas que se llevaron a cabo en ese país, y que cambiaron su faz económica hasta ponerlo a la cabeza de América Latina, no se produjeron porque el general las impulsó a sangre y fuego (lo que no deja de ser un argumento pinochetista), sino porque el país las necesitaba y el régimen, negando la usual tradición estatista y nacionalista de las dictaduras militares, aceptó el consejo de uno jóvenes chilenos formados en la Universidad de Chicago.
¿Qué pasaba en Chile tras la experiencia socialista de Allende? Así lo describe el diplomático chileno Juan Larraín: “Entonces el país gozaba de una inflación del 508%, el déficit fiscal era superior al 25% del PIB, la deuda externa había crecido en un 23%, las reservas internacionales eran apenas 200 mil dólares y había harina sólo para una semana. Por la vía de las confiscaciones, expropiaciones, intervenciones y nacionalizaciones, el Estado se había apropiado de más del 70% de la actividad económica”.
La grandeza de la Concertación que vino después del régimen de Pinochet, cuando se instauró la democracia, fue conservar esas medidas liberales que habían rescatado a Chile de la miseria, de la misma manera que Tony Blair profundizó, en vez de anular, las reformas iniciadas por la señora Thatcher. Por ellas, por las medidas liberales, hoy Chile, pese a todas las dificultades, continúa creciendo, se acerca a los $20,000 dólares per cápita (PPP) y ha disminuido sustancialmente el índice de pobreza.
Pero no sólo Chile hizo reformas de carácter liberal. Sin recurrir a la violencia, la Bolivia del cuarto Víctor Paz Estenssoro (1985-1989) fue rescatada del abismo por esas medidas, luego continuadas durante la presidencia de Sánchez de Lozada (1993-1997). La Costa Rica del primer Ãscar Arias (1987-1991); la Colombia de César Gaviria (1990-1994); el México de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) y el de Ernesto Zedillo (1994-2000); el Uruguay de Luis Alberto Lacalle (1990-1995); el Brasil de Fernando Henrique Cardoso (1995-2003), cuyas reformas luego respetó Lula da Silva; incluso la Argentina de Carlos Menem (1989-1999 en dos periodos consecutivos), a pesar del antiliberal aumento del gasto público y la nauseabunda corrupción que rodeó los procesos de privatización, tuvieron aciertos indudables.
¿Cuáles son hoy los países latinoamericanos que más y mejor crecen en América Latina? Sin duda, los de la Alianza del Pacífico: los que mantienen políticas dotadas de cierta orientación liberal, como México, Colombia, Perú y Chile.
¿Cuál es el peor? Sin duda, la Venezuela del chavismo, cuyo gobierno, dirigido por trágicos payasos, ya fuera el difunto “Comandante eterno” o el peculiar Nicolás Maduro, especialista en onomatopeyas ornitológicas, es el gran enemigo de las ideas de la libertad.
En fin, si el profesor Haroldo Dilla desea continuar este debate en el terreno de las ideas, yo estoy dispuesto. No lo deseo, porque me aburre mucho, pero la pelota queda en su cancha.
Las tres tristes trampas de Carlos Alberto Montaner
por Haroldo Dilla Alfonso
Quiero comenzar esta réplica a Carlos Alberto Montaner (CAM) ayudándole a superar un resbalón de la memoria. Siguiendo la cadena de los debates con cubanos que CAM menciona, habría que apuntarle otro: el que sostuvo conmigo en enero de 2010 en relación con el terremoto en Haití. En ese debate sostuve que la pobreza haitiana estaba ligada a la desfavorable ubicación de ese país en la división regional del trabajo en función de la acumulación capitalista, mientras CAM prefirió explicarla como un resultado de la Revolución Haitiana y de los malos liderazgos generados desde ella. Fue interesante y aun se le encuentra en unas cuantas páginas webs.
No obstante, CAM olvidó ese debate porque apenas terminado, produjo y publicó una edición en que toda mi participación fue borrada, y solo quedó un texto que mostraba la gallarda e incontestada respuesta de CAM a un tal “economista Haroldo Dilla”. Un acto probablemente irreflexivo que desde mi punto de vista muestra dos cosas: que CAM tiene un sentido muy particular del pluralismo y del debate, y que no sabe diferenciar a un economista de un sociólogo. La versión recortada de CAM fue publicada en toda la red neoliberal a que se adscribe y, curiosamente, en la página web de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.
Ahora, la respuesta de CAM a nuestro artículo está sustentada en tres trampas, tristes como los tigres de Cabrera Infante.
La primera trampa es la manera como abandona el tema de la crítica que le hicimos el Dr. Carlos Durán y yo sobre la experiencia chilena y los juicios peyorativos que emitió contra el movimiento estudiantil y sus apoyos sociales. Entonces desmontamos los juicios de CAM y argumentamos sobre la vastedad de las propuestas en juego y sobre la complejidad de la situación chilena.
Pero ahora CAM calla, no dice nada de nuestros argumentos —como debiera ser en un debate— se retira del campo chileno sin pedir disculpas y regresa a las mismas ideas generales, con las mismas confusiones, como si nada hubiera pasado. Eso no es cultura de debate, sino autismo intelectual.
Sigue sin distinguir entre privado, público y estatal; ni entre una entidad sin fines de lucro y una empresa; ni entre una universidad seria y una fábrica de diplomas. Y si alguien duda de la terca reincidencia de CAM, les invito a que relean su invocación de la llamada Laureate International Universities como un ejemplo de la complementariedad perfecta entre fin de lucro y buenas universidades. Porque en realidad en la LIU predominan —junto a unos pocos casos de universidades prestigiosas— una infinitud de maquilas ensambladoras de graduados que no resistirían un escrutinio básico de capacidades. Es positivo que la ignota universidad peruana que menciona le haya publicado par de libros, pero eso no le hace una buena universidad como tampoco que tenga varios miles de estudiantes, que no son 30 mil como dice CAM, sino solo 14 mil repartidos en tres campus.
Y como CAM no nos cree, le recomiendo nuevas lecturas, y en particular una de Mario Vargas Llosa sobre el tema, que me parece aleccionadora viniendo de una persona a quien no le tiembla el pulso para defender la actividad privada.
La segunda trampa de Montaner es declararse víctima de la difamación y conducir un ataque personal sacado de los anaqueles de la guerra sicológica.
Yo lamento que CAM se sienta herido por nuestras críticas, pero un debate es un debate, y nadie que lo asuma puede esperar del adversario guiñitos de amor. Más aún cuando CAM, a quien no nos atan lazos personales que inhiban la crítica, es un hombre de verbo duro y filoso. Pero lo que criticamos textualmente de CAM es “su tendencia a opinar sobre lo que no conoce, desfigurar situaciones, ofender a sus adversarios y hacer de su ideología un credo fanático”. Lo cual creo que quedó demostrado en la manera como ha rehuido el debate sobre el tema chileno en que éste estaba originalmente centrado: había hablado de una situación cuyo intríngulis desconocía, desfiguraba la realidad y ofendía a los estudiantes y a la sociedad chilena.
Solicito a los lectores que traten de encontrar en nuestros alegatos críticos, una sola de las argumentaciones de Granma sobre el pasado de CAM, tal y como este sugiere y a donde trata de arrimar el asunto, de paso, otra vez, desfigurándolo. Súbitamente CAM me empuja al lado de Granma y convoca la solidaridad de los lectores. Y lo hace porque CAM y Granma son complementarios, y las difamaciones deGranma son parte del capital político de CAM.
Luego CAM se regodea en un juego retórico en que narra situaciones negativas que se han vivido en Cuba. Y en cada caso, adopta la postura superior e imparcial de un juez que declara no tener evidencias de mi participación culpable. Pero que deja sobre la mesa mi vinculación indirecta por consentimiento. Es una pena. Y sería una doble pena si CAM aspirara a que yo me dedicara a explicar mi vida y mis ideas. Solo puedo decir que cuando miro hacia mi vida pasada veo, como en toda vida, lados malos y buenos. Pero creo que puedo asumir con satisfacción una suma algebraica positiva basada en mis principios y en mis creencias.
A nadie oculto —no hay motivo para ello— que tengo una formación teórica fuertemente alimentada por el marxismo crítico, diría que soy fundamentalmente marxista, pero no sectariamente marxista. Tampoco oculto mi inclinación política socialista. Solo que ni el marxismo ni el socialismo que reclamo son los muñecos de paja que CAM construye para poder luchar ventajosamente con ellos. CAM nunca contiende con el marxismo o el socialismo, que ni conoce, ni entiende, sino con bagatelas que el mismo diseña para ofertar en los tianguis políticos que merodea.
Ojalá que CAM pueda hacer con su vida y sus creencias lo que yo puedo hacer las mías. Pero evidentemente no lo hace. Y llega al extremo de negar la existencia de su propia ideología y de reducir al liberalismo político al neoliberalismo económico.
Esto último es su tercera trampa. CAM dice que el neoliberalismo no existe. Y escribe una shopping listde premisas inconexas que constituirían la base de un credo liberal sin más distingos. Se equivoca y nos invita a equivocarnos. El neoliberalismo existe (Bordieu le llamaba “una doxa política”) y no solo como teoría sino como una práctica dolorosa en función de la acumulación capitalista.
El paradigma neoliberal es el orden desde el mercado, con una intervención habilitadora del Estado y una sociedad atomizada y limitada en su accionar ante los embates de ese mercado. Ha constituido un ejercicio radical de purga de capital sobreacumulado y de derechos sociales, y en todos los casos un atentado brutal contra el medio ambiente. Su pivote es la libertad negativa. Y su aspiración es que la prosperidad social sea alcanzada por efectos del derrame desde el mercado. La imagen que vende deEstado Mínimo es falsa. A pesar de su discurso estadofóbico los neoliberales no pueden renunciar a la protección estatal sobre la acumulación, sea dando subsidios, reprimiendo descontentos o salvando bancarrotas. De lo que hablan es de un estado social mínimo y de un estado/salvataje máximo.
El neoliberalismo trata de legitimarse con el mismo ardid que usa CAM cuando describe un evangelio de igualdad de oportunidades, sin tener en cuenta que existen terribles desigualdades para que las personas reales puedan acceder a estas oportunidades. Y por eso un joven de un barrio marginal chileno tendría muy pocas oportunidades de ser ese estudiante ejemplar que CAM prefigura como destinatario de una beca.
El neoliberalismo se impone sobre situaciones políticas indeseables que implican autoritarismo y represión —y que los neoliberales consideran males menores para salvar la “libertad” económica— de lo cual abundan ejemplos en nuestro continente (¿qué hacemos con Videla?). Pero es cierto que también pueden hacerlo sobre regímenes básicamente democráticos donde involucran la erosión de los derechos sociales y económicos de vastas mayorías. Y una creciente desigualdad social que hace del crecimiento un proceso terriblemente costoso. Thatcher lo sintetizó en una frase: la sociedad no existe.
El liberalismo político no es una panacea, pero es otra cosa. En lo fundamental es una propuesta que busca preservar los derechos civiles y políticos de los individuos frente al despotismo y la arbitrariedad, y los consagra como naturales. Es una conquista de la humanidad en su marcha hacia la libertad. Y en sus versiones contemporáneas —Gray, McPherson, Rawls, Kymlicka, Walzer— tiende a asumir la libertad positiva como norte. Justo lo que Amartya Sen valida como la clave de la libertad: el fortalecimiento de las capacidades reales para poder usar las oportunidades.
Casi huelga anotar que serían muchos los puntos de desacuerdos que tendría un liberal auténtico con un neoliberal. Y que la perspectiva socialista tiene que asumir muchos de estos valores, aunque no necesariamente todos, ni acríticamente. Y aun cuando la propuesta socialista —en cuanto socialista— de un paso en otra dirección al buscar preservar al individuo de los embates del capital y su locus mercantil, creo que no puede hacerlo negando al mercado (lo que siempre termina en situaciones premercantiles) sino socializándolo mediante la acción ciudadana y comunitaria. Como tampoco negando la propiedad privada, sino engarzándola en formas diferentes de propiedad en pos del bienestar común. Estoy absolutamente convencido que la libertad posible no se puede divorciar de formas diferentes de propiedad y del mercado, aunque no sea de la manera simplistamente lineal como lo imagina CAM.
Es curioso el apego de CAM al recurso desesperado de llamar a los famosos en su ayuda. Siempre lo hace, y a veces de manera muy simpática. Durante nuestro debate sobre Haití se proclamó heredero genético nada más y nada menos que de Rodrigo de Bastidas, Máximo Gómez, Fernández de Oviedo y José María Heredia, una mezcla explosiva de próceres, poetas y traficantes de esclavos que ilustra su virtud imaginativa. En el pasado artículo llamó al combate a Platón y a Aristóteles a favor, nada más y nada menos que del lucro en las universidades. Y ahora, subió al ring a Amartya Sen, uno de los más consistentes críticos del liberalismo económico, ¡en apoyo del liberalismo económico!
No es un asunto adjetivo. La calidad de un debate también se mide por la veracidad de las informaciones que se ofrecen. Y me temo que en aras de ofrecer sustento a su ideología, CAM es capaz de moldear la realidad a su antojo. Incluso cuando de estadísticas duras se trata. Los países que más y mejor han crecido en AL, dice, son “los que mantienen políticas dotadas de cierta orientación liberal, como México, Colombia, Perú y Chile”. Lo cual no parece corresponderse con las estadísticas internacionales que sitúan a países como Ecuador y Bolivia en lugares muy destacados, y en cambio comentan las cuasi-recesiones de México y Colombia, a lo que agregan desequilibrios sectoriales peligrosos. Yo no estoy defendiendo a los países de la matriz bolivariana, pero si de decir la verdad se trata…
Finalmente, desde la ventana de mi apartamento veo una linda mañana mexicana que merece otros usos. Y por eso concluyo aquí este artículo, y casi con toda seguridad este debate que ya está excediendo su objetivo inicial.
Y aclaro que a pesar de los tonos subidos, nada de esto es personal. CAM es un adversario, no un enemigo. Coincido con él en que se puede hablar con todo el mundo que no tenga récord criminal, y que son las acciones, y no las ideas, las pautas que debemos considerar. Y por eso —y aquí casi lo cito— no tengo reparos en dialogar con un neoliberal, como con un fascista, un nazista o un pinochetista.
En fin, dialogar amablemente con CAM siquiera para elogiar su buena pluma y su aún mejor humor.
Haroldo Dilla, el marxismo y otros errores
por Carlos Alberto Montaner
El profesor Haroldo Dilla se ha tomado la molestia de volver a responderme. Creo que debo agradecérselo. Su texto se titula Las tres tristes trampas de Carlos Alberto Montaner. Leo el artículo, como el anterior, en 7días.com.do y encuentro que tiene razón en un par de aspectos.
Acuerdos y discrepancias
Es verdad que él y yo habíamos disentido antes sobre las razones del desastre económico y social de Haití. Lo había olvidado. Al fin y al cabo eran opiniones escasamente demostrables sobre un tema muy subjetivo. La discusión, al menos para mí, tenía unos ribetes bizantinos que la hacían poco memorable.
Es muy difícil precisar por qué Barbados, con una composición étnica similar a Haití, pero con una historia y una cultura totalmente diferentes, es una de las más exitosas expresiones del Caribe, mientras sus vecinos haitianos han corrido una suerte diametralmente opuesta.
El señor Dilla resume bien las posiciones que entonces sostuvimos en torno a ese tema. Ãl, que piensa como marxista, suscribe la dudosa Teoría de la Dependencia y cree que:
âla pobreza haitiana estaba ligada a la desfavorable ubicación de ese país en la división regional del trabajo en función de la acumulación capitalista, mientas CAM prefirió explicarlo como resultado de la Revolución Haitiana y de los malos liderazgos generados desde ellaâ.
Dilla tiene su hipótesis y yo la mía. El toma en serio los escritos de Paul Baran, André Gunder Frank y otros economistas que postulan la descaminada Teoría de la Dependencia. A mí, en cambio, me parece que ésa es una forma absurda (y cómoda) de explicar el subdesarrollo.
Creo que nunca nos pondremos de acuerdo sobre el tema, pero no me importaría cambiar de opinión si alguien aportara algún argumento persuasivo. Todavía no ha sucedido.
También, es cierto que confundí la profesión del profesor Dilla. Lo hice sin intención. Pensé que era economista. Creo que no tiene importancia. Quienes lo conocen yo no he tenido esa grata oportunidad– me escribieron dándome muchos datos de su vida y diciéndome que era geógrafo y sociólogo, es decir una persona con una buena formación en otro campo de las Ciencias Sociales. Enhorabuena.
No voy a volver sobre mis puntos de vista a propósito de la gratuidad de la enseñanza universitaria que piden a gritos los estudiantes chilenos y sobre sus exigencias de que se prohíban las instituciones lucrativas de nivel superior. Sería inútilmente reiterativo.
Un resumen de mis opiniones en este terreno ya aparecen publicadas en otros artículos recientes que pueden consultarse en www.elblogdemontaner.com: La educación y el cinismo, La buena educación y La arrogancia y el error.
Si algún lector, incluso, desea conocer más a fondo mis opiniones sobre la educación universitaria, lo invito a que revise varios ensayos en mi libro La libertad y sus enemigos. Es un tema que siempre me ha interesado. Me parece fundamental.
El problema es el marxismo
Voy a centrar mi respuesta en la parte medular del escrito del profesor Dilla. Cito su texto:
âA nadie oculto no hay motivo para elloâque tengo una formación teórica fuertemente alimentada por el marxismo crítico, diría que soy fundamentalmente marxista, pero no sectariamente marxista. Tampoco oculto mi inclinación política socialista. Sólo que ni el marxismo ni el socialismo que reclamo son los muñecos de paja que CAM construye para poder luchar ventajosamente con ellos. CAM nunca contiende con el marxismo o el socialismo, que ni conoce ni entiende, sino con bagatelas que él mismo diseña para ofertar en los tianguis políticos que merodeaâ.
Lo siento por el señor Dilla. Es él quien no ha entendido nada de la historia del siglo XX. Marx creía y propuso ciertas cosas que el tiempo ha demostrado eran erróneas y, sobre todo, terriblemente contraproducentes.
De la misma manera que, desde hace varias décadas, ante el horror de la experiencia comunista, se abrió paso la expresión âsocialismo realâ para separarlo de la cháchara teórica, es vital referirse al âmarxismo realâ.
El marxismo real es un disparate que ha tenido muy serias consecuencias. Es el causante del socialismo real. No se trata sólo de una abstracta teoría de la historia, como uno puede encontrar en Spengler o en Ortega, sino que esas proposiciones han servido de base para la violenta remodelación de la sociedad de acuerdo con unos postulados desacertados.
Es como construir edificios con un plano equivocado. Siempre acaban desplomándose. Es verdad que Marx, muerto en 1883, nunca vio el triunfo de sus ideas, pero a partir de la revolución bolchevique en Rusia, en 1917, esa ideología se convirtió en formas concretas de gobierno que fueron, y son, tremendamente destructivas.
En las propuestas de Marx están las semillas de todo lo que luego sucedió en el mundo dominado por sus partidarios comunistas, comenzando por la reivindicación de la violencia para la toma del poder. Lo dice claramente el Manifiesto Comunista de 1848:
âLos comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Que las clases dominantes tiemblen ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganarâ.
¿Por qué sorprenderse, entonces, de que Lenin opinara que âla muerte de un enemigo de clase es el más alto acto de humanidad posible en una sociedad dividida en clasesâ o que el Che Guevara asegurara que âun revolucionario debe ser una fría y perfecta máquina de matarâ?
¿No se deduce de las palabras de Marx esa justificación a la conducta homicida que propone la lucha de clases como el modo de cambiar la realidad? Se lo explicó el propio Marx a Joseph Weydemeyer el 5 de marzo de 1852:
âLo que yo he aportado de nuevo [a la noción de la lucha de clases] ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clasesâ.
Los discípulos de Marx (léase el discurso de Engels ante la tumba de Marx pronunciado a los tres días de la muerte de su amigo), estaban convencidos de que el alemán había descubierto las leyes por las que se rige la historia y había dado con la clave de las injusticias económicas: la existencia de la plusvalía.
Los marxistas, a las alturas de hoy, especialmente tras el hundimiento del comunismo europeo, deberían entender que las crueles e ineficientes dictaduras comunistas surgen de tratar de implementar esas dos supersticiones, ya desmontadas en su época por pensadores mucho más solventes del campo de la Escuela Austriaca.
Las dictaduras comunistas surgieron de estos y de otros notables errores conceptuales, como la teoría marxista del valor, que inevitablemente conduce al establecimiento de una burocracia estatal dirigista dedicada a controlar los precios.
O la más grave: la convicción marxista de que a la humanidad le llegaría la felicidad definitiva cuando los medios de producción se colectivizaran y dejaran de pertenecer a unos pocos privilegiados.
Cuando ello ocurriera, suponía Marx, cuando cambiaran definitivamente las relaciones de propiedad, la Humanidad llegaría a forjar una sociedad comunista tan perfeccionada, que ni siquiera serían necesarios los jueces y las leyes porque las personas estarían gobernadas por impulsos altruistas.
¿Qué ocurrió cuando los revolucionarios intentaron poner en práctica esa delirante utopía? En todas partes, Cuba incluida, sucedieron, al menos, cuatro catástrofes sin parangón en la historia conocida:
“· Asesinaron a millones de personas y llenaron de presos los calabozos políticos. Cien millones de muertos se contabilizan en El libro negro del comunismo, sin contar los horrores del Gulag.
“· Para crear la âdictadura del (o para) el proletariadoâ, construyeron un partido único, vanguardia de los trabajadores, generalmente gobernado por un caudillo implacable, que liquidó las libertades tachándolas de âformalesâ y convirtió a los ciudadanos en súbditos de una nueva tiranía.
“· Empobrecieron sustancialmente a las personas hasta provocar hambrunas, destruyendo el aparato productivo surgido del orden espontáneo, sustituyéndolo por el raquítico tejido empresarial generado por la planificación centralizada. Ahí está Corea del Norte para demostrar a dónde puede llegar la utopía marxista. Ahí está Corea del Sur para probar las ventajas de las sociedades en la que los medios de producción permanecen en manos privadas. En el lado miserable, improductivo y abusador imperan las ideas marxistas.
“· Persiguieron, hasta liquidarlas o silenciarlas, a las personas emprendedoras, al extremo de que a los más creativos y rebeldes sólo les quedaba la opción de escapar. Por eso rodearon los perímetros de las dictaduras marxistas-leninistas con alambradas, muros, soldados armados, perros de presa y lanchas asesinas. Como tantas veces se ha dicho, las dictaduras marxistas-leninistas son las únicas en la historia que han creado fronteras para evitar que la gente se vaya, no que entre.
Tal vez el profesor Dilla y el resto de los marxistas, críticos o no tan críticos, no han reparado en el hecho muy significativo de que las ideas de Marx han fracasado en todas las latitudes y en todas las culturas donde las han tratado de implementar. En todas han terminado generando burocracias ineficientes y crueles.
Han fracasado en pueblos germánicos, eslavos, asiáticos, árabes, turcomanos, latinos.
Han fracasado en sociedades de origen católico, cristiano ortodoxo, islámico, confuciano, budista, taoísta.
Han fracasado bajo todo tipo de líderes: Lenin y Stalin, Mao, Ceaucescu, Honecker, Pol Pot, Kim Il-sung y su descendencia, Fidel y Raúl Castro, Hoxha, Rákosi y Kádár, Gomulka y Jaruzelski, Húsak. Todos.
¿Por qué ese fallo permanente de la ejecución de las ideas marxistas? Primero, porque eran disparatadas. Segundo, por algo muy sencillo que me respondió Alexander Yakolev cuando le hice esa pregunta a propósito del hundimiento de la Perestroika: âporque el comunismo no se adapta a la naturaleza humanaâ.
Supongo que el profesor Dilla querrá decir que el marxismo y el comunismo son dos cosas distintas, pero eso es como suponer que el Credo no tiene que ver con el catolicismo. El marxismo es el presupuesto teórico de esos manicomios y así les va. No hay más vueltas que darle.
Liberalismo y neoliberalismo
El profesor Dilla no sólo supone que yo no sé lo que es el marxismo, sino, además, me explica lo que es el liberalismo y se sorprende de que yo niegue que el neoliberalismo exista.
Me imagino que debo agradecerle las lecciones. A veces, mira por dónde, la educación gratuita es conveniente.
Simultáneamente, Dilla tampoco entiende mi admiración liberal por el economista hindú Amartya Sen, alguien que ha explicado brillantemente la relación entre el desarrollo y la libertad, demostrando cómo las hambrunas se producen, precisamente, donde existe la planificación centralizada y en donde la prensa y las instituciones no son libres.
No sé cuáles libros y ensayos de Amartya Sen ha leído el señor Dilla, pero alguien que cree, como este notable Premio Nobel, en las virtudes del comercio internacional y ataca a los antiglobalizadores porque, en el fondo, defienden privilegios locales, está diciendo algo que sostenemos vehementemente los liberales, aunque en otros aspectos Sen se acerque al keynesianismo de la mano, también brillante, de Kenneth Arrow.
En todo caso, como al profesor Dilla, y tal vez a ciertos lectores, les interese el tema, dado que en estas páginas no hay espacio suficiente, lo remito a un viejo ensayo mío, del año 2000, que pueden hallar fácilmente en la red en Liberalismo.org: Liberalismo y neoliberalismo en una lección. De ahí entresaco este epígrafe:
El neoliberalismo una invención de los neopopulistas
âEl liberalismo, qué duda cabe, está bajo ataque frecuente de las fuerzas políticas y sociales más dispares. Basta ver los documentos del socialistoide Foro de Sao Paulo o ciertas declaraciones de las Conferencias Episcopales y de los provinciales de la Compañía de Jesús, pero para los fines de tratar de desacreditarlo lo denominan neoliberalismo.
Vale la pena examinar esta deliberada confusión. En primer término, tal vez sea conveniente no asustarse con la palabra. En el terreno económico el liberalismo, en efecto, ha sido una escuela de pensamiento en constante evolución, de manera que hasta podría hablarse de un permanente "neoliberalismo".
Lo que se llama el "liberalismo clásico" de los padres fundadores -Smith, Malthus, Ricardo, Stuart Mill, todos ellos con matices diferenciadores que enriquecían las ideas básicas-, fue seguido por la tradición "neoclásica", segmentada en diferentes "escuelas": la de Lausana (Walras y Pareto); la Inglesa (Jevons y Marshall); y -especialmente- la Austriaca (Menger, Böhm-Bawerk, Von Mises o, posteriormente, Hayek).
Asimismo, también sería razonable pensar en el "monetarismo" de Milton Friedman, en la visión sociológica o culturalista de Gary Becker, en el enfoque institucionalista de Douglass North o en el análisis de la fiscalidad de James Buchanan.
Si hay, pues, un cuerpo intelectual vivo y pensante, es el de las ideas liberales en el campo económico, como pueden atestiguar una decena de premios Nobel en el último cuarto de siglo, siendo uno de los últimos Amartya Sen, un hindú que desmonta mejor que nadie la falacia de que el desarrollo económico requiere mano fuerte y actitudes autoritarias.
Sin embargo, en el sentido actual de la palabra, el "neoliberalismo", en realidad, no existe. Se trata de una etiqueta negativa muy hábil, aunque falazmente construida. Es, en la acepción que hoy tiene la palabreja en América Latina, un término de batalla creado por los neopopulistas para descalificar sumariamente a sus enemigos políticos.
¿Quiénes son los neopopulistas? Son la izquierda y la derecha estatistas y adversarias del mercado. El neoliberalismo, pues, es una demagógica invención de los enemigos de la libertad económica -y a veces de la política-, representantes del trasnochado pensamiento estatista, con frecuencia llamado "revolucionario", acuñada para poder desacreditar cómodamente a sus adversarios atribuyéndoles comportamientos canallescos, actitudes avariciosas y una total indiferencia ante la pobreza y el dolor ajenos.
Tan ofensiva ha llegado a ser la palabra, y tan rentable en el terreno de las querellas políticas, que en la campaña electoral que en 1999 se llevó a cabo en Venezuela, el entonces candidato Chávez, hoy flamante presidente [recuérdese que esto fue escrito a los pocos meses de su primera victoria electoral], acusó a sus contrincantes de "neoliberales", y éstos, en lugar de llamarle "fascista" o "gorila" al militar golpista, epítetos que se ganara a pulso con su sangrienta intentona cuartelera de 1992, respondieron diciéndole que el neoliberal era élâ.
¿Qué clase de socialista es el señor Dilla?
El profesor Dilla, además de declarar que es marxista, se proclama socialista.
En realidad, ésa es una palabra que no dice mucho. ¿Socialista como Fidel Castro, como Bettino Craxi, o como Carlos Andrés Pérez, cuyo partido, Acción Democrática, pertenecía a la Internacional Socialista junto al PRD dominicano de Peña Gómez e Hipólito Mejía?
¿Socialista como son los partidos de esa cuerda en Alemania, Holanda o Escandinavia, donde, con frecuencia, gobiernan junto a los liberales o se oponen a ellos?
Mi impresión es que el profesor Dilla vive en un mundo esquemático de ensoñaciones ideológicas y eslóganes que nada tiene que ver con la realidad, o, por lo menos, con la realidad que yo pude observar durante los 20 años que fui vicepresidente de la Internacional Liberal, donde se dan cita 80 formaciones políticas de esa cuerda, y los anteriores 15 en que me integré a los grupos liberales españoles y dejé, felizmente, de ser socialdemócrata, cuando entendí cómo se crea la riqueza, cómo se malgasta, cómo se conserva y cómo se lucha mejor contra la pobreza.
Aunque a Dilla le sorprenda, quizás porque se pasó su juventud militando en el Partido Comunista de Cuba escuchando, supongo que molesto, consignas vacías e insultos al adversario, y presenciando indignos actos de repudio, el liberalismo no es una ideología en el sentido marxista (realmente hegeliano) del término, y tampoco existe la ideología âneoliberalâ, palabreja carente de sentido.
Lo que existen son algunos principios en mi previa respuesta le señalé ochoâdeducidos de la experiencia, a los cuales, con el tiempo, se ha agregado la postulación de ciertas medidas de gobierno propuestas por pensadores notables, entre los que comparecen los doce Premios Nobel que le mencioné anteriormente, número que fácilmente pudiera extender hasta el centenar de buenas y respetables cabezas.
Esas medidas de gobierno o âpolíticas públicasâ, como dicen en mal españolâ, no constituyen un dogma inflexible, como sucede con las supercherías marxistas, creadoras de regímenes irracionales en los que se va a la cárcel o al paredón bajo la absurda acusación de ârevisionismoâ, sino son propuestas abiertas y permanentemente revisadas, incluso dentro del liberalismo.
A los âaustriacosâ, por ejemplo, les parece erróneo el monetarismo de Milton Friedman, y no existe nada parecido a un acuerdo general sobre el nivel idóneo del gasto público con relación al PIB, o en torno al debate sobre la mejor forma de encarar los gastos de salud. Los liberales suizos creen y defienden la existencia de un seguro de salud universal y obligatorio, mientras los libertarios, en otras latitudes, horrorizados por cualquier clase de imposición, proponen soluciones diferentes.
No hay dogmas dentro del liberalismo. Nadie dentro de esta corriente cree que tiene la verdad en un puño y, por lo tanto, nadie se atreve a asegurar que conoce el destino de la humanidad y pretende guiar a la sociedad en esa dirección por medios coercitivos. Esas son peligrosas tonterías marxistas que, como advertía Popper, culminan en mataderos.
Los liberales somos, fundamentalmente, constructores de instituciones para que los individuos, libremente, forjen y modifiquen constantemente el destino que mejor les parezca de un modo pacífico. Afortunadamente, ni siquiera existe un credo común que nos unifique, porque sabemos que la sociedad cambia a cada momento, sujeta como está a sacudidas técnicas, demográficas y de otras mil índoles.
Si el señor Dilla acudiera a las reuniones de la Mont Pelerin o a los Congresos de la Internacional Liberal, comprobaría las saludables diferencias de criterio que existen entre los distintos partidos y pensadores que se denominan liberales.
Todos creemos, eso sí, en la libertad individual como el valor supremo del grupo, en la existencia de derechos humanos imprescriptibles, en la tolerancia como la virtud cardinal que debe presidir las relaciones entre las personas, en que el mercado es mucho más eficiente y moralmente justo en la creación y asignación de riquezas que la actuación de los comisarios guiados por los lineamientos del partido de gobierno, y en que la autoridad debe ser limitada y transparente y estar bajo el control de la sociedad.
A partir de esos puntos, comienza la discusión.
En La Cuba que conozco y en la que creci, la Cuba demogogico-socialista de Fidel Castro, la enseñanza gratuita, extendida tambien a un sector inmenso de estudiantes extranjeros que buscan realizacion profesional en mi pais donde no han sido capaces de tenerla en su pais de origen. La educacion gratuita como le llama Fidel o pagada por el sudor de mis padres como mas bien es, se ha visto con los años degradada al punto de la mediocridad y el absurdo. Estudie Medicina 10 años hace, cuando todavia quedaba algo de la buena escuela medica cubana. Y comparti curso con muchisimos estudiantes chilenos, argentinos, bolivianos, costaricenses, que ahora veo en las redes sociales, disfrutando de una vida muy por encima de la media, trabajando en clinicas privadas. Gracias a la enseñanza gratuita que recibieron en mis paises, es decir gracias al sudor de mis padres, obreros que sin otra alternativa producen para el sistema socialista que defiende y profesa Harold Dilla. Si quieres destruir el sistema educacional universitario, reducirlo a cenizas, hazlo gratis, restale la importancia social que verdaderamente tiene, y pronto se masificara y perdera el sublime sentido que se mantiene por el esfuerzo y los deseos de sus estudiantes de adquirirlo.
Miguel de la Rua
Realmente la educación gratuita no existe en los regímenes comunistas, porque en último caso tienes que pasarte el resto de tu vida trabajando para el estado por un salario miserable. Por ejemplo ¿cuántas veces paga un médico cubano su carrera cuando gana 20 dólares mensuales por el resto de su vida? En fin, nada es gratis en el comunismo, porque hasta el cerebro tienes que donárselo al dogma gubernamental.
Lo lamentable es que Dilla venga a defender el derecho a la educación aquí y ahora y no cuando estaba en Cuba. Y sé que no lo hizo porque de haberlo hecho seguro seguro que no hubiera conservado su trabajo.
Si bien es cierto que Dilla tiene preparación académica para defender sus puntos de vista, no es menos cierto es que en la práctica no puede mencionar ni un solo país socialista, de tinte marxista, que sustente su inclinación ideológica. En ese punto es lo que dice Montaner, no corresponde a la realidad que conocemos, ignorando soberanamente el fracaso mundial de esa ideología hoy obsoleta.
Seguramente a Dilla le resultará demasiado fuerte renunciar a algo en lo que tanto dedicó su tiempo de estudiante. El debe sentirse tan unido al marxismo que rechazarlo sería una forma de suicidio personal.
Hoy, 19/08/14, ha salido un artículo en El País, de España, titulado La paradoja de la educación en Chile.
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/08/18/actualidad/1408396366_513219.html
Hay un párrafo que quisiera citar.
” …no hay sistema educativo excelente que no cuente con las inversiones necesarias para garantizar ambientes educativos atractivos para que los mejores profesionales entren y permanezcan en la docencia y los niños y jóvenes quieran ir diariamente al plantel educativo. Así como la tecnología ha cambiado la experiencia diaria de los niños y jóvenes en todo el mundo, también en Chile se pueden aprovechar mejor para fomentar las competencias relevantes para el siglo XXI.”
Esta opinión coincide con Montaner, pues se refiere a la inversión privada, como se pudiera comprobar leyendo el artículo en su totalidad.
Que los gobiernos siempre han sido malos administradores es algo que se ha repetido constantemente. Pese a sus defectos, el libre mercado ha dado muestra de ser mucho más efectivo que la deficiente gestión estatal.
Reivindicaciones Estudiantiles? Parecen palabras bonitas pero traen un baho horrible.
Acaso ese señor Dilla que, cual perro viejo,como no puede ladrar ya en su corral inmundo, aula desde el rincón.
Qué cosa es Universidad gratis: Es ese populismo marxista, en el que yo, con un sólo hijo, y es solo porque quiero prepararlo major y darle más apoyo, tenga que pagarle una Universidad a los 7 que tuvo mi vecino Ivan; que además, el pobre poco tiempo le habrá quedado para enseñarles cómo forjar su futuro y buscar la felicidad?
Debería estar proscrita la invecilización intencionada.
Sociólogo o Horse Power?
Creo en los puntos de vista diferentes con resprto y altura,y apoyo el punto de vista de CAMcompletamente,pues aunque veo que este senor de apellido Dilla, esta en todo su derecho de tener su punto de vista y aunque no tengo su cultura y su sapiencia, para escribir tanto y al final no entenderle nada ,me imagino sea por mi escolaridad.
Pero si puedo hablar de mi experiencia personal y es que yo vivo en EU, llegue con una edad bastante adulta, e hice todo tipo de trabajos ,generalmente bastante humildes, por mi desconocimiento del idioma y mis pocas herramientas escolares o tecnicas.Poco a poco empece un negocio de distribucion, con el apoyo de mi esposa con la cual llevo 30 anos de casados y gracias a las posibilidades que tuve en este pais,y que no tuve en el mio ,he podido tener varias propiedades y en un momento de bastante estrechez economica ,empezamos a pagarle a nuestro hijo,un programa estatal con mucho sacrificio, pues era nuestro deber ,y el mismo programa, cuando el estuviera en la universidad,nos habria ahorrado una cantidad sustancial de dinero.Esa misma mentalidad de esfuerzos se la inculcamos a nuestro hijo,y el a travez de sacrificios como nos vio a nosotros hacer,gano becas y los primeros 4 anos en FSU, nos salieron gratis con el plan que habiamos pagado, mas sus grados,y solamente tuvimos que pagar los tres anos que estuvo despues en UF donde se graduo de abogado.Tambien conozco de companeros de estudios de el que tuvieron que acudir a creditos,pues sus padres no pudieron pagarle la universidad ,pero hoy estan trabajando como profesionales y ganando muy buenos salarios.
Al final el punto de CAM,el cual siempre suscribo sin mucho adorno,(y no por critica si no por falta de recursos)es que lo que no cuesta sacrificio y esfuerzo ,no se valora y por eso tengo conocimiento,de universidades en nuestros paises ,que sus estudiantes estaban a veces hasta 10 anos sin graduarse de nada ,pues se pasaban la vida en huelgas o marchas,como sucede a menudo en Chile.
Solo quiero apoyar las ideas expresadas por el señor Montaner con estas palabras de ese gran líder y pensador que fue Winston Churchill:
“El mayor pecado del capitalismo es que distribuye la riqueza en forma desigual. La mayor virtud del socialismo es que distribuye la pobreza equitativamente”
También my acertada su metáfora acerca de las revoluciones totalitarias que “son un gran charco de inmundicias en el que deben chapotear los partidarios para poder sobrevivir, ascender y mantenerse”. Verdaderamente, como un rey Midas al revés, todo lo que tocan se convierte en excremento.
Brillante CAM, como siempre. Es que eso se le puede perdonar a un americano de Ohio que nunca haya escuchado de comunismo/socialismo, pero no a una persona que vivio y “supuestamente” vio de primera mano lo que son esos regimenes. Uno trata de ser centrado y no ofender, pero Dilla regresa a Cuba y ponte a impartir estas conferencias a los pinos nuevos, que haces en Dominicana? Siempre es tan facil defender lo indefendible estando a miles de kilometros. Es cierto lo que dijo alguien anteriormente, hablan tan rebuscados que no se les entiende al final ni que dicen, la verdad es tan sencilla que ni siquiera hace falta mucho para explicarla. En fin….
Estoy tan de acuerdo contigo, que digo como dirían en Cuba: “Deja..”
Efectivamente, con todo respeto y sin tanta erudicción: al que el guste el socialismo que lo viva, y más si es cubano!
Lo otro, son hipocresías….
Hablando de Hipocresía, ¿nos referimos a un pensamiento marxista? ¡Todos lo son!
Si algo han aprendido bien los marxistas es a ser Incongruentes, Demagogos y Oportunistas.
Les encanta el socialismo, pero por aquello de que “la vida es una sola”…mejor vivo en el capitalismo carnicero y voraz. ¿República Dominicana? ¿Qué hace un marxista convencido viviendo en un capitalismo como el dominicano con xenofobia incluida contra los haitianos?
¿Hipocresía marxista? #AyPolFabol
Además, Dilla muestra tanta “verborrea erudita” que efectivamente, para las personas ignorantes como yo, no se entiende ni pío de casi nada. Es una serie de párrafos llenos de términos rimbombantes enlazados, que al final significan: “Quién sabe!”
Ni Einstein utilizó tanta erudición para explicar su análisis matemático primero de la Teoría de la Relatividad, cuestión que se puede comprender fácilmente y que revolucionó la teoría de la gravedad formulada por Newton. El premio nobel de Física puso en términos muy simples sus descubrimientos.
Y ahora heme aquí leyendo una serie de frases extrañas que se refieren a asuntos menos complicados, y de las que no entiendo nada!
¡Ay comunistas marxistas socialistas! ¿Cuándo entenderán a las personas, esas mismas de las que uds se erigen como “defensores” ?
¡AyPolFabol!